lunes, julio 30, 2007

Vote usted

Resulta que la madrugada del jueves no podía dormir y apestaba a trailero.
Sudaba de manera horrenda y salí corriendo al baño.
Ya entrado en gastos noté que tenía barba digna de Robinson Crusoe, de Luis Paredes en su extraño retorno tras el exilio, vaya me sentía yo el Capitán Cavernícola sin hijo. Así que al son de matarile terminé con ella y el rastrillo.
Me tardé media hora con todo y la debida irritación que detesto porque siempre me ataca mero donde ronda la papada.
Lleno de pelos dejé el lavabo, diría Selene, y fui a dormir como con cinco años menos de edad. Je, por lo menos en apariencia. :S
En fin.
Al otro día escuché los panchos de medio mundo.
Ni en entrevista la procuradora me reconocía, eso dicen.
Los propios, ajenos, cuates, némesis, colados, amigos, todos pues todos se quejaron de mi mal tino… “¿Porqué te quitaste la barba?”, “Te ves como chamaco”, “Se te nota la papada”, “Te ves más viejo”, “Se te notan más las arrugas”, “Mejor te hubieras cortado el cabello”, “Sin la barba y como te vestiste hoy pareces señor”.
Tras el listado de propuestas, quejas, sugerencias y comentarios preferí volverme a dejar la barba no sin antes una consulta a las bases, como bien citarían los priistas en ese estilo tan democrático en que rigen su vida.
Bueno y la votación va bien.

15 a favor de la barba.
2 en contra de la barba.
Al parecer la barba regresa.
Aunque no hemos cerrado las urnas.



***


Alguna vez me criticaron por mi post titulado “Quiero verme como un chico Almodóvar”. Recuerdo que don Marco Torres me dijo fue un tanto banal y superficial el escribirlo.Incluso me dijo que contrastaba otro tanto con mi personalidad ese lado egocéntrico…Creo que este post tampoco le gustara.

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Ah. La pic me la tomé en una madrugada después justo de escuchar a Martín Hernández Alcantara criticarme por mi mala decisión de quitarme los pelos de la cara. Por eso mi cara de puchero combinada con desvelo y dolor de panza porque el Smirnoff me cayó de la patada.

domingo, julio 29, 2007

I cheated myself

I cheated myself like I knew I would
I told ya, I was trouble
you know that I'm no good


Me odio cuando no puedo controlar lo que siento.
Me odio cuando al evadir soy tan obvio.
Me odio porque, al fin y al cabo, no soy tan robot como pensaba.
Me odio porque a veces quisiera que mis sentimientos actuaran como mecanismos bien aceitados.
Me odio porque olvido lento, porque desperdicio el tiempo, porque mi corazón no es nada práctico.

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¿Será ley de Murphy?
Quien sabe, pero las cosas pocas veces salen como se planean.

domingo, julio 22, 2007

¿Más que un robot?

