domingo, noviembre 13, 2011

Rayones 1


I swaer to God,
I heard the Earth inhale

The Editors / In this night on this evening...
(Recién retomé los rayones)

Ink

Hace años lo pensé.
Y nunca estuve realmente seguro hasta el día que Víctor me llevó al local de Tinta Elektrika.
Eran más de las diez de la noche y estábamos en el Starbucks de Huexotitla, cuando sugirió preguntar. Yo, en plan pesimista y con la Moleskine en la mano pensé que estaría cerrado.


Pero me animé a movernos (maldita cafeína).

En efecto, el local lucía cerrado. Bueno, con la cortina arriba, con las luces tenues, pero adentro se observaba movimiento. Era el buen Omar dando rayos a una chica. Recuerdo que hacía algo como un ángel a un costado derecho del cuerpo de la chava que no tenía más allá de 23 años. Omar tenía guantes de látex y la aguja mecánica en la mano, tapabocas y lentes de pasta, el cabello rapado y las cejas tupidas. Solamente hizo una señal de ‘no’ con el dedo índice. “No estaba abierto”, pensé, chin… Ya me voy. Víctor insistió.

-Si en verdad quieres el tattoo, pregúntale. Dile que no lo quieres ahora mismo, que te dé cita...-dijo.

-Sí, ¿verdad? Sonreí nervioso.

Hablé fuerte hacia Omar, pues las puertas y ventanas estaban cerradas. “¡Solamente quiero que me des cita!” Omar paró la máquina. La chica se levantó. Comenzó a tronarse la espalda. Y el ángel de su costado comenzaba a dibujarse entre el rojo de la sangre y los colores de las alas y la piel.

-Puedo hasta dentro de dos meses… Agosto 26-dijo Omar y sacó la libreta. Confirmó que en efecto ese día era el único libre. Eso fue alrededor de principios de junio del 2011. Zaz. Dos meses… perfecto para saber si me acobardo, pensé. “¿Qué te quieres hacer?”, preguntó.

De la Moleskine busqué las páginas marcadas.

-Quiero esto en toda la espalda alta… De hombro a hombro-

-HOMO HOMINI LUPUS… Es latín… En un pergamino. Okey… sería tanto. ¿Quieres dejar un adelanto?-.

Dejé 200 pesos de adelanto y el resto del pago se lo daría ese día. El 26 de agosto. Ya no había para atrás. La verdad es que salí nervioso del estudio de Tinta Eléktrika. Quién sabe por qué si ni me habían hecho nada. Apenas era la cita y ya me temblaban las patas. Me tiré de a loco a mí mismo y me olvidé del tema.

Una semana antes de la fecha marcada para la cita me llamó el buen Omar…

“¿Listo? El sábado tengo cita contigo de tal hora a tal hora. Por el tamaño de tu tatuaje van a ser mínimo seis horas así que necesito esa disponibilidad. No debes beber nada, debes de comer bien y cenar bien un día antes. Desayunar chido y a las 12 ahí nos vemos. Cero alcohol y dormir bien, carnal, que si llegas desvelado, mal comido, o crudo te me desmayas. Y es la primera vez que te tatúas… mejor estar bien”.

La llamada me dejó frío. Se me había olvidado, por completo en dos meses que iba a hacerme mi primer tatuaje y que iba a ser toda la espalda. “¡Ah la madre! ¡Nada de alcohol!”, fue lo que más me escandalizó. Un día antes me guardé como virgen. No quise atender a pachangas. Me enojé incluso si trataban de sonsacarme. Me daba pavor no llegar en las condiciones. No recuerdo si dormí bien. Pero llegué puntual a la cita. Cosa que no ocurrió con Omar que se retrasó casi una hora. Empezamos a la una con el diseño. Marcó el rededor del pergamino de hombro a hombro en mi espalda y pidió mi aprobación. Buscó una tipografía parecida a la que pedía yo. Me encantó… entre gótica y art noveau.

Omar comenzó a mostrarme todos los instrumentos, las tintas, cómo es que se esterilizaban las agujas. Y los tonos que se me aplicarían.

