viernes, diciembre 22, 2006

Crismas pic

En un lejano lugar, una tierra muy lejana, el Inmundo Animal algún día tuvo visos de una vida feliz.
Maldita infancia, ¿porqué eres tan corta?
El chaparrito soy yo. Mi hermano alfonso me abraza, el wey agachó la cara cuando accionaron la cámara. Qúe porte el mío, ¿no?
Esos días en casa se respiraban otros aromas.
Se vivía más lento, me enojaba menos, quizá lloraba más. Pero era vida. Esos días sí eran vida.

Diciembre me gustó pa'que te vayas

¿Qué pasa por la cabeza de papá cuando se le llena de mierda esa bocaza?
Escupe. Escupe. Escupe.
Hiere, descuartiza, mata, ignora, critica, evade.
Ira, irracionalidad, su machismo, esos son sus argumentos.
¿Así será mi navidad?

martes, diciembre 19, 2006

Temporada de corazones rotos

Así dijo.
Y fue contundente la frase vía msn.
Y es que a la puerta de la oficina se escuchaba el canto de una dama.
Acompañada con una canción de fondo… una de Amanda Miguel.
El me mintió, él me dijo que me amaba y no era verdad. No me amaba nunca me amó.
Así sonaba la voz de la esposa de Diego Verdaguer.
Si uno en sus aires morbosos se acercaba, podía ver cómo adentro de un automóvil negro —un Mercury, creo— la mujer berreaba la canción. Caguama en mano entonaba a su modo la canción.
Mentiras, todo era mentira. Palabras al viento. Oh Dios tú que estás en los cielos, tú que eres tan bueno, que no quede huella de él en mi cuerpo…
Y la ñora le ponía un tono, una emoción.
¿Le habrán roto el corazón?
En una de esas perdió la voz. Bajó de su auto, pero la canción no terminó.
Él me mintió, él me dijo que me amaba y no era verdad.
Y ella solita comenzó a decir: ¡Me quiero morir, me quiero morir!
Dentro del Oxxo, ahí a unos metros de donde bebía su cerveza, el dependiente movía la cabeza con cierto dejo de dolor, como arrepentido de haberle vendido la caguama.
Así me dijo Cobayo, concluyó en que esta es temporada de corazones rotos.

lunes, diciembre 18, 2006

La maldición de no ser fotogénico

Nótese.
Del día de mi examen profesional solamente tengo esta fotografía, en la cual, me veo de la rechingada.
Si hicieramos un concurso de... qué es lo que le pasó al Inmundo Animal cuando fue tomada esta fotografía podríamos poner varias opciones.
a) Es un enanito que no alcanza a salir.
b) Un perro rabioso lo ataca mientras accionaron la cámara.
c) El calzón le molesta y por eso tiene que jalarlo desde la profundidad de su ser
d) Simplemente es retrasado mental.
e) Es el típico chistosito que hace las peores caras para arruinar imágenes.
Eliga la que usted guste. Cualquiera, como mi pose en la foto, es patética.

Ya lo dijo el Chómpiras

Ah por cierto... dijera la sabiduría chespiriana: "Dígame, licenciado".
Pues los tres cochinitos que están en la picture ya estamos titulados. Nos fue bien en el examen de la universidad y el Pacheco (derecha, alias Carlos Pacheco, fotografo de Notimex), la Dector (alias Bárbara ector, fotógrafa de la Agencia Golfo-Centro) y su su servilleta, el Inmundo Animal pues ya semos licenciados. Ellos y varios conocidos y amigos míos, egresados de la chUpaep pues por fin nos titulamos.
La pic nos la tomó... ay no me acuerdo... pero fue en medio de la espera del góber precioso a su arribo al Festival Étnico de la Matanza, en Tehuacán, hace unos mesesillos. Estábamos muertos de calor. Se nota.