Puede ser que las cintas de verano vengan mal al gusto de muchos.
Domingueras, palomeras, puro efecto, un churro. Así las llaman muchos de los conocedores del cine. La verdad recuerdo que por ese tipo de cintas es que, yo por lo menos, me inicié en la pantallota.
Recuerdo el primer caso.
Cómo olvidar que a mis diez o nueve años se me helaron las piernas cuando vi al Tiranosaurio Rex de 'Jurasic Park'.
Inolvidable.
Simplemente recuerdo la sensación que tuve, un vértigo espantoso, cuando los protagonistas bajaban en helicóptero al sui géneris parque temático y en paralelo había una cascada enorme. Era de mis primeras experiencias en el cine, fui a uno en Torres Lindavista por donde vivía Miriam, mi sister.
Qué decir cuando los sueños de un niño por revivir a los dinosaurios en su mente estaban plasmados en la pantalla de plata: una llanura repleta de diplodocus, triceratops pastando, y un abrevadero rodeado de esas bestias, gallinmimus corriendo como un ato de avestruces… no sé, lo recuerdo, me vuelve a la mente la cinta de Spilberg y regreso a mi niñez.
Ayer sentí lo mismo.
Si bien mis sueños de caminar entre mechas no fueron cumplidos al cien por ciento, sí salí satisfecho y con mi carota de niño cuando salí de la sala en que exhibieron 'Transformes'. Recuerdo que de niño fue otra de las series que me impactó. Transformers, Astroboy y Mezinger Z eran los artífices de mis primeros sueños.
Y ver a Optimus Prime recreado de tal manera que podías ver sus ruedas aún girando a la par que se transformaban en una de sus imponentes piernas me dejó boquiabierto.
Del cine salí con una doble carga de adrenalina inyectadas en menos de dos horas y media.
Seré sincero, la historia en general resultará ilógica, increíble, tonta , irreal y hasta patética. Pero escuchar esos rechinidos del metal mientras peleaban, verlos partirse en dos, escuchar la voz original de Optimus, el sonido original de cuando se transforman, notar que rasgan el pavimento mientras nacen de una Hummer, un Solstice, o de un Camaro. Llevarse consigo puentes enteros o pelear a toda velocidad sobre una autopista, vaya, vale la pena.
La cinta apela mucho a los recuerdos de niño.
O por lo menos apeló a los míos.
Inserta por todos lados detalles que alguna Hasbro hizo récord en ventas como Mi Pequeño Pony o el mil veces horrendo Furby.
Eso es lo mejor, la cinta está plagada de detalles en batallas, en el silueteado de cada uno de los personajes, en sonidos, en formas, en la textura de la lámina, la pintura de los autos, vaya, hasta lo que llevan colgado en el retrovisor.
Y a pesar de tener una intervención secundaria, los actores de carne y hueso se enfundan, en su mayoría, en personajes bien dibujados, arrodillados ante los vicios de la vida postpostmoderna, la sociedad del consumo, la clase media y el auge tecnológico. ¿Suena conocido?
No soy fan del director de la cinta, Michael Bay.
Nunca he sido gran amante de las cintas de Spilberg, su productor.
Pero realmente entré muy escéptico, pensaba que la cinta no me dejaría buen sabor de boca.
Me llevé una sorpresa. Si el lema era “más que un robot”, creo que esta es más que una cinta palomera o un churro de verano.
También pensé que la película mucho menos podría rendir un buen homenaje a uno de mis juguetes favoritos, mi Optimus Prime, “con verdaderas partes de metal”. Ja, estuve en un error y terminó remitiéndome a las fechas en que me peleaba con mis primos para que no fueran a joderle alguna de sus partes.
Vaya, salí del cine con ganas de correr a mi antigua casa y buscarlo entre los montones de triques que dejó mi infancia. Me revolvió la melancolía por crecer en el tardío período de los 80’s y los entrantes 90’s.
Incluso tuve miedo cuando escuché la aniñada voz de Chester, el vocalista de Linkin Park, con esa negra canción de cuna que es “What I’ve done”, insertada en los créditos finales.
Con la voz de niño en el cierre del último estribillo quise voltear a buscar a ese escuincle asustado, curioso, metiche, parlanchín pero tímido, que algún día fui.
Maldito sea el cine que hasta una cinta llena de efectos especiales e imágenes agregadas por computadora, un churro de verano, una movie vil y palomera, lo hace a uno remontarse a días bellos.
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*La pic se la debo a Marco que sí encontró en su caja de juguetes, esas que aún muchos deben guardar en la azotea o entre sus triques, a su Optimus Prime "con verdaderas piezas de metal". ¡Qué tal, eh!


miércoles, julio 18, 2007

Cinco momentos que detesto

Can you tell me a story that I don't know ?
Can you show me a picture that I haven't seen before ?
Can you do one thing for me?
Just let me know.
Forgive me, for leaving you alone.
Forgive me, for not saying any more...

Forgive me / Infected Mushroom
Si algo detesto es sentir mis pies fríos dentro de las calcetas mojadas y cubiertas también por el zapato húmedo mientras de mis orejas gotean una y otra vez por culpa de la lluvia…
Detesto más el toparme en situaciones que se salen de mis manos.
¿Qué momentos más detesto?
Hagamos una lista.
  1. Cuando me siento presionado y todo sale mal. Vaya, trabajo bajo presión y estoy acostumbrado a ello. En mi oficina se vale, para eso me pagan. En mi vida no.
  2. No tener tiempo para arreglar cosas pendientes. Odio tener mucha ropa recién lavada y no poderla acomodar porque falta tiempo.
  3. Detesto cuando se le acaba la pila al iPod cuando la jornada de trabajo está a al mitad.
  4. Me choca cuando comienzo a contar con recelo malos ratos que me hace pasar la gente que quiero.
  5. Odio andar justo de varo. Me pasa al final de quincena, es mi culpa. Mi cartera es tan libre como los calzones de una puta.
Hasta ahí le paro.
Hoy creo que no debería postear.
La lluvia, el frío, me recuerdan a mi tierra. Me hacen sentir melancolía.