Omar tomó la máquina. Comenzó a probar. Sonó un pequeño taladrar. Fino y constante. Igual que suena la sierra de Stricker, un instrumento que vi y escuché mientras lo usaban los médicos legistas para abrir el cráneo de los cadáveres a los que les realizaban la necropsia.

Escuché ese sonido y lo comparé de inmediato.

Víctor tomaba fotos a lo lejos mientras hacían el transfer de las letras. Luego llegó Lia. Y al final Tuss. Todos ahí echando porras.

Al primer pinchazo las necesité.

El sonido se aproximaba a mi oído. Y por tanto la aguja venía contra mi piel.

Me estaba desmayando al primer movimiento. Y comencé a sentir entre decepción por no poder con eso, miedo por saber si seguiría consciente.

Era un shock de adrenalina.

-¿Estás bien compa?-

-Sí, síguele-le mentí. Me estaba dando la pálida.

Lo notó El Jacka. “Este wey se te va”…

Omar igual tuvo que destensarse dejó la aguja y sentí alivio. Igual y pensó que no soportaría. Salió corriendo por unas Sol Clamato.

Mientras sorbí unos tragos de Monster. El Jacka, comenzó a hacerme plática para que no me perdiera. Yo recobraba consciencia y sabía que no había para atrás. Tenían que seguir.

Regresó Omar y siguió. Con la chela comencé a relajarme. Y así siguió su trabajo. Otras seis horas, casi siete.

Cuando delineaba dolía más. La aguja que delinea todos los contornos es más gruesa. Cuando coloreaba usa otra con tres puntas que más que dolor da cosquillas.

“Son heridas, están abiertas. Y como tal tienes que cuidarlas”, me dijo mientras seguía.

Y mientras iba hiriéndome y a la vez haciendo arte, recordé cuál era el dolor más grande de mi vida. Ni remotamente comparado. Esto, las agujas en la piel, la tinta entrando en tu cuerpo, las horas de espera, la adrenalina del primer golpe, no se comparaban con el dolor que a diario tengo por la pérdida de mi madre. Eso me hizo pensar que era nada. Y finalmente me recordó porqué hacía eso.

Los días subsecuentes todo mundo preguntaba qué decía. Mientras sanaba y los colores tomaban su lugar, mientras la piel se desinflamaba, y caía una leve cicatriz como cuando las serpientes mudan de piel, intentaba explicar por qué había usado esa frase en mi cuerpo.

Aunque la explicación correcta, a fondo, y con conciencia se la di a Víctor noches después.

Ahora no la escribiré, quién sabe si mañana.

Solamente puedo decir que ese tatuaje sirvió para cerrar un ciclo de diez años.

Fue el candado, la llave en el cerrojo de una etapa en mi vida que ya acabó. Que quedó atrás con cierta gente, con ciertos traumas, con esos dolores, y con el aprendizaje que me dejó.

¿Pasarán otros diez años para meterme más tinta?

No sé. Es realmente adictiva.

Hoy tengo tres o cuatro bosquejos que me encantaría rayarme.

Solamente voy a esperar a que la situación ocurra, y a juego vengan los movimientos de la vida.

Lo cierto es que esta herida me la hice para cerrarme muchas otras.