Cadáver decembrino

“Te estás avejentando Edmundo”, así lo dijo, como es su costumbre.
Sin miramientos ni compasión Selene casi casi me lo escupió en la cara.
¿Será cierto? Me estaré avejentando o simplemente maduro... ¿o me vuelvo más duro? Tan duro como el cascajo.
No sé. Cada que me quito la barba, es como si me despegara una máscara, hasta arde y no precisamente porque me irrita horrores, es más, siento que me quito años de encima, siento que vuelvo a ver al chamaco aquél que sonreía con facilidad mientras se dibujaban los hoyuelos en las mejillas.
Recién encontré una fotografía donde así aparezco, de siete años y con una sonrisa bastante genuina. Apenas perdí la imagen de vista, si la encuentro prometo postearla.
En ella sale el Inmundo Animal con una chamarra de cuero que le encantaba porque la utilizó en un bailable de Vaselina donde se sintió Danny Zucco.
Así aparecía, con pose de catrín presumo mis zapatos mientras guardo las manos en las bolsas del pantalón de vestir. Todo un galán recién entrado a los siete años. No recuerdo a ciencia cierta si mi hermana Blanca tomó la fotografía. Creo que sí, en esas fechas le iba de maravilla cuando trabajaba en Banamex. Casi cada tercer día Blanca estrenaba rollo —entre otras cosas— y me ponía entre sus muñecos de peluche. Las poses eran un poco ridículas pero me encantaba salir en ellas.
En esa ocasión me puso frente al árbol de navidad. Y yo que ni pintado, creído y emocionado con mi chamarra de cuero.
Esa sería la navidad del ‘90 o del ‘89, ya no recuerdo.
Pero ese año mi madre había adornado el árbol con esferas doradas y de color plata, moños rojos y mucha nieve artificial. El pelo de ángel ya no le convencía así que íbamos a Hidalgo por un poco de heno para colgarlo en el oyamel.
Esa era su costumbre, comprar un oyamel, una especie de pino enorme que en Tecochtenco, una comunidad de Tenango, se daba por borbotones. Ahí, en ese pueblito a media hora de Necaxa era donde mis padres tenían sus compadres.
Cada año solíamos visitarlos, les llevábamos esferas de Chignahuapan y ellos, en complacencia terminaban haciendo tremendo descuento a uno de los árboles que por centenares vendían.
En casa era todo un proceso aquello de la navidad.
El Poncho y mi padre amarraban el árbol al toldo del carro.
Ya en casa, mi padre hacía una cruceta, nivelaba el tronco y la clavaba en forma de base.
Mi hermano y yo vaciábamos las cajas de muñecos para el nacimiento. Mi madre acomodaba papel periódico, cajones y cajas debajo del árbol. Después montábamos pedazos completos de musgo traído de El Salto. Dejábamos agujeros que rellenábamos con espejos circulares para simular lagos. Ahí colocábamos los cisnes, quizá las piezas consentidas de mi madre.
Entre las montañitas que mi madre dejaba se armaban puentes o se improvisaban pozos. A mis hermanas les tocaba colgar las esferas, hacer moños, a mi hermano probar las series. Mi padre las colocaba. Yo nomás veía. Y también los vecinos. Había quien pedía permiso para que sus hijos visitaran tremenda maqueta de Jerusalén, muy a la mexicana, claro.
Con los años, por cada hijo que se iba, por aquello de intentar su propio hogar, a los demás se nos agregaban tareas.
Claudia dejó de hacer moños.
Miriam dejó de limpiar los muñecos del nacimiento y colocar el musgo.
Blanca dejó de tomar fotos y comprar esferas.
El Poncho dejó de bajar los muñecos del tapanco y tampoco probó las series ya.
Ya después la tarea tocaba a Papá, mamá y a mí, nos echaba la mano Carmen, quien casi fue mi nana.
Nunca fue pesado, incluso a veces mi madre se adelantaba en uno de sus desplantes de hiperactividad. Bien me tocó ver ya toda la casa arreglada cuando volvía de la secundaria.
Años después, cuando ya nada más quedaba yo como hijo de casa, mi madre optó por el árbol artificial.
La casa dejó de perfumarse por aquél pino, pero ya la enfermedad de mamá era condicionante de su entusiasmo por los arreglos navideños.
En su cama invirtió más tiempo en probar con las figuritas de fieltro.
La primer navidad sin ella fue muy difícil.
Papá no pudo ni probar las series.
Mi hermana Claudia terminó haciendo todo.
Quien lo dijera, ahora Claudia es la única de mis hermanos que no está invitada a la mesa de mi padre el próximo 24 de diciembre.
Y yo, pues yo me estoy avejentando.
Lo noto cuando recuerdos como estos me derrumban más de lo que me pudieran sostener.

