miércoles, enero 19, 2005

Virgo, ascendente en aries

Maldigo mi suerte que tan mal me hace obrar. Que me logra llano, que da doble monotonía.
Hoy me dijeron que era un mal profeta. Me dijeron que la cartomancia no es mi fuerte. Me amenazaron, me dieron un adios en abonos.
También me dijeron que no veo más allá de mi nariz, me encerraron en el mundo que yo mismo inventé, lograron derrotarme y ahora no pienso cambiar la concepción de un mediocre ser que en potencia encarno.
Hoy se burlaron de mis tontas concepciones, en la cara me echaron todo el drama de mi ser.
Hoy mi mente es pecera de antojos, de resoluciones incompletas, de medias tintas, de pesares y malos proyectos, de poca coherencia, de mucha locura.

Amanecí de nuevo encerrado en un sueño.
Era una habitación pequeña dentro de una casa de dos plantas. Degradados rojos en las paredes. No recuerod ventanas ni muebles.
Una escalera en mi paso que nunca ascendí. Una nipona con vestido de novia de gasa que me cocinaba y pedía ser parte de su vida.
No quiero desposarte, le decía, no quiero, no me gustas ni creo gustarte, continuaba hablando yo desesperado por sus ruegos sin sentido.
Giró el sueño como una cámara en película independiente, ahora la nipona me veía a ls ojos arrodillada cocinaba algo en una hornilla. Movía el sartén, yo me desesperaba, la pateaba, como perro le ordenaba que se fuera, que cerrara la puerta y que no dejara entrar el frío.

El sueño se acabó. Desperté en mi cama. El ruido del celular fue el que tronó mis tímpanos. Encendí el radio y el boiler también. Me metí al baño y no soporté mi ser.

Unos preguntan si fabrico una depresión, otros preguntan con qué dinero viviré, unos afirman el contrato que puede sacarlos de mi vida, otros parpadean como interfaz gráfica del chat. Hoy comenzó mi día con un poco de repudio propio. Y creo que terminará igual por saberme ese ascendente en aries, nunca de ascendente piscis, es otro virgo que apareció por allí. El mismo que celebra tragedias propias, el mismo que echa lumbre simplemente por querer por ser él.

sábado, enero 15, 2005

Asalto a Cartier

Viernes 14 de enero. Siete de la tarde y nada que hacer. Selene y yo nos sonrojamos con la champagne no tan barata que Agüera le regaló. En casa de Pilar, luego de unas albóndigas en riquisima salsa de tomate, pasta con especias y mantequilla, vino blanco y consomé con queso, fue que buscamos a Zeus, el plan había sido dispuesto para que en El Greco nos viéramos con él, con Mario Alberto Mejía, Ulises Riuz y el par de fotógrafos que pronto entrarán a Cambio. El plan se cambió, MAM no llegó y decidimos checar una película, cenar en Angelópolis y escoger una corbata para el informe del gobernador.

Todo normal, todo común. Sin novedad en el frente, niñas fresas de la mano de niños fresas, gente bien caminando, gente nice comprando y haciendo como que compraban. Zeus de adelantó a Scappino con su grácil andar de oso panda, Selene y yo nos desvivimos un momento por el escaprate en LOB. Iba a darme una vuelta por el MixUp, pero Selene me mostró una gorra de ferrocarrilero con precio de 122 pesos que, de haberlos tenido en la bolsa, la cachucha ya estaría en mi cabeza. Dos pasos y nos internamos entre los pantalones y descuentos cuando dos disparos se escucharon y un grito colectivo inundó la plaza comercial.

No pensé. Volté a ver a Selene, Selene volteó hacía mí. El par de ilógicos tuvieron un orgasmo por la adrenalina mientras los asistentes a la tienda se tiraban al suelo y el tiempo se hacía nada. No pensé de nuevo. Me abalacé a las galerías, quería ver. Selene me pendejeaba a lo lejos, ahora que lo pienso, yo mismo me intulto. No pensé en los disparos, me valió madres todos, fuí irracional, quería ver. Mi condición de metiche se menguó un poco cuando se escucharon los otros dos balazos. Corrí de nuevo al aparador. El guardia me ordenaba que fuera hacia atràs. Selene seguìa maldiciendo mi estùpida temeridad. La gente corrìa afuera. Se arrastraban, una niña lloraba de la mano de su papá, ambos corrían hacia el estacionamiento. Pasaba la gente y la incertidumbre no nos dejaba. Selene y yo pedimos salir. "Somos prensa, debemos estar afuera", decía ella, el policía no creía. Después de ver que Zeus estaba bien, encerrado en Scappino me alivié un poco del nerviosismo previo que tuve al intentar buscarlo por el celular.