miércoles, octubre 05, 2011

Ironía

Platicaba con don Toñito Quiroz que, hace años, la rutina camionera era de cada fin de semana.
Tendría yo 17 recién cumplidos cuando llegué a Puebla. (Bueno sí… ya son poquito más de diez años, y qué… ya tengo 29.)
En fin, el asunto es que el primer semestre de universidad mi padre traía una ansiedad conmigo. Como si no pudiera con el paquete de vivir solito tenía yo que pasar lista cada semana… Sí. Cada semana. Y quizá esto suena poco complicado.
Pero, la bronca no es como suene. Si no que pasar lista significaba darse una vuelta de tres horas y media de retache a la Sierra. Cuando confirmamos que me quedaba en Upaep terminó por dejarme aventado (aventado, no instalado) en una pensión horrible en la 17 Poniente.
Bueno, a mi padre tenía que rendirle cuentas a cada semana, a cada quincena.
Hoy no quiere ni verme.
El día que decidió no volver a saber de mí Papá se levantó temprano. Como es su costumbre.
A las 8 de la mañana termina de ver el primer noticiero de Televisa. Ama a Loret de Mola. Ha de preguntar cómo carambas su hijo no sale en la tele si la universidad le salió tan cara. “Yo le dije que mejor le regalaba un carro”, ha de pensar.
Y sí, la oferta de don Ildefonso vino al sacar cuentas de cuánto sería de los nueve semestres en Puebla (sin hablar de gastos diarios). “Mejor te meto a la Compañía”, dijo en ese entonces.
A los años, tras el cerrojazo de Luz y Fuerza, en aquél fatídico octubre del 2009.
La propuesta, además del carro y chamba casi segura en la empresa más longeva del ramo en el país, jamás la acepté.
No sé si herí su orgullo.
Él, como buen jubilado, salvó el pellejo. Y terminó siendo pensionado. Mi hermano y otros tantos más (miles… muchísimos), corrieron con mala suerte. Los liquidaron “conforme a derecho”, diría el cínico de Lozano Alarcón. Esa habría sido mi suerte de haber aceptado la propuesta de papá.
Recuerdo que aún me tocaba checar una página web en las noches para alimentarla.
A las doce de la noche vino el madrazo. Certero y preciso desde presidencia.
Estaba yo en shock.
El titular en todos los medios nacionales vía web decía lo mismo. Luz y Fuerza había muerto. Y calderón echó la última palada.
Hablé de inmediato con mi hermano. A mi padre no lo pude localizar.
Él estaba en la división Tulancingo, afuera de su lugar de trabajo.
Así como las otras divisiones en todo el país, los empleados esperaban afuera de las instalaciones o alrededor de las sedes del Sindicato Mexicano de Electricistas. Todos con el Jesús en la boca y sin saber qué decirle a su familia. Se corría rápido el rumor. Habían tomado ya la central en Marina Nacional. Ya pocas cosas iban a arreglarse.
Recuerdo que mi padre ese fin de semana se perdió quién sabe dónde.
Al parecer agarró Veracruz de pretexto para espantarse el aburrimiento por Venta Grande.
Tomó el calorcito del Puerto y seguro no salió del café La Parroquia como es su costrumbre.
En un momento del viaje (en uno de sus incontables recorridos por el malecón a donde siempre pasaba a sobar la placa en que se decía que Porfirio Díaz había inaugurado el puerto y las obras para carga y descarga) fue que su esposa notó algo raro en un periódico.
“¡Cerrojazo a Luz y Fuerza!”, decía El Dictamen.
Adriana se espantó.
-Ahí dice que se acabó Luz y Fuerza.
-Tas loca mujer, si desde Salinas están que le dan en la madre y no pueden.
-Pues ahí dice, a menos que mientan.
Cuando papá volteó a ver los periódicos se puso pálido.
Regresaron el domingo a mediodía, le metió al acelerador. Llamó a sus conocidos.
Era un hecho. Se había cerrado la Compañía.
A la deriva se había quedado ya el record de mi hermano y cuantos más.
Papá empezó a hacer planes emergentes y dejó su vida holgada.
Ahora no sé qué es de él.
Solamente sé que no quiere saber de mí.
Pasó el día que, como año con año, tiene que soportar un procedimiento burocrático de “supervivencia” al que obligan a todos los jubilados. Hace cola, pasa lista. Y sigue recibiendo su pensión.
En la fila alguien lo reconoció.
-¿Chicharrón?, ¡ya no habías venido!-le dijeron en la fila. Y en efecto, papá después de la muerte de mi madre, después de vender la casa, y agarrar todo lo que tenía para emigrar tres o cuatro pueblos arriba de la Sierra, jamás quiso pararse por ahí.
-Sí pues… me volví a casar y me fui de aquí.
-¡No! ¡Qué va a ser!-dijo aquél inoportuno. –Tú no has vuelto porque te salió un hijo jotito, ¿qué no?-remató.
Mi padre se puso de mil colores. Primero no entendió. Después confirmó que sí, que le habían dicho que un hijo de él le había salido puto. Pensó primero en Poncho… se dio de golpes. No pues cómo, si Poncho llevaba tres divorcios y dos hijos. “¡Ay cabrón…! ¡Mundo! ¿Mundo es puto?”, seguro pensó.
Don Ildefonso intentó jugarle al bruto y sopeó al inoportuno del cual aún desconozco el nombre.
Resulta que vía Facebook, medio pueblo se había enterado de las aventuras de Mundito. Es más, agarraron la red a manera de telenovela. Todo supieron y todo lo contaron.
Papá llegó pálido con Adriana.
Contó todo a punto del paro cardiaco.
Tomó el teléfono y mentó madres contra mis hermanos.
Sintió que todo mundo sabía, menos él.
Desde entonces no sé qué es de su vida, más que por recados, por terceros, por mensajes que a escondidas me escribe su mujer.
El señor tiene sobrepeso.
Necesita oxígeno para poder dormir.
Al parecer ya ha bajado de peso, pero el doctor insiste en que debe de bajar aún más.
Come sin sal, sin grasa, sin sabor ni eso que exigía en cada plato.
Dicen que no duerme bien.
Irónico. Antes me quería cerca de él cada semana.
Ahora sigue sin preguntar por mí.



