lunes, diciembre 10, 2007

Un segundo


El domingo nueve terminó la exposición de Tunick en el MUCA. Tuve que ir a la UNAM por mi foto, digo, no estuve en pelotas casi una hora para no obtener nada, ¿verdad? El hecho es que Marco y yo nos lanzamos la mañana del sábado por nuestras fotos. Y la experiencia de reencontrarse con la anécdota sirvió horrores. Recordé, en unos minutos toda esa mañana en la que Manuel, Lalo, Marco y yo quedamos con todo al aire -claro, con otros 20 mil más- en pleno zócalo. Recordé la tranquilidad de estar en la posición fetal, sobre el frío de la laja en el zócalo y pensando en nada... en nada. Quizá así sea la paz de la piedra fría de la tumba o de la plancha de un quirófano. Quién sabe... El hecho, antes de que divague más, es que tengo en mis manos la foto que regalaron a todos los miles de modelos, que para mi gusto fue la peor, y pues a pesar de que esté fea y simétrica, creo que la enmarcaré pero para recordar el momento en que ese señor fotógrafo de no sé dónde me regaló un segundo de paz.

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Ah por cierto, en la pic estoy de espaldas buscando dónde carajos estamos. La tomó Marco.

Mordida...

Un consejo, primero noten de qué es el pastel antes de lanzar al jefe sobre una tarta de pie helado sabor guayaba con doble capa de ate de membrillo y base crocante de Crusli. En la foto, Rueda, el director editorial de CAMBIO, es embarrado por Selene, mientras yo alcanzo a empujar su cadera. A los lados la mamá del cumpleañero y el, todavía, alcalde de Puebla, Enrique Doger. Atrás sale la Pua Cataño (sí, escribí Pua, no malinterpreten) y el Yoni que estaba entre sorprendido y cagado de la risa.
Ah por cierto, el empujón de cadera se me ocurrió cuando Selene me ganó la moyera de Arturo. La foto... no sé de quién es. Pero la publicó Zeus Munive hoy en CAMBIO.

domingo, diciembre 09, 2007

¡Arriiba las manos, putos!


Todo un ángel de Charly, diría Yonadab. No pues la neta, no. Nomás soy yo en medio de una práctica de tiro en la Policía Municipal.

jueves, diciembre 06, 2007

My name is

En momentos como éste, en el que no pasa nada, en el que ya me la llevo de muertito hasta que me den vacaciones, es que pierdo el tiempo en datos inútiles. Son divertidos y siempre llegan por los canales más típicos. En uno de esos horribles y aburridos fowards me llegó una página para conocer el significado de tu nombre, ja, por lo menos fue divertido.
Acá está todo lo que encontré...

Edmundo

Significado: El que protege sus tierras. Nombre de origen germano.
(¿Tierras? ¡Si no tengo casa propia!)

Naturaleza emotiva: Se manifiesta en la expresión artística, las cosas del honor y las del humor. Ama el color, las proporciones y el ánimo alegre. Le gusta sentirse complementado.
(¡Soy daltónico!)

Naturaleza expresiva: Es adaptable. Se expresa airosamente en cualquier nivel. Gentil, vivaz y amigable. Ama lo que está más allá de la superficie de los seres y de las cosas.
(Así o más filosófico...)

Caracteristicas: Es práctico, organizado y le gusta mantener todo bajo control. Es perseverante en todo lo que emprende y piensa muy bien cada decisión que toma.
(Ahí sí coincido)

Amor: Cuando encuentra a alguien que significa algo especial en su vida se muestra confiado y distendido.
(¿Distendido? Esa palabra ni está en el diccionario)

Talento Natural: Es mente de pensamiento previsor. Se expresa como pensador práctico, que planea en grande y al planear se sirve simultáneamente de la codificación y de la demolición. Recibe aumento en las empresas que requieren de métodos de esfuerzo organizado.
Su mente es tanto más previsora cuanto más extensa es la empresa. Ama lo importante, lo que requiere tiempo y obra con el tiempo. Podría destacar en profesiones como experto en eficiencia, industrial, ejecutivo, editor o crítico editorial, comerciante, empleado público, banquero, interprete.
(Casi le atinan, bueno aunque sí he sido editor, pero fue por poco tiempo)