Zeus no estuvo del todo bien. La curiosisda se la calmó el balazo en la esquina superior de Scappino, al momento vio la manera en que las cajeras se tiraban, lloraban, morían de miedo.

Cuando se instauró el silencio los tres salimos de las prisiones de seguridad en que se habìan convertido las tiendas. Un mar de confusos policias se apostabn sobre Cartier. Cristales rotos, gente en shock y tres mirones completaron la escena. ¿Pues va la nota no? dijo Selene. Yo no respondí y saque pluma y libreta, incluso violé los dos hilos de tranquilidad que el quedaban a la testigo frontal. "Tranquilo. Se porfesional", me dijeron a regañadientes Selene y Zeus. Estaba yo invadido por adrenalina, se me salieron 30 gramos de psicosis, me puse a juntar datos. La ese y la zeta se fueron por la reacción de los compradores. Mientras dentro de Cartier podías ver montones de cristal roto en el suelo. El símbolo de la casa estaba tirado entre el mostrador donde una nerviosa señorita intentaba explicar lo ocurrido:

"Llegó un tipo de aspecto descuidado, en pants y con una maleta, él gritó: 'Ahora sí se las cargò la chingada', sacò un mazo y una pistola, rompió los cristales, yo me tiré al suelo."

La escena del lugar era de película gringa, la otra señorita que atendìa en Cartier estaba menos completa que el vidrio en el suelo. Le daban primero auxilios, la hacìan entrar en reacción. Los policias comenzaron a acordonar, empezaron a checar las pruebas, las pistas, lo que fuera.

Media hora después Selene estaba en cuclillas sobre una gota de sangre. Yo no le habìa creído que alguien hubiera resultado herido, hasta que el perito lo comprobó y señalò las marcas sobre el mosaico de la plaza. "¿Me crees ahora?", me decìa en la màs honda indignación Selene. Habìa desconfiado de ella. Nunca hagas eso.

Luego llegaron otros reporteros, más mirones, gente nice que tomaba fotos del atraco con la tecnología de su celular. Un juguito del 100% Natural pa' bajar el susto, sin azucar para no provocarnos la diabetes.

El ambiente era de episodio de CSI. Me sentì en serie gringa pro un dìa, al Zeus se le saliò el bajòn de adrenalina con un poquito de llanto, a mi me doliò la cabeza. Selene sigue chingàndome con que soy un pendejo por acercarme a los cristales luego de la balacera. Yo sólo pienso que en efecto, fue insano el exitarme con eso. Pero recuerdo el primer dìa que sentí un temblor bajo mis piernas y el sentimiento es parecido. Emociòn rara, adrenalina. Estúpida adrenalina.

jueves, enero 13, 2005

Borra, regresa.

¿Qué haces cuando una sonrisa ajena te mata? ¿Qué llevas a tu corazón cuando alguien tiene un precioso par de ojos y no deja de mirarte? Esa persona te sonríe, te ve, te agrada. Es gusto mutuo el conocerse.

Una noche fría de enero. El aire azota la iglesia de Nuestra Señora del Cielo. Su estilo arquitectónico barroco indígena no importa en el momento. Es una misa en memoria de alguien. Posteriormente a un funeral ya nadie quiere saber nada. Ya enterró a su muerto, ya intenta vivir con el dolor que le dejó aquél que se fue. Ya no llora, solo recuerda, sólo se le estremecen los músculos cardio vasculares, busca un alivio, traga el aliento mecánicamente, se encuentra en standby. Vive. Lo que le queda, vive. Así vi a Ramón. De unos 24 años, el hombre-niño con los ojos más destellantes que he visto se montaba en el dolor, en su pena. Lloraba por su ex novio. Por Toño.

A Ramón le supe sus mañas el día que lo vi en el "Mandragoras", un día que a Natalie, ex compañera de la universidad se le ocurrió presentarlo. Ahí, minutos más tarde llegó Toño, sería cuestión de días lo que llevaban separador. Visualmente crucé miradas de inmediato con Ramón. De facciones finas, andar cordial, sentidos agudos, lentes cubriendo sus brillantes ojos, con actitud de hombre, su imagen es la de un niño de 14 años. Frágil, de osamenta tierna. De delgados músculos. Concordamos en muchas cosas, en la música, en los comentarios, en degustar el ganado y dividirlo. A Toño le molestó tal complicidad, mal pensó mi amigo, mal pensó.

Y es que esa vez, en que Antonio Chamorro temió que su ex novio, el tierno Ramón se desayunara al Edmundo que en previas ocasiones no consiguió, fue la última vez que tanto Ramón, como yo, lo vimos con aliento, con vida, bailando a su modo la versión de California dreamin' de los Royal Gigolos. Fue la última vez que se zampó unas cervezas. El hombre andaba ocupado con su proyecto de organización no gubernamental. El chavo era movido, no sé porque nos dejó. No sé cuál habría sido su argumento, no sé si habría sido un buen argumento.