lunes, octubre 03, 2011

402

A los que siguen este sitio (y, también, a los que no lo admiten, pero están pendientes)


Llevo días en debate interno. No sé si me quedo o me voy.
No sé si Facebook está aún en mi ánimo. Y menos Twitter.
Y las noticias no son muy alentadoras.
Tuiteros encarcelados y otros encontrados muertos no fomentan nadita mi gusto.
Hasta la fecha algo que me molesta sobre Twitter es precisamente cuánto la gente se la pasa haciendo muecas cada que agrega o disminuye un seguidor.
Hoy tuve un comentario encantador de don Luis de la Cruz.
Narrador de oficio, Luis elogió el estilo que encontró en este blog.
Y, de paso, me pidió que seleccionara uno de los textos que más me gustara para que él, en uno de sus espectáculos, lo narrara a la multitud que le busca.
Un honor.
Le he enviado “Que la boca se me haga chicharrón”, que escribí pensando en la infortunada suerte de mi padre siendo niño.
Ahora que veo que mi blog tiene 401 publicaciones (402 con este, diría el contabilizador con ánimo tuitero que llevo dentro), siento que no son nada si no hubiera llegado algún comentario como el de Luis. Algún mail, como hace años me llegó uno desde España y me trajo un maravilloso amigo. El número no sería nada si no hubiera conocido a bloggers como Manu, El Erario, Cobayo, don Mario.
Ahora que veo el número de publicaciones siento que aún falta un chingo por soltar.
Que aún no lloro, ni escribo, ni grito lo que me duele la pérdida de gente, de mi madre.
Tampoco sé si algún día terminaré de escribir todo lo que quiero.
¿Será que un día me canse?
¿Será que un día me gane la moda de alguna red social?
Admito que ya pasó. No suelto Facebook. Y Twitter un tiempo por poco me gana.
No sé. Y no es que tenga obsesión por el blog. Simplemente a veces falta soltar los dedos… teclear duro, sacar el hígado y que, en vez de lágrimas, vea cómo se van anotando uno a uno lo caracteres en Arial o Times Roman.
Al fin, esa es una de las grandes ventajas de tundir teclas.
Que así sea pues en otras 401 publicaciones…
(¿O eran 402?)









sábado, octubre 01, 2011

Las noches blancas



¿Qué ha sido de ti?
¿De aquella canción?
¿De las horas muertas en tu habitación?
¿Quién dijo que no perdería el control cuando iba camino de la destrucción?
Amaral-Riazor