viernes, julio 06, 2007

32 y contando...*

Edmundo Velázquez / Un dulce olor a muerte se despide del boquete en la tierra que los socorristas hicieron en el kilómetro 08 más 100 de Zacacoapan. Seis cadáveres se suman a la cuenta de la tragedia del alud en Eloxochitlán. Van 32 y contando…
El jueves por la mañana la maquinaría pesada fue de regreso, tanto armatoste sirve poco si quieren encontrar completos los cadáveres. Los picos y las palas también lucen abandonados cerca del letrero donde puede leerse: “Zacacoapan 700 habitantes”. Solamente permanece una de las dos excavadoras, promesa a medio cumplir de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, que según su titular, había establecido cinco máquinas pesadas para desenterrar el autobús y dos vehículos más sepultados sobre la carretera interestatal, vía temeraria para los conductores por el constante número de remaches y parchados en el asfalto del sinfín de sus curvas.
Para llegar a Eloxochitlán, en específico a Zacacoapan, junta auxiliar donde ocurrió la tragedia, serán necesarias cinco horas desde la ciudad de Puebla, razón que podría explicar la tardanza con que actuaron las autoridades el día miércoles: el primer llamado de auxilio llegó a las siete de la mañana, la ayuda apareció al mediodía y el primer cadáver fue encontrado casi a las ocho de la noche.
Desde aquél día los ataúdes permanecen a granel en varias camionetas de redilas. Como si se ofrecieran en un divino plan al más allá, aparecen acomodadas y se lucen uno tras otro los tamaños: el más pequeño de 60 centímetros; luego el mediano, digno para un adolescente o un anciano y el de tamaño adulto.
A pesar de las distintas tallas parece que la muerte calza bien a todos en la Sierra Negra, pareciera ser el tono en que hablan todos los funcionarios, los rescatistas, los reporteros, todos se acostumbran y hacen ojos de palo ante la tragedia, hacen cuentas, suman uno tras otro a los cadáveres. “Veinticinco, veintiséis… no, ahora son 29, no ahora ya suman 30 los muertitos”, se actualizan entre las cuentas funcionarios y mirones.
Los rescatistas ven indiferentes a las camillas donde se asoma parte del cuerpo de uno de los tripulantes del camión, al mismo tiempo, al fondo de la escena puede verse un militar peleando por desgarrar un hierro retorcido, al parecer la ventanilla del camión que suena como violonchelo desafinado mientras finalmente se desprende.
Y las cuentas siguen. La procuradora Blanca Laura Villeda solamente levanta una de las hojas de su tabla de reportes. En ella pueden leerse sumas y sumas de cuerpos sin vida, de gente.
Pasa otra camilla. ¿Será el número 30? Qué importa. De todos modos “apesta a madres”, como dice Hugo Isaac Arbola, director general de la Policía Judicial en el estado. El funcionario detiene un poco la mirada y se le nota el asco en los ojos. El olor a muerto se le metió hasta la garganta, a él y a todos los presentes los asqueó lo dulce, lo amargo, lo podrido, todos los aromas son uno a la vez, todos se combinan en una ráfaga.
Luego aparece una palera, le pide a un hombre con cámara en mano que le tome su testimonio, porque ella “quiere agradecerle tanta atención al ciudadano gobernador licenciado Mario Marín Torres”.
Regordeta, la maestra de la región que dice ser coordinadora de programas del estado de Puebla, que apenas y se da a entender cuando dice su nombre, enarbola una oda al gobernador con micrófono en mano. Ella secunda la idea del mandatario, esa de que “él no manda al agua, él qué más puede hacer, si tanto ayuda”.
Sobre su barriga descansa una bolsa en la que guarda el celular con un símbolo del PRI.
Y hay quienes contradicen a la señora fanática del priismo y de la hipersensibilidad de Mario Marín como gobernante.
Nicolasa Marroquín, estudiante de unos 19 años, se queja con rabia de las cosas que dice al gobernador. “¡Cómo se apena diciendo de la muerte de ‘taaaantos campesino’! ¿Será que sí le importan? ¿Será que sabe que no todos son campesino?”, vocifera la muchacha. También recita mentadas de madre. Exhibe su rabia y prefiere seguir comiendo, se calla y sigue sentada en ese comedorcito que a manera de mirador colocaron para ver a todo esplendor las piedras, excavadoras y hormigas uniformadas trabajando.
Un puñado de mujeres procura la comida para todos. Bañan en molito memelas que enredan y acompañan con huevo revuelto. Cacerola en mano hacen sus rondas con los servicios de rescate, con los funcionarios, con reporteros y mirones. Sabe a gloria hasta que aparece otra ráfaga de pestilente aroma a humano en plena descomposición.
La lista de espera es larga en el auditorio de la población. Como todos los edificios de la zona, aparece a la orilla de una curva, como salpicado por un mal arquitecto entre montones de tierra y terraplenes mal armados.
Es la mayor muchedumbre. Se advierten las caras largas y el silencio. Todos hacen turno para pasar a reconocer lo que queda de sus familiares. La cara de preocupación cambia a una de horror a la salida del inmueble. Colocados dentro deben estar los ataúdes abiertos, preparados ya, porque los funerales inician hoy mismo.