Hace como una semana exactamente fue que Don Mario Martel me arrancó a Toño enseñándome una esquela publicada por La Jornada de Oriente, en ella, Juventud Alpha, grupo que había fundado cuando se enteró de su condición seropositiva, se despedía haciéndole todos los honores que no pudieron recordar cuando lo exhiliaron de él, de su creación.

Un día que se me ocurrió tener la autoestima al doble de elevada fue que en el sedan blanco de la mamá de Zeus nos fue comunicada la mala nueva. Incredulidad fue lo que tuve los siguientes diez minutos que el señor Zeus manejó hacía el zócalo de Puebla para encontrar el diario donde Martel vio del terrible desaguisado. Selene lo confirmó cuando se bajó del carro, pagó los 10 pesos que el diario vale acompañado de la edición nacional, lo llevó al bocho y lo escudriñamos entre todos. Ahí estaba, ahí estaba su nombre. Todo concordaba. El amigo de Nata. El ex de Ramón. Un buen amigo mío en potencia. ¿Qué demonios pasó? No sabíamos. Suicido fue lo que confirmó Natali, destrozada como la describió Selene, como la escuchó al teléfono. Fue duro, me dio un madrazo, me regreso a la tierra como aquella sabia lección de mi madre.

Así fue que pasó uno de los momento más incómodos en mi vida. Cuando asistimos a la iglesia de Nuestra Señora del Cielo, ni Selene, ni Paulina sabíamos qué encontraríamos, no sabíamos si veríamos una familia deshecha, a los amigos desparpajados por toda la capilla.

El retablo dorado, salpicado de ángeles, en un baño de oro, nos recibió con el padre encaramado al púlpito, dando la misa de despedida. Ramón llegó tarde. Cuando Selene fue a recordar a qué sabía la hostia el hombre-niño apareció entre las bancas. Derrotado, aplastado, sumergido en su limbo. Metido en su mente. Tuve que dejar sola a Paulina, la abandoné en la fría banca de madera, di cuatro pasos, vi hacia la cúpula, las tres bóvedas del edifico parecían empotradas, lucían dormidas siendo testigo del dolor en toda esa gente.

Llegué a Ramón, le acerqué mi mano por su hombro. Volteó, me miró, sonrió. Aún con su sentir, con su alma llena de luto, con el pesar de sus párpados, lo violáceo de sus ojeras, aún así pude ver ese destello en sus ojos. Noté lo increíble de un alma fuerte en esa mirada. No creo volver a ver una mirada así. En el continuar de la misa, este guiñapo de hombre que me precio en ser le acompañó en silencio. Pude omitir la estupidez de mi verbo y acompañe callado. Creo que esa noche, cuando el viento azotaba a Nuestra Señora del Cielo, cuando miraba el retablo bañado en oro, salpicado de ángeles, es noche fue que aprendí a callar.

Desde esa fecha es que mi mente no para de cantar "Erase, rewind", canción de The Cardigans que nada tiene que ver con la anécdota pero que resume los sentimientos que esa noche nacieron en mi.

"Hey...what did you ear me said. You know the diference it makes. I said it's fine before. But I don't think so no more. I said it's fine before...", así rezaría la rubia que es vocal de la banda, lo mismo he rezado cada noche en mi cuarto, cuando apago las luces y mi ciclo de música barroca termina.

Ahora, cuando pongo GRAN TURISMO, disco de The Cardigans nace en mí la sensación de que en la vida todos podemos ser una pieza del cassete que se borra y regresa. Con esa canción muero en la noche. Con esa sensación me despido a la vida en caso de no despertar nuevamente. "I've change my mind... I've take it best... erase and rewind."