Darío se ha vuelto un recuerdo recurrente en las noches locas.
Cómo olvidar que él roló el primer artefacto, novedoso y a la vez provocador de tanta adrenalina.
Recuerdo una noche en Garotos. Hará ya más de cinco o seis años. Ya perdí la cuenta.
El artefacto era curioso, pequeño, compacto y con una precisión de engranaje. Un giro era suficiente para euforia inmediata. Para tener reacciones de recuperación al cuerpo que comenzaba a cansarse por la fiesta. En ese entonces eran maratones que arrancaban en jueves y terminaban, seguro, en domingo con algún almuerzo de una bola de zombies.
Ayer escuchaba al Rano hablar de él.
Ah, cómo se le extraña, cómo se le quiere.
Fue buen maestro en noches como esas y hoy debe morirse de la risa con lo que nosotros llamamos ‘excesos’.
Me tengo que quitar el sombrero con él.
Siempre por dentro le admiré y nunca se lo dije.
En su velorio no pude decir gran cosa. Vi gente conocida y tuve dos que tres recuerdos como este en la mente. Y le agradecí.
Gracias a él, hoy no puedo espantarme de nada.
La memoria de todos lo cuida con amor y respeto.
Y en las noches blancas, a veces en silencio, a veces para mí, a veces con sus amigos, pero siempre se brinda a su salud.

martes, septiembre 27, 2011

Alerta

Soy cautivo de los estribillos sencillos.
De los más bobos.
De los más cortos.
Son bien eficaces.
Y yo usualmente sucumbo ante ellos.

No importa si es rock, reggae, o vil pop.
Siempre se me quedan martillando en la cabeza.
Pasó con Amaral.

Ale ale…
Ale ale alerta…

Una princesa dormida en un castillo vacío
Al despertar se dio cuenta que esta fuera de sitio
En medio de la ciudad anda arrastrando su traje
Las joyas de su corona no sirven para este viaje.

Ale ale…
Ale ale alerta
Cuando camina, niña perdida.

Una princesa dormida… en un castillo vacío.
Al despierto comprendió que era rodar su destino.
Su reino por un amigo que le acompañe esta noche
¿Que pronunciara al oído las silabas de su nombre

Ale ale…
Ale ale alerta
Cuando camina, niña perdida.

Se me quedó el coro de esa rola.
Es triste y pegajosa.
Llevo días con ella en la cabeza.
Quizá porque recordé a alguien por esta canción.




miércoles, septiembre 07, 2011

Recuerdos pésimos de un cumpleañero

Okey...
Creo que no es ningún secreto que no tenga el mejor de los días hoy, a pesar de que es mi cumpleaños.
No soy precisamente un fanático ni de las fiestas ni de las celebraciones (cuando en mi caso se trata). Por eso subí a Facebook las 10 razones por las que no me gusta celebrar mi cumpleaños, desde desperfectos hasta hechos tragicómicos.

Recuerdos pésimos de un cumpleañero #1Que mis padres se desvivieran con una pachangona (piñata, globos, pastelote, aguinaldos) y puro marro llegara sin regalo al cumpleaños. Yo siempre me paraba en la puerta a exigir el regalo. Con la pena, no entran sin un detallito, ¡mínimo un roperazo!

Recuerdos pésimos de un cumpleañero #2Que armaran pachanga temática y me vistieran de Batman. ¡Y encima me pusieran de fondo musical para la gran entrada del cumpleañero.! Ya saben, la rola clásica de “Tara ra ra ra ra ¡Batman! ¡Batmaaaan!” (En privado era divertido usar mallas y máscara, frente a todos los invitados no.)

Recuerdos pésimos de un cumpleañero #3Que, encima de todos los traumas de cumpleaños pasados, insistan en armar pachangas familiares para “celebrarte”. Y lleguen tus tíos, tus vecinos, el primo segundo, el pariente y exactamente T-O-D-A la gente a la que no quieres ver.

Recuerdos pésimos de un cumpleañero #4Que te digan que armes algo en el antro y salgan con “¡Que cada quién paga su cuenta! ¿no?”, y te dejen botado, olvidado, muy pedo y pagando, por supuesto, cuentas ajenas.