Ahora que veo, ni el nombre me salvó de lo daltónico.
Si mal no me contaron, mi madre lo escogió en honor a uno de sus hermanos que murió, el menor de toda su familia. El tío Edmundo murió a los tres meses de nacido y era el menor de todos los hijos del abuelo Filemón. Por tal casualidad fue que me pusieron ese nombre.

miércoles, diciembre 05, 2007

De hueva y el karma

Que si las cifras de la PGJ han sido maquilladas (¿apoco?), que si son más suicidios los ocurridos que los reportados (¡no me digan!), que hoy tendré que hacer uso de la creatividad para sacar la nota nuestra de cada día (no hay pez), que hoy hasta el frío espantó a la información (y a nosotros los reporteros nos vuelve más huevones). Y hoy lo más relevante en mi día fue una breve lección entre el karma y el dharma.

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La mirada se me desencajó cuando vi la escena: con las cuencas vacías de ojos un hombre caminaba a punta de bastón en la esquina de la 7 Poniente y la 5 Sur. En el pecho llevaba un letrero donde decía algo así como “que Dios te de ojos para no ignorarme”. Bajo el letrero colgaba una pequeña cubeta que creo era verde. A unos pasos de mí la culpa se me arremolinó en el bolsillo. La mano mecánicamente jaló una moneda de la bolsa delantera derecha del pantalón. Tomé la primera que sentí, era de diez, lo noté cuando iba cayendo dentro de la cubeta. Era la más grande que había caído dentro del balde, lo noté porque hurgué con la mirada cómo iba en su día el señor. Pero mi curiosidad despertó el enojo del invidente. Quién sabe cómo el señor detectó cercana mi presencia y pensó que alguien le robaba las pocas monedas del día. En improvisada defensa comenzó a bastonear, casi me pega. Yo me hice para atrás y escapé cuando el microbús para la oficina. Subí a la ruta 4 mientras notaba que mi última moneda se la había dejado al señor. Pagué con las de 20 y 10 centavos que encontré entre el maletón de la laptop. Hice parada diez minutos de un viaje en el que me la pasé pensando si fue mucho o poco lo dado a aquel espectral anciano que casi me tira los dientes de un bastonazo. Y en la baba bajé del microbús a unos pasos de la caracola que es la iglesia de Huexotitla, a metros de la oficina de redacción. Antes que pusiera los dos pies en el piso el chofer arrancó como suelen hacerlo, sin cerciorarse de que el pasajero haya bajado. Y yo, que casi no grito, que no me enojo, que lo rabioso me sale nomás cuando amerita, pues terminé hecho bilis por temor a ser la víctima ciento setenta y tantos del transporte público. “¡Aguanta cabrón!”, le grité al chofer mientras hacía una suerte digna de trapecista para caer del modo más elegante. “¡Vas que vuelas…! ¡¿Se murió tu puta madre?! ¡Vas que vuelas por la herencia!”, grité mientras el chofer volteaba por el espejo lateral y yo le encorvaba el brazo derecho en el tipo ademán de “¡chingas a tu madre!”. ¿Sería castigo por pensar tanto en el monto de la limosna al viejito? Quién sabe, pero yo ya maldecía a la caridad cuando, minutos más tarde, me daba cuenta que no me alcanzaba para mi jugo de durazno. Chale. Tuve que pedir prestado pero me sentí mal por seguir regateándole la limosna a aquél viejecillo con el pensamiento. Me toqué el pecho y me sorprendí. En mi bolsa de la chamarra, pegada al pecho y del lado del corazón, estaba una moneda de diez pesos. Como si alguien me hubiera cerrado el hocico.