miércoles, octubre 05, 2011

Ironía

Platicaba con don Toñito Quiroz que, hace años, la rutina camionera era de cada fin de semana.
Tendría yo 17 recién cumplidos cuando llegué a Puebla. (Bueno sí… ya son poquito más de diez años, y qué… ya tengo 29.)
En fin, el asunto es que el primer semestre de universidad mi padre traía una ansiedad conmigo. Como si no pudiera con el paquete de vivir solito tenía yo que pasar lista cada semana… Sí. Cada semana. Y quizá esto suena poco complicado.
Pero, la bronca no es como suene. Si no que pasar lista significaba darse una vuelta de tres horas y media de retache a la Sierra. Cuando confirmamos que me quedaba en Upaep terminó por dejarme aventado (aventado, no instalado) en una pensión horrible en la 17 Poniente.
Bueno, a mi padre tenía que rendirle cuentas a cada semana, a cada quincena.
Hoy no quiere ni verme.
El día que decidió no volver a saber de mí Papá se levantó temprano. Como es su costumbre.
A las 8 de la mañana termina de ver el primer noticiero de Televisa. Ama a Loret de Mola. Ha de preguntar cómo carambas su hijo no sale en la tele si la universidad le salió tan cara. “Yo le dije que mejor le regalaba un carro”, ha de pensar.
Y sí, la oferta de don Ildefonso vino al sacar cuentas de cuánto sería de los nueve semestres en Puebla (sin hablar de gastos diarios). “Mejor te meto a la Compañía”, dijo en ese entonces.
A los años, tras el cerrojazo de Luz y Fuerza, en aquél fatídico octubre del 2009.
La propuesta, además del carro y chamba casi segura en la empresa más longeva del ramo en el país, jamás la acepté.
No sé si herí su orgullo.
Él, como buen jubilado, salvó el pellejo. Y terminó siendo pensionado. Mi hermano y otros tantos más (miles… muchísimos), corrieron con mala suerte. Los liquidaron “conforme a derecho”, diría el cínico de Lozano Alarcón. Esa habría sido mi suerte de haber aceptado la propuesta de papá.
Recuerdo que aún me tocaba checar una página web en las noches para alimentarla.
A las doce de la noche vino el madrazo. Certero y preciso desde presidencia.
Estaba yo en shock.
El titular en todos los medios nacionales vía web decía lo mismo. Luz y Fuerza había muerto. Y calderón echó la última palada.
Hablé de inmediato con mi hermano. A mi padre no lo pude localizar.
Él estaba en la división Tulancingo, afuera de su lugar de trabajo.
Así como las otras divisiones en todo el país, los empleados esperaban afuera de las instalaciones o alrededor de las sedes del Sindicato Mexicano de Electricistas. Todos con el Jesús en la boca y sin saber qué decirle a su familia. Se corría rápido el rumor. Habían tomado ya la central en Marina Nacional. Ya pocas cosas iban a arreglarse.
Recuerdo que mi padre ese fin de semana se perdió quién sabe dónde.
Al parecer agarró Veracruz de pretexto para espantarse el aburrimiento por Venta Grande.
Tomó el calorcito del Puerto y seguro no salió del café La Parroquia como es su costrumbre.
En un momento del viaje (en uno de sus incontables recorridos por el malecón a donde siempre pasaba a sobar la placa en que se decía que Porfirio Díaz había inaugurado el puerto y las obras para carga y descarga) fue que su esposa notó algo raro en un periódico.
“¡Cerrojazo a Luz y Fuerza!”, decía El Dictamen.
Adriana se espantó.
-Ahí dice que se acabó Luz y Fuerza.
-Tas loca mujer, si desde Salinas están que le dan en la madre y no pueden.
-Pues ahí dice, a menos que mientan.
Cuando papá volteó a ver los periódicos se puso pálido.
Regresaron el domingo a mediodía, le metió al acelerador. Llamó a sus conocidos.
Era un hecho. Se había cerrado la Compañía.
A la deriva se había quedado ya el record de mi hermano y cuantos más.
Papá empezó a hacer planes emergentes y dejó su vida holgada.
Ahora no sé qué es de él.
Solamente sé que no quiere saber de mí.
Pasó el día que, como año con año, tiene que soportar un procedimiento burocrático de “supervivencia” al que obligan a todos los jubilados. Hace cola, pasa lista. Y sigue recibiendo su pensión.
En la fila alguien lo reconoció.
-¿Chicharrón?, ¡ya no habías venido!-le dijeron en la fila. Y en efecto, papá después de la muerte de mi madre, después de vender la casa, y agarrar todo lo que tenía para emigrar tres o cuatro pueblos arriba de la Sierra, jamás quiso pararse por ahí.
-Sí pues… me volví a casar y me fui de aquí.
-¡No! ¡Qué va a ser!-dijo aquél inoportuno. –Tú no has vuelto porque te salió un hijo jotito, ¿qué no?-remató.
Mi padre se puso de mil colores. Primero no entendió. Después confirmó que sí, que le habían dicho que un hijo de él le había salido puto. Pensó primero en Poncho… se dio de golpes. No pues cómo, si Poncho llevaba tres divorcios y dos hijos. “¡Ay cabrón…! ¡Mundo! ¿Mundo es puto?”, seguro pensó.
Don Ildefonso intentó jugarle al bruto y sopeó al inoportuno del cual aún desconozco el nombre.
Resulta que vía Facebook, medio pueblo se había enterado de las aventuras de Mundito. Es más, agarraron la red a manera de telenovela. Todo supieron y todo lo contaron.
Papá llegó pálido con Adriana.
Contó todo a punto del paro cardiaco.
Tomó el teléfono y mentó madres contra mis hermanos.
Sintió que todo mundo sabía, menos él.
Desde entonces no sé qué es de su vida, más que por recados, por terceros, por mensajes que a escondidas me escribe su mujer.
El señor tiene sobrepeso.
Necesita oxígeno para poder dormir.
Al parecer ya ha bajado de peso, pero el doctor insiste en que debe de bajar aún más.
Come sin sal, sin grasa, sin sabor ni eso que exigía en cada plato.
Dicen que no duerme bien.
Irónico. Antes me quería cerca de él cada semana.
Ahora sigue sin preguntar por mí.