Recuerdos pésimos de un cumpleañero #5Que las sorpresas nunca funcionan. ¡Nunca! Por eso odio las sorpresas. O adviertes que va a ser fiesta y luego tengas que fingir: “Nunca me lo imagine, ¡neto weeee!”.

Recuerdos pésimos de un cumpleañero #6Que arranques en tu depa una fiesta en jueves. Lleguen como 80 extraños. Y despiertes en domingo, por cierto, crudísimo y en Casitas, Veracruz (dos días después y sin un maldito peso para el regreso).

Recuerdos pésimos de un cumpleañero #7Que te atasquen de pastel en la jeta. Año, tras año, tras año… parece que la gente se luce por estropear el pastel, tirarlo, embarrártelo o mínimo buscar que te asfixies con una avalancha inversa de merengue y pan. Lo peor de todo es que es muy divertido cuando no eres el cumpleañero.

Recuerdos pésimos de un cumpleañero #8Que te armen una pachanga en una casa con jardín y llueva a cántaros (y encima la lona tenga una falla técnica). No daré más detalles.

Recuerdos pésimos de un cumpleañero #9Que te inviten a desayunar en VIPS… donde el cumpleañero come gratis.

Recuerdos pésimos de un cumpleañero #10Que mamá se despidiera de mí en mi cumpleaños. Murió casi un mes después.

miércoles, agosto 03, 2011

El año



“Hey heeey…
I saved the world today”
The Eurythmics


Tomó un post it y ahí anotó las señales.
“Tolana #12. En la esquina carro de hot dogs. Doblas mano izquierda. Casa de zaguán blanco y ladrillo aparente”.
Guardó la nota.
Una hora más tarde iba de San Manuel a Camino Real, solamente por un café.
-¿Pero nada más por un café?
-¿Cómo? A qué te refieres.
-Sí. Que te estoy invitando a mi casa porque no puedo salir y estoy de niñero. Así que no va a pasar nada.
-Ah… sí. Sí. No hay ningún problema.
Cerraba la conversación minutos antes.
Seguro corrió a lavar el Ibiza Azul. A perfumarse. Buscó las gafas que le había regalado el ex, lo único que tenía ya de él (además de dolorosos recuerdos).
Tardó un poco en llegar. Cuando entraba a Camino Real nada más se reprochaba así mismo, como aún suele hacerlo cuando sabe que está a punto de alguna imprudencia. “Ve hasta dónde vienes por la pura putería, Víctor”. Parecía a regaño propio, sonaba a alguna diatriba que le regalaba irónicamente su mente como si se tratara de Aarón, que pudiera estar sentado del lado derecho susurrándole como Diablo Guardián.
Entró a la calle que debería ser Tolana.
Ahí estaba el carrito de jochos. Se siguió de largo porque no encontraba el 12. No daba. Supuso que una casa marcada con el 14 sería. Quizá habría un error. Paró el auto.
Desde adentro el otro se asomaba. Veía el azul marino con marcas raras en el toldo. Acaba de bañarse. Se había rasurado. Estaba en chanclas y pants. Quería ocultar esa emoción que ocurre en las travesuras de una noche. Parecía que eso sería. Vaya error.
Bajó los escalones de la casa. Abrió el portón y ahí estaba. Chaleco gris, jeans, playera, gafas… ¿a las 10 de la noche? Muy buen aroma. Y una sonrisa atornillada, algo no había gustado. Obvio algo pasaba ahí. No era el tipo barbón del chat. Pero sí daba un aire. ¿Le habría puesto una foto falsa? ¿Por qué este tipo se veía lampiño? ¡Además! Estaba chancludo. Algo no iba bien. Uno perfumado y otro chancludo.
Pésima primera impresión.
-Pásale…
-Hola. Primero me presento.
Vino un saludo de mano. Un abrazo. Se sintió honesto. Pero fue rápido. Por ahí andaba el Lucas así que no se podía salir, el pinche perro loco había sido dejado a cuidado del jefe.
Cruzamos la sala. Seguimos hasta la cocina y ahí estaba lo prometido. La cafetera encendida. La cocina con vista al limonero. Dos lugares puestos.
Fueron tres cafés de hecho.
Después un six de cervezas.
Después se olvidó de la barba afeitada, de las chanclas. De todo.
Todo pasó hace más o menos un año.
Mañana de hecho hará un año.
Y seguimos juntos.
Te amo.