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*Crónica publicada el día viernes 6 de julio en CAMBIO.
La foto es de Pepe Castañares compañero fotógrafo de La Jornada de Oriente. La imagen corresponde a una de las asistentes al funeral de Armando Hernández, checador del camión que fue sepultado por el alud.




miércoles, julio 04, 2007

Entre niños te veas

Hace una semana Miriam llegó a la oficina e intentó taparme los ojos mientras yo me hacía el tonto y sabía que intentaba sorprenderme.
Mi hermana se quedó a la puerta del cubículo de edición, miré de reojo y noté que esa barriga chelera le había crecido. “Jesús —dije entre mí— ¿será lo que estoy pensando?”.
Y fue.
Se llamará Constanza y mi sister ya tiene seis meses de embarazo. Las últimas dos semanas que no la había visto su sobrepeso se convirtió en una descarda barriguita. Je. Se veía tierna ese día, su blusa rosa y unos ojos más destellantes. “Ojos de embarazada”, dirían los expertos…
Mi padre respondió como lo imaginamos.
Este fin de semana que pasó fue corriendo a darle la noticia.
Volaron sartenes y sonaron los gritos. Nada que nos sorprendiera. Papá cuida de mi sobrino Rodrigo, de casi seis años e hijo mayor de Miriam. Lo quiere mucho pero le ayudaba a mi hermana cuidándolo desde que ella vino para Puebla a buscar chamba.
Y pues, en los dos años que casi lleva acá pues parece que encontró más.
No sé porqué se hace la sorprendida.
Yo creo que ansiaba un bebé más.
Así que no creo que haya tanta culpa en su parche anticonceptivo, “que nomás no funcionó”, dice ella.
No hay problema, yo sigo tejiendo chambritas.
Ahora tengo dos sobrinos en camino, el hijo de Poncho y la niña de Miriam.
Ocho y contando…

lunes, julio 02, 2007

Tu suave vendabal

Me atravezó... tu suave vendabal,
el impulso antiguo y sutil,
la estela de tu perfume
"Perfume"
Bajofondo Tango Club



Llegué a la una.
Un poco más temprano de lo usual porque la sesión del Club de la Sopita fue breve esa noche de domingo y madrugada de lunes.
Quizá aprovechó el regreso de San Alejandro y pasó a casa.
Dejó las cosas en la sala y ahí estuvieron unas horas hasta que llegué.
En la bolsa de El Paje seguían las botas color miel que mi papá me regaló. Mi perfume Nautica, mis botines negros, la playera azul de tramado azul cielo y blanco, mi suéter favorito en varios tonos de café –que papá me regaló en navidad del 2006-, un calzón azul, la gorra que me compre en la Zona Rosa y hasta arriba una de las últimas prendas que mamá me regalo.
Ya casi hecha una garra estaba la playera gris de manga larga que compró mi madre de improviso en Rodríguez porque yo no llevaba pijama en uno de sus tantas citas con la quimioterapia.
Después de su muerte la atesoré. La usé mil veces como sintiendo que ella la había hecho casi a mano. Y aún la conservo a pesar de que está rota y desgarrada de los puños y las comisuras de la mangas. Incluso tiene esas desagradables marcas de años y años de un uso exagerado del desodorante.
Estoy seguro que la usó.
Con eso me partió la madre.
Al recuerdo de mi mamá le impregnó su aroma.
Me hizo llorar lo que no había llorado en estos días de los que no llevo cuenta.
Lo merezco.