lunes, octubre 03, 2011

402

A los que siguen este sitio (y, también, a los que no lo admiten, pero están pendientes)


Llevo días en debate interno. No sé si me quedo o me voy.
No sé si Facebook está aún en mi ánimo. Y menos Twitter.
Y las noticias no son muy alentadoras.
Tuiteros encarcelados y otros encontrados muertos no fomentan nadita mi gusto.
Hasta la fecha algo que me molesta sobre Twitter es precisamente cuánto la gente se la pasa haciendo muecas cada que agrega o disminuye un seguidor.
Hoy tuve un comentario encantador de don Luis de la Cruz.
Narrador de oficio, Luis elogió el estilo que encontró en este blog.
Y, de paso, me pidió que seleccionara uno de los textos que más me gustara para que él, en uno de sus espectáculos, lo narrara a la multitud que le busca.
Un honor.
Le he enviado “Que la boca se me haga chicharrón”, que escribí pensando en la infortunada suerte de mi padre siendo niño.
Ahora que veo que mi blog tiene 401 publicaciones (402 con este, diría el contabilizador con ánimo tuitero que llevo dentro), siento que no son nada si no hubiera llegado algún comentario como el de Luis. Algún mail, como hace años me llegó uno desde España y me trajo un maravilloso amigo. El número no sería nada si no hubiera conocido a bloggers como Manu, El Erario, Cobayo, don Mario.
Ahora que veo el número de publicaciones siento que aún falta un chingo por soltar.
Que aún no lloro, ni escribo, ni grito lo que me duele la pérdida de gente, de mi madre.
Tampoco sé si algún día terminaré de escribir todo lo que quiero.
¿Será que un día me canse?
¿Será que un día me gane la moda de alguna red social?
Admito que ya pasó. No suelto Facebook. Y Twitter un tiempo por poco me gana.
No sé. Y no es que tenga obsesión por el blog. Simplemente a veces falta soltar los dedos… teclear duro, sacar el hígado y que, en vez de lágrimas, vea cómo se van anotando uno a uno lo caracteres en Arial o Times Roman.
Al fin, esa es una de las grandes ventajas de tundir teclas.
Que así sea pues en otras 401 publicaciones…
(¿O eran 402?)









sábado, octubre 01, 2011

Las noches blancas



¿Qué ha sido de ti?
¿De aquella canción?
¿De las horas muertas en tu habitación?
¿Quién dijo que no perdería el control cuando iba camino de la destrucción?
Amaral-Riazor


Darío se ha vuelto un recuerdo recurrente en las noches locas.
Cómo olvidar que él roló el primer artefacto, novedoso y a la vez provocador de tanta adrenalina.
Recuerdo una noche en Garotos. Hará ya más de cinco o seis años. Ya perdí la cuenta.
El artefacto era curioso, pequeño, compacto y con una precisión de engranaje. Un giro era suficiente para euforia inmediata. Para tener reacciones de recuperación al cuerpo que comenzaba a cansarse por la fiesta. En ese entonces eran maratones que arrancaban en jueves y terminaban, seguro, en domingo con algún almuerzo de una bola de zombies.
Ayer escuchaba al Rano hablar de él.
Ah, cómo se le extraña, cómo se le quiere.
Fue buen maestro en noches como esas y hoy debe morirse de la risa con lo que nosotros llamamos ‘excesos’.
Me tengo que quitar el sombrero con él.
Siempre por dentro le admiré y nunca se lo dije.
En su velorio no pude decir gran cosa. Vi gente conocida y tuve dos que tres recuerdos como este en la mente. Y le agradecí.
Gracias a él, hoy no puedo espantarme de nada.
La memoria de todos lo cuida con amor y respeto.
Y en las noches blancas, a veces en silencio, a veces para mí, a veces con sus amigos, pero siempre se brinda a su salud.