martes, julio 19, 2011

IFE

“Me declaro oficialmente mudado”, le dije a Víctor.
No hay día en que no despierte y piense en ella. Así que tuve que llevarla conmigo.
Acomodé su retrato en el baúl que Tuss me regaló de alguna de sus mudanzas. La fotografía era de su credencial de elector. Recuerdo que un poco de Photoshop ayudó a quitar el desencanto provocado en la horrorosa imagen tomada por el IFE. La imagen, por cierto, fue tomada unos días después de que a mamá le avisaron que el cáncer ya estaba en su cuerpo. Recuerdo que corrió a los trámites urgentes por aquello del mentado seguro social. Entre ellos iba de cajón la credencial de elector que nunca le interesó tener. Solamente cuando le fue irremediable corrió al sitio y tomaron una fotografía donde, como siempre, lucían sus ojos tristes. Café claro. Ya colmados del miedo que le provocaba la enfermedad.
La fotografía es la única que me queda de mamá. La que más me gustaba, que ella misma arrancó de su título de modista (y que odiaba por mostrarle tremendamente ingenua a sus 17 años), me la robó mi tío José. A la muerte de mamá me quedé con ella. Algún día el tío la pidió para ampliarla y hasta la fecha no la he visto. Ni siquiera colgada en la sala de su casa en la colonia Azteca, donde solíamos ser vecinos.
Así que esta, la del IFE, es la única imagen que conservo.
Quizá, lo escribo sea a manera de un mea culpa pues la dejé olvidada cuando me ganó el amor y salí corriendo de la casa de Tolana. Ahora que cambio de dirección y que me mudo con Víctor lo primero que hice fue tomar el retrato.
Tomé el baúl. Metí en él todas las demás fotografías que conservo desde la primaria. Algunas de mi familia, mis hermanos. Mi padre. Mamá odiaba dejarse tomar fotografías. Odiaba a muerte la que le tomaron en su boda y cada que la veía colgada en la sala por puro gusto de mi padre, se daba de golpes en la pared. Aunque eso sí, la toleraba porque se veía el vestido de boda que ella misma se había confeccionado. Le encantaba. Estoy seguro que la fotografía la conservó a la vista solamente para presumir que portaba un conjunto hecho por ella misma.
Quién sabe qué habrá hecho papá con ese cuadro, por cierto. Adriana, la última esposa de mi padre (hasta ahora, pues), nunca tuvo problema de que el cuadro siguiera colgado hasta que se mudaron a su casa propia en Venta Grande.
Además de las fotografías al baúl también metí mi título profesional, algunos reconocimientos, igualmente la compilación de Mafalda regalada por Zeus en mi cumpleaños pasado. Agregué la última Rana René que mi madre me compró, hecha en fieltro. Puse igual ropa que aún usaba y terminé acomodando discos, películas, libros y objetos que considero esenciales. Cerré el baúl y Víctor me ayudó a llevarlo al auto. Dejaba la casa de Tolana que siempre me pareció un tanto fría a pesar de que tuvo potencial para llenarse de vida.
Dejamos el cofre aquél en el taller de Víctor. A la noche siguiente que hubo tiempo saqué una por una las cosas. Algunas sin uso tuvieron dueño de inmediato. Las importantes encontraron cabida en la que es mi habitación desde hace más de ocho meses. Y al final, ahí esperaba, al fondo del baúl la imagen de mi madre. Le limpié el polvo. Víctor le encontró un clavo sobre la escalinata de libros cercana a la ventana que da hacia la primera privada de Río Bravo. Colgué el retrato. Afiné la colocación para que se viera bien derecho. Me acosté en la cama. Y mi madre me observaba desde el flanco izquierdo.
“Sí. Ya me mudé”, le dije a Víctor.

jueves, mayo 26, 2011

Bienvenida






I can lead a nation…
With a microphone…
With a microphone…
Flobots / Handlebars



Vengo muerto.
Harto.
Aburrido.
Cansado.
De malas.
Quizá es porque siento que perdí mi tiempo.
Varias horas ahí sentado escuchando a Elba Esther Gordillo y a Felipe Calderón.

