De mal humor, muerto de hambre y en pleno lunes, estaba yo en el changarro de doña Lupe ("la que te escupe", como le dice el compañerito Yonadab) esperando mi torta cubana, con pocas rajas y sin cebolla, cuando una muchacha que rondaría en los 20 años llegó por una torta italana. Después de pedir sacó su cicarrera y me pidió fuego, de una manera que incluso me atemorizó.
-¿Tendrás un encendedor..?-preguntó, así, sencillo y en seco, pero en su cara puso tal gesto que yo irremediablemente me sonrojé sin tener motivo. Apenas y pude seguir con el diálogo.
-No fumo-dije yo sonrojado.
-Ah, haces bien-dijo la mujer e inmediatamente buscó en su bolsa. Tenía el encendedor dentro del bolso, simplemente no buscó. Cuando encontró el encendedor ahora ella era la sonrojada.
Y aunque la ocasión no provocó el mayor de los bochornos sí me dejó un tanto contrariado y con la risita burlona guardada en la garganta.
2 comentarios:
Yo me sonrojo cuando menos lo creo posible y cuando menos lo deseo... y no sé por qué sucede... Bien que no fumes...
Hace bien en no fumar, señor Edmundo, pero tiene una personalidad como de escritor fumón gringo de la década de 1950. Hay a quien fumar no le queda, y otros a quienes de inmediato asocio con el humo del cigarro. Me lo imaginaba un poco como el Tony Leung de "In the mood for Love": en la sala de redacción de su diario, con una columna de humo subiendo hacia la lámpara que vigila sus escritos, con el cigarro consumiéndose sin ser fumado mientras usted los corrige y los vuelve a escribir, hasta llegar a la versión que menos le disgusta... Un abrazo, Don Edmundo
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