El domingo nueve terminó la exposición de Tunick en el MUCA. Tuve que ir a la UNAM por mi foto, digo, no estuve en pelotas casi una hora para no obtener nada, ¿verdad? El hecho es que Marco y yo nos lanzamos la mañana del sábado por nuestras fotos. Y la experiencia de reencontrarse con la anécdota sirvió horrores. Recordé, en unos minutos toda esa mañana en la que Manuel, Lalo, Marco y yo quedamos con todo al aire -claro, con otros 20 mil más- en pleno zócalo. Recordé la tranquilidad de estar en la posición fetal, sobre el frío de la laja en el zócalo y pensando en nada... en nada. Quizá así sea la paz de la piedra fría de la tumba o de la plancha de un quirófano. Quién sabe... El hecho, antes de que divague más, es que tengo en mis manos la foto que regalaron a todos los miles de modelos, que para mi gusto fue la peor, y pues a pesar de que esté fea y simétrica, creo que la enmarcaré pero para recordar el momento en que ese señor fotógrafo de no sé dónde me regaló un segundo de paz.
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Ah por cierto, en la pic estoy de espaldas buscando dónde carajos estamos. La tomó Marco.