miércoles, julio 24, 2013

Indestructible


Sacred lies, and telling tales
I can be who you want me to be
But do you want me?

Do you want the truth or something beautiful - Paloma Faith


“¡Moe!”, siempre me ha gritado cada que me ve.
Y esta vez no lo iba a hacer.
Temblé de miedo.
Sabía que no se iba a lanzar sobre mí.
No me gritaría estridentemente.
Simplemente estaría ahí.
Entubada, tendida en una cama.
En pedazos.
Pero viva.

***

Reencontrarme con Tulancingo fue difícil.
El pueblo, puerta de la huasteca hidalguense, ya es más citadino.
La tierra del Santo, “el enmascarado de plata”, sigue recibiéndote fría por las mañanas, sigue con ese aroma a vaca en sus límites, sigue con el ruido del tren que hoy es meramente es atractivo turístico gracias a la melancolía.
Famoso por sus tortas planchadas, por su barbacoa, Tulancingo se ubica en una amplia planicie a media hora de Pachuca. Ahora hay vías más rápidas para llegar hasta ahí, el progreso no perdona, pero no dista de ser esa región donde aún llegan vecinos rancheros chapeados a hacer la despensa enfundados en sombrero, jeans y  botas. Esas nunca faltan. “Mucho güero lechero”, diría mi padre en el más galante de sus desplantes discriminatorios.
Mamá era fan de Tulancingo. Ahí mandaba a arreglar sus máquinas de coser, buscaba refacciones, conseguía tafetas y demás telas de buena calidad en “El Buen Corte” de la alameda central. 
Corríamos al mercado por una morelianas, que no son más que una tostada con jamón y mucha crema. Cada que podíamos nos movíamos los jueves a la Plaza del Vestido. 
El pueblo me recuerda mucho a mi madre.
Y ahí estaba de nuevo. Ahora para una visita fugaz, para ubicar un hospital.

***

A la puerta de Médica Tulancingo me encontré a la prima Liz, que sigue igualita, por cierto. 
No sé qué cara puse que pidió que me tranquilizara. 
Ella solamente anotaba una serie de malestares, huesos rotos, órganos dañados, una lista aparatosa de dolor. 
Quizá por eso los ojos se me fueron abriendo a un punto casi desorbitado. 
Se me rodaron las lágrimas. 
“Calma, mi tía no puede verte así. Si subes así va a ser peor”, me dijo.
Unos escalones arriba estaba toda la familia de Jéssica, toda. 
Estaba Denisse y Josué, no alcancé a ver a doña Margarita, su mamá. Tampoco a su padre. Entré y me interceptó La Gorda, Nélida. “Gracias por venir. Por favor, cuidado con mi mamá. Está muy mal”. Me abrazó y a unos metros estaba doña Margarita.

***

La sala de los Castro Salazar en Canaditas era más bien el salón de plenos de nuestro grupo de la prepa. Realmente no hacíamos gran cosa, no convocábamos revoluciones, a lo mucho se compraban cervezas cuando los papás de mis amigas no estaban.
Los escalones de la entrada eran lo suficientemente frescos en el verano y en invierno o días de lluvia nos amontonábamos todos en la sala frente a la televisión mientras desmenuzábamos al resto del pueblo entre la plática. En ese entonces Josué y Jéssica eran novios.
La Jecka había sido coronada señorita Prepa, Denisse prácticamente era la última novia que mis días bugas verían pasar. Y La Gorda subía y bajaba, cambiaba de escuelas o simplemente echaba relajo, cocinaba para todos. Prácticamente pasé más tiempo ahí que en mi casa cuando corrían los tiempos de la prepa Albert Einstein de Nuevo Necaxa.
De esas cosas me llené la mente mientras llegaba a Tulancingo.
De la prepa y esos recuerdos.
Pensaba en lo mismo cuando Yayo tomó el Arco Norte de regreso a Puebla.

***

—¿Quieres pasar a verla?
—Sí, no me puedo ir sin verla.
—No te lo recomiendo, Moe.
—¿Tan mal está?
—Es difícil verla así…—me dijo Josué.

Nueve años fueron novios. Les tocó toda esa evolución rara de la inseguridad post adolescente, del adulto temprano, de la vida que pasa de ser normada por las reglas de nuestros padres a las reglas que te pones tú mismo según quieres ser presa o cazador en la pinche vida. Eso vivieron juntos. Mucho. No sé cómo acabó su relación. A la fecha nuestro grupo de amigos sobrevivió a verlos distantes, algo que jamás pensaríamos.
Y aún así Josué salió corriendo de Toluca. Pasó por Denisse a DF. Y llegó a primera hora a Tulancingo. Nadie pudo donar sangre. Exceso de requisitos. Además todos habríamos tenido que regresar martes a primera hora.
Josué se despidió de doña Margarita. Había estado un buen rato con don Aurelio. Llorando los dos, con quien fue su suegra trató de aguantarse. Yo no pude.
“Voy a rezar por ella”, prometí.
La última vez que había rezado fue por mamá.

***

¿Recuerdas cuando nos conocimos en la fiesta de tu prima Karla?
¿Cuando dibujábamos nuestros comics?
¿De tu vestido rojo y la pasarela del “Señorita Prepa”?
¿O de mi hermana haciendo bilis como nuestra prefecta?
¿Te acuerdas cuando te conté todo lo que pasaba con mi vida?
Yo me acuerdo perfecto. Eres para mí más que una hermana Jecka. 
Quizá nunca te lo he dicho
Pero sé que vas a leer esto cuando mejores.
Sé que, como dice La Gorda, eres una guerrera.
Y cuando esto pase voy a tener certeza de algo que ya sabía de ti. 
Algo que admiro en ti. 
Ser indestructible.