martes, enero 04, 2005

Que la boca se me haga chicharrón

A mi padre toda la colonia Azteca lo ha conocido como “El Chicharrón”.
Cuando se casó por tercera vez y todos sus hijos estuvimos bien creciditos, el pueblo le cambió el sobrenombre.
Ahora es conoció como “Don Chicharrón”. Vaya cambio.
Tal mote se lo debe al bisabuelo Chantré que un buen día le dio un cesto lleno de mazorca al tierno Ildefonso, con la orden de llevárselo a su puerco predilecto.
El bisabuelo Chantré tenía un orgullo en su chiquero.
Su semental.
Al barraco le apodó “El Chicharrón” desde que creyó que el futuro del animal no pasaría del cazo de las carnitas, las cubetas de manteca o su cabeza hecha taquitos.
Pero el destino lo cambió de pensar cuando el cerdo se apoderó de tres tetas de su nana.
“Salió cabrón el marrano”, seguramente dijo el bisabuelo Chantré.
Fue tal la alevosía, que “El Chicharrón” mató de hambre a cuatro de sus hermanos. Así el bisabuelo lo separó de la camada, prefirió criarlo él mismo; le cobró los cuatro consanguíneos cruzándolo con cuanta puerca se le ponía enfrente.
Para cuando mi abuela parió a mi padre el barraco ya había logrado preñar a siete puercas.
Para cuando “El Chicharrón” se conocía como el mejor semental del pueblo mi padre se quedó sin madre.
La abuela lo abandonó.
Ella prefirió los rumbos del buen dinero proveniente de los tamales y, al parecer, también de la putería.
Perdón, no es que yo le diga puta a mi abuela, que en santa paz debe estar. No, yo no lo digo. Lo decía todo el pueblo.
Cuando le dolió la cara de tal fama, la abuela salió corriendo del pueblo. Leonor pidió a Don Chantré que criara a su hijo.
Así, mi padre no vivió tan de cerca esa mala fama de su madre.
Tuvo la suerte de no ser señalado como sus otros tres hermanos mayores, quienes a pulso llevaron eso de "ser hijos de puta".
Y no cualquier puta... una puta que vendía tamales. Muy buenos, por cierto. Y eso, también se lo reconocía todo el pueblo.
Así que a sus siete años, el pequeño Ildelfonso tenía bien definidas sus tareas: Dar de comer a los caballos. Recoger los huevos de las gallinas. Recorrer el rancho de Chincontla. Limpiar la mierda del borrego. Podar los arrayanes del jardín.
Todo lo hacía por un taco que su madre le negó y que el abuelo le cobraba con trabajo.
El niño comía lo que había.
La esposa de Don Chantré lo odiaba por ser hijo de la bastarda de Leonor.
Doña Maruja nunca perdonó a su marido por dejar que esa niña creciera con ellos, menos le gustó que le dejara arrumbado a su cuarto hijo.
Así el pobre chamaco arrimado era el hijo de la bastarda, era hijo de puta y era hijo de una muy famosa tamalera. Todo en uno. Maravilla de muchachito.
A pesar del poco cariño que Maruja le profesaba, los frijoles bien guisados no le faltaron a Ildelfonso. La señora podría ser muy cabrona, una arpía de primer, pero en ese hogar se comía bien, era de esos donde no hace falta el sabor del cilantro ni los caldos se pasan de sal. Donde hay tortilla hecha a mano, guacamole y chiltepín. Las mujeres serranas además de cabronas, cocinan de maravilla. Pregunte usted nomas.
En fin. Un día la Maruja desgranó el maíz.
Antes de que los granos se fueran al metate echó toda la mazorca en un chiquigüite y se lo pasó a Don Chantré.
Acto seguido el abuelo llamó a su entenado, mi padre.
Ildelfonso venía con siete huevos de totola en las manos.
Se desocupó y atendió a mi bisabuelo. La orden fue llevarle la mazorca a su orgullo: “El Chicharrón”.
Mi padre perdió la costumbre de acercarse al chiquero cuando uno de los peones fue mordido por aquél monstruo de tocino.
Sin miedo, el niño de siete años buscó la trompa del barraco.
Rodeó el chiquero y vigiló al puerco, aguantando todo el aroma a majada que desprendía.
El Chicharrón llevaba dos días sin comer, quién sabe por qué.
Cuando olió la mazorca fresca se abalanzó contra el pobre chamaco.
El chiquero, el chiquihuite, el pobre de Ildefonso y las mazorcas salieron volando por tremendo toponazo del semental.
El saldo fue un gallinero enloquecido por el ruido, dos borregos escapados, un barraco en fuga y la nariz rota del pobre niño. Un mar de sangre en su cara sucia entre lodo y majada.
De “El Chicharrón” ya nada se supo.
Algunos cuentan que por los llanos cercanos a la colonia intentó violar a una anciana.
Bromeando, el abuelo intentó calmar torpemente las lágrimas de Ildefonso. Y zaz, él fue el nuevo Chicharrón.
Así se le quedó para toda su vida.
De esa infancia llena de trabajo mi padre guarda, además de la anécdota de su mote, el deseo de no saber de su madre.
Deseo que llevó a cabo hasta el día de la muerte de aquella señora.
En el funeral, Ildefonso se enteró que fue el cuarto hermano de una familia de 14 hijos en total.
La abuela era incontenible.
Y así, a sus treinta y tantos, dolido aún por el abandono, por el frentazo que le dio el barraco, por su infancia perdida, se reencontró con su madre, quien yacía en un féretro barato.
Velada por todos sus hijos.
Incluso por Ildefonso, “El Chicharrón”, como lo conocía la colonia entera.