domingo, noviembre 13, 2011

Rayones 1


I swaer to God,
I heard the Earth inhale

The Editors / In this night on this evening...
(Recién retomé los rayones)

Ink

Hace años lo pensé.
Y nunca estuve realmente seguro hasta el día que Víctor me llevó al local de Tinta Elektrika.
Eran más de las diez de la noche y estábamos en el Starbucks de Huexotitla, cuando sugirió preguntar. Yo, en plan pesimista y con la Moleskine en la mano pensé que estaría cerrado.


Pero me animé a movernos (maldita cafeína).

En efecto, el local lucía cerrado. Bueno, con la cortina arriba, con las luces tenues, pero adentro se observaba movimiento. Era el buen Omar dando rayos a una chica. Recuerdo que hacía algo como un ángel a un costado derecho del cuerpo de la chava que no tenía más allá de 23 años. Omar tenía guantes de látex y la aguja mecánica en la mano, tapabocas y lentes de pasta, el cabello rapado y las cejas tupidas. Solamente hizo una señal de ‘no’ con el dedo índice. “No estaba abierto”, pensé, chin… Ya me voy. Víctor insistió.

-Si en verdad quieres el tattoo, pregúntale. Dile que no lo quieres ahora mismo, que te dé cita...-dijo.

-Sí, ¿verdad? Sonreí nervioso.

Hablé fuerte hacia Omar, pues las puertas y ventanas estaban cerradas. “¡Solamente quiero que me des cita!” Omar paró la máquina. La chica se levantó. Comenzó a tronarse la espalda. Y el ángel de su costado comenzaba a dibujarse entre el rojo de la sangre y los colores de las alas y la piel.

-Puedo hasta dentro de dos meses… Agosto 26-dijo Omar y sacó la libreta. Confirmó que en efecto ese día era el único libre. Eso fue alrededor de principios de junio del 2011. Zaz. Dos meses… perfecto para saber si me acobardo, pensé. “¿Qué te quieres hacer?”, preguntó.

De la Moleskine busqué las páginas marcadas.

-Quiero esto en toda la espalda alta… De hombro a hombro-

-HOMO HOMINI LUPUS… Es latín… En un pergamino. Okey… sería tanto. ¿Quieres dejar un adelanto?-.

Dejé 200 pesos de adelanto y el resto del pago se lo daría ese día. El 26 de agosto. Ya no había para atrás. La verdad es que salí nervioso del estudio de Tinta Eléktrika. Quién sabe por qué si ni me habían hecho nada. Apenas era la cita y ya me temblaban las patas. Me tiré de a loco a mí mismo y me olvidé del tema.

Una semana antes de la fecha marcada para la cita me llamó el buen Omar…

“¿Listo? El sábado tengo cita contigo de tal hora a tal hora. Por el tamaño de tu tatuaje van a ser mínimo seis horas así que necesito esa disponibilidad. No debes beber nada, debes de comer bien y cenar bien un día antes. Desayunar chido y a las 12 ahí nos vemos. Cero alcohol y dormir bien, carnal, que si llegas desvelado, mal comido, o crudo te me desmayas. Y es la primera vez que te tatúas… mejor estar bien”.

La llamada me dejó frío. Se me había olvidado, por completo en dos meses que iba a hacerme mi primer tatuaje y que iba a ser toda la espalda. “¡Ah la madre! ¡Nada de alcohol!”, fue lo que más me escandalizó. Un día antes me guardé como virgen. No quise atender a pachangas. Me enojé incluso si trataban de sonsacarme. Me daba pavor no llegar en las condiciones. No recuerdo si dormí bien. Pero llegué puntual a la cita. Cosa que no ocurrió con Omar que se retrasó casi una hora. Empezamos a la una con el diseño. Marcó el rededor del pergamino de hombro a hombro en mi espalda y pidió mi aprobación. Buscó una tipografía parecida a la que pedía yo. Me encantó… entre gótica y art noveau.

Omar comenzó a mostrarme todos los instrumentos, las tintas, cómo es que se esterilizaban las agujas. Y los tonos que se me aplicarían.

Omar tomó la máquina. Comenzó a probar. Sonó un pequeño taladrar. Fino y constante. Igual que suena la sierra de Stricker, un instrumento que vi y escuché mientras lo usaban los médicos legistas para abrir el cráneo de los cadáveres a los que les realizaban la necropsia.

Escuché ese sonido y lo comparé de inmediato.

Víctor tomaba fotos a lo lejos mientras hacían el transfer de las letras. Luego llegó Lia. Y al final Tuss. Todos ahí echando porras.

Al primer pinchazo las necesité.

El sonido se aproximaba a mi oído. Y por tanto la aguja venía contra mi piel.

Me estaba desmayando al primer movimiento. Y comencé a sentir entre decepción por no poder con eso, miedo por saber si seguiría consciente.

Era un shock de adrenalina.

-¿Estás bien compa?-

-Sí, síguele-le mentí. Me estaba dando la pálida.

Lo notó El Jacka. “Este wey se te va”…

Omar igual tuvo que destensarse dejó la aguja y sentí alivio. Igual y pensó que no soportaría. Salió corriendo por unas Sol Clamato.

Mientras sorbí unos tragos de Monster. El Jacka, comenzó a hacerme plática para que no me perdiera. Yo recobraba consciencia y sabía que no había para atrás. Tenían que seguir.

Regresó Omar y siguió. Con la chela comencé a relajarme. Y así siguió su trabajo. Otras seis horas, casi siete.

Cuando delineaba dolía más. La aguja que delinea todos los contornos es más gruesa. Cuando coloreaba usa otra con tres puntas que más que dolor da cosquillas.

“Son heridas, están abiertas. Y como tal tienes que cuidarlas”, me dijo mientras seguía.

Y mientras iba hiriéndome y a la vez haciendo arte, recordé cuál era el dolor más grande de mi vida. Ni remotamente comparado. Esto, las agujas en la piel, la tinta entrando en tu cuerpo, las horas de espera, la adrenalina del primer golpe, no se comparaban con el dolor que a diario tengo por la pérdida de mi madre. Eso me hizo pensar que era nada. Y finalmente me recordó porqué hacía eso.

Los días subsecuentes todo mundo preguntaba qué decía. Mientras sanaba y los colores tomaban su lugar, mientras la piel se desinflamaba, y caía una leve cicatriz como cuando las serpientes mudan de piel, intentaba explicar por qué había usado esa frase en mi cuerpo.

Aunque la explicación correcta, a fondo, y con conciencia se la di a Víctor noches después.

Ahora no la escribiré, quién sabe si mañana.

Solamente puedo decir que ese tatuaje sirvió para cerrar un ciclo de diez años.

Fue el candado, la llave en el cerrojo de una etapa en mi vida que ya acabó. Que quedó atrás con cierta gente, con ciertos traumas, con esos dolores, y con el aprendizaje que me dejó.

¿Pasarán otros diez años para meterme más tinta?

No sé. Es realmente adictiva.

Hoy tengo tres o cuatro bosquejos que me encantaría rayarme.

Solamente voy a esperar a que la situación ocurra, y a juego vengan los movimientos de la vida.

Lo cierto es que esta herida me la hice para cerrarme muchas otras.