Felices fiestas

Al parecer la mayoría se impuso.
Papá decidió celebrar navidad con sus hijos.
Abrirá su fortaleza de hierba para ellos.
Hace unos meses provocó que buscara hogar sustituto para navidad.
“Vete buscando en dónde quedarte, que me voy a ir a Cancún o a Puerto Vallarta”, dijo.
“Ay wey”, pensé. “Desterrado de lo poco que tengo por casa para navidad”.
Ya me había hecho a la idea, incluso había recibido varias invitaciones para las fiestas.
Pero resultó que mi hermano recién me pregunto vía mensaje de dos vías:
“Y qué, cuándo te dan vacaciones para navidad”.
Yo hice mi drama, pues ya sentenciado por mi padre, decidí decirle a mi carnal que no había muchas ganas de darse una vuelta por Venta Grande, menos si mi padre andaba tostanto su palidísima piel en cualquier playa de su egoísta agrado:
“Pues quedarme acá en Puebla. Papá no quiere hacer nada, dice que se va a la playa”, me acusé con mi hermano mayor.
Y como últimamente mi padre y el Poncho andan retecercanos, pues mi carnal se indignó por aquello de no ver a su progenitor y el resto de la camada en navidad.
Tres horas más tarde la esposa de mi padre casualmente se comunicaba conmigo:
-Cómo estás Mundo, oye, que tu papá siempre sí festeja acá mientras ustedes vengan. Poncho dice que vendrá, Blanca dice que viene si sus suegro se van a Chiapas, y Miriam pues viene. ¿Y yú?
-Ah pues yo ya estaba buscando albergue navideño porque mi padre sentenció su 24 de diciembre en la playa... pero si así están las cosas yo les caigo desde el 22 o 23.
-No pues tu papá dice que si vienen acá el 24 pues nos vamos el 31.
-Ah, perfecto. Porque entro a la chamba desde el primero o dos de enero. Entonces nos vemos...
Y zaz. Ahora sí tengo donde pasar navidad.
Resulta que hará dos años que mi padre se mudó a tal pueblo.
La verdad es que muy poco emocionante me resulta imaginar el itinerario de ese 24 de diciembre. No sé porqué tengo esa necesidad de pasarla con lo que queda de mi familia. Aunque sea en esa fría casa, en ese pueblo olvidado, donde los niños andan mugrosos y con los mocos en la cara. En ese lugar donde huele a estiércol de borrego y se ve pastar a las vacas en lo que deberían ser las calles.
Vaya, no sé si es mi hogar. Ya no sé.
Pero es donde está mi padre. De lo poco que me queda, de mis pocos motores en esta vida de la que cada día luzco más desencantado.

domingo, diciembre 10, 2006

Señal

Salí corriendo. Quién sabe porqué. Me estaba asfixiando en ese salón de clases. El traje y la buena finta ­-la barba afeitada, la corbata, los zapatos lustrados- me ahogaban.
Terminé en 45 minutos.
Tomé cinco minutos para respirar en el vestíbulo de la universidad. Me topé con Falcón, el profe al que sentí que no le agradé. Me saludó con una sonrisa, agradeció mi tarea entregada extemporáneamente.
Me puse los audífonos. Suzanne Vega y el coro de “Tom’s dinner” me acompañó en la histeria. Lo repetitivo de la canción me llevó a caminar varias cuadras hasta que me vi en los rumbos de mi casa.
Ahí mismo me sorprendí. Había escapado de varios miedos. Quizá por eso salí corriendo.
Cuando lo noté estaba en la esquina de la 21 sur y la 25 poniente. En ese momento comenzó, como en cinta de González Iñarritu, una canción y un choque. "Hopipolla" de Sigur Ros sirvió de fondo para que al dar el rojo en el semáforo una dama se amarrara en su camioneta.
Detrás del vehículo de doble cabina se impactaron dos automóviles más.
Inmóvil me quedé, como si presenciara una señal.
No hubo heridos.
¿Será una señal?

domingo, diciembre 03, 2006

Por cierto

Mi país sigue vivo

Lila movida


Lo prometido es deuda. Prometí poner una foto con Lila Downs.
Después de la rueda de prensa a los reporteros nos salió el fan que llevamos dentro. Y aprovechando ya el acceso VIP pues a darle con la Lila.
No pensé en verla tan de cerquita, por eso ni llevé cámara.
Los que sí llevaron, muy previsores, fueron la Tuza y el Yorch.
Cuando la Tuza pidió foto con Lila yo nomás me le pegué.
Sí, me colé.
En la foto me colé.
Pero para mi mala suerte la tomaron movida.
Fue en la única en que me colé, pero fue la única que me tomaron con Lila Downs aquél 2 de noviembre.
A un mes he aquí el recuerdo.
Eso me pasa por gandalla.