¿Suficiente para malhumorarse? Sí, y más cuando se escucha ese doble discurso que ya nadie se cree sobre calidad de la educación y de cómo sacar adelante a los chamacos. Sí, cómo no. Imposible cuando tienes a una líder vitalicia en el sector y encima, los profesores le rinden pleitesía como si fuera el mesías, como si ella fuera a efectuar el rapto de los 200.
Así, molesto escucho. Soy un metiche, lo siento.
Un compa de la imagen, fotógrafo pues se entera de una manta.
-No señor, yo no alcancé a obtener la imagen, pero podemos buscarla. Seguro alguno de mis compañeros la obtuvo.
-¿Narcomanta?-le pregunté a Castañares.
-No, algo contra Elba Esther. En un puente de la Vía Atlixcayotl. Pero la quitaron en chinga.
-No, pues si la ñora viene en helicóptero… ni cómo la vea.
Y sí, seguro Elba Esther ni se enteró.
Pero no todos estábamos muy contentos de que acá se le reciba tan bien.
Gajes del oficio.
Cosas que uno tiene que ver.
Bendito país.







martes, mayo 24, 2011

Me lo encontré en el diccionario...

Congruencia:

“…la congruencia también puede ser una forma de expresarse. Cuando un pensamiento o una idea es congruente con otro, eso señala que la persona que lo expresa es coherente y no genera ningún tipo de contradicción entre una parte y la otra. También la congruencia se puede dar entre el pensamiento, idea o forma de expresarse de una persona y otra.
Un texto, un enunciado, una frase y otras formas escritas también pueden volverse congruentes entre sí si buscan y logran expresar las mismas ideas o sentimientos. Cuando se pierde esa congruencia a veces las formas de expresión se vuelven desordenadas, inentendibles y contradictorias ya que no siguen una línea o pensamiento general”.

¿Tan difícil es?

viernes, enero 28, 2011

Rutina

Es rutina.
Sabes a qué hora toco a tu puerta.
Cuánto tardo en llegar de la oficina.
Sabes que podremos salir a cenar.
O hacerlo en tu casa.
Que podemos pasarnos horas viendo Six feet under.
Que no te puedo decir no si sirves un par de vasos old fashion.
Así como lo tomo: con whisky, agua mineral y hielos.
Tampoco digo no cuando me pides que te lea.
Cuando tengo un libro nuevo entre manos.
Que te ponga mi música, que te la pase a tu pastilla.
O cuando me pongo a actualizar el iPod que me regalaste en navidad.
Menudo reto, 160GB para mí solito.
(¡Ya llegué a las 5 mil rolas!)
Muero igual de ternura cuando me pasas tu pijama.
(Esa que irónicamente era de tu ex)
Si estoy cansado, si me ves molido, ni preguntas.
La aspirina, el café, el té, el baño, todo está listo.
Suena a codependencia, lo sé.
Pero me gusta.
No duermo, ni puedo, si no empiezo a abrazarte por mi flanco derecho.
Pongo mi brazo derecho bajo tu cabeza, como almohada.
“¡No se te duerme!”, has dicho siempre con esa cara de emoticón.
Te abrazo con el izquierdo.
La pierna izquierda igual te abraza.
Mi muslo sube hasta que roso tus nalgas.
Mis piernas te tocan.
Sientes mi pecho y tiras ese suspiro raro y gutural, desde tu pecho.
Y eso me indica que por fin podemos descansar, pero juntos.
Sí, es rutina.
Sí, quizá codependencia.
Pero nunca se sintió tan bien.