martes, diciembre 31, 2013

Tropezones

Sabía que un día iba a pasar.
Sabía que me tropezaría con los recuerdos por ahí, lo sabía.
Una de esas certezas, casi casi son tan previsibles como la muerte.
Y lo peor es que ya es tanto ahí no se sintió tan mal,de hecho, no sentí.
Y creo que eso es lo peor, bueno, no para mi.
:D

***

Tenía por tarea encontrar el regalo para don Gabriel, una playera del América. Sí, mi suegro es americanista y a Yayo no sé si le haga gracia, el fútbol ni le va ni le viene.
También iba por una bolsa de regalo para el perfume de doña Martita, mi suegra.
Es curioso, con doña Martha comienzo a hacer buena amistad. ¿Debo tener miedo por llevarme bien con mi suegra?. "Al principio me caías mal", me confesó en algún café.
El hecho es que tenía que ubicar los detalles navideños. Y di miles de vueltas por el Centro Histórico de Puebla. Fue hasta la calle peatonal 5 de Mayo que entré a una plaza perdida a buscar la bolsa de cartón que me había encargado Yayo. Tenía también esperanzas de encontrar la playera de Don Gabriel.
Lo cierto es que me encontré con una inusual tienda de tatuajes ahí mismo.
Ya entrado en curiosidad pregunte cuánto costaría un cover up.
Algún día fui el conejillo de indias de un tatuador en ciernes, no daré más detalles, únicamente diré que obtuve ambas pantorrillas chacaleadas con un par de lunares tamaño caguama que deberían de ser unas plumas.
Maldito complejo de Ícaro desplumandose, me llevó a pedir plumas en los chamorros.
Y la cosa no salió bien.
(Y no salió bien en muchos términos.)
Ante el tatuador me levanté el pantalón.
No tengo porqué presumirlo, pero tengo buen chamorro y llevaba pantalón tipo emo, así que me costó trabajo subirlo hasta la rodilla para que viera con todo esplendor el tropiezo de tinta del chamorro izquierdo.
"Híjole carnal, te dejaron bien jodido", escupió el rayador.
Y sí, lo sentí como escupida, esperé mucho de ese tatuaje un año atrás y heme ahí, un año después, rogando por el cover.
—Puedo darle luces y darle forma, pero nada más.—
—¿Colores?—
—Imposible.—
Advertí que en la pierna derecha tenía una bronca igual, otra pluma mal hecha, la piel chacaleada, cero delineada y espacios sin tinta.
Mil pesos me cobra para arreglarlo. O más bien, hacer lo que podía.
Los errores salen caros.
Pero hay solución, por muy costosa, dolorosa o lenta que sea la cicatrización de las heridas.

***

Por azares del destino Yayo comenzó a pasar uno a una las fotos del TL en mi perfil de Twitter.
Mocos, vi por ahí desfila un montón de errores.
Pero la que me dolió ver entre esas fotos fue una tomada en la vieja oficina de la revista.
Noviembre del 2011.
Todo era felicidad.
Aún quedaba el resabio de las vacas gordas.
El Davo tocaba la guitarra del RockBand que Munive había llevado a la oficina.
Precisamente, Munive había tomado la bataca.
Y yo el micrófono.
Rodríguez subió esa foto y nos arrobó.
Creo que fue la última fotografía donde podíamos decir que hubo equipo.
Equipo que se desmoronó.

***
Lalo dijo que se puso nervioso.
Yo ni me inmuté.
Solamente agarré fuerte mi vaso con whisky.
He tenido asesinos frente a mí, ladrones y secuestradores.
Pero nunca tuve tan cerca y juntos los dos mayores errores de mi vida.
Uno nunca sabe cuándo necesitará un arma blanca.
Pero esta vez decidí que no me tropezaría con ellos.
Seguir de largo libera.
Ayuda, exhalas, sueltas. Dejas ir.
La sonrisa me salió solita.
A las piedras simplemente se les esquiva.
A los errores se les acepta.
Se les admite.
Y simplemente uno dice: No me vuelve a pasar.

***

Puebla es muy pequeño.
Me queda claro que los errores serán parte del paisaje.
Yayo tuvo junta y tuve que hacer tiempo en Profética.
Todas las sillas ocupadas y yo solamente quería un café y agua mineral.
Saludé de lejos a Lia.
Me dio gusto verla.
Y me senté cuando estuvo la primera silla disponible.
Desde ahí escribo esto.
Observando cuánto me equivoqué.




viernes, diciembre 06, 2013

Acordes para no rendirse

Hot summer days
Mid july
When you and I were forever wild
The crazy days
The city lights
When you play with me like a child
Will you still love when I’m not longer young and beautiful
Lana del Rey / Young and beautiful



Adriana se sorprendió de que en seis meses que no la visité no subí un gramo.
72 kilos, 82 gramos, dijo.
Eso sí, de medidas no me pregunten.
La lonja ahí sigue.
El brazo de murciélago también.
Lo que me dio orgullo fue que aprendí a comer.
A mis 31 años, diablos.

***

Le levanté el castigo a Lana del Rey.
Un año la toleré menos que la lactosa.
Con un año bastó.
Y se siente bien escucharla de nuevo.
Ahora que soy yo.

***

Vi pasar con furia el último año.
Como un coño bien violado, como el fondo de un excusado que dejó pasar mojones de mierda, como la hierba que sobrevive en algún parque tras las helada.
No sé cómo, pero lo sobreviví.
No, la neta, ahora que lo pienso mientras escribo esto, sí sé cómo lo sobreviví.
Debo agradecer a la Divina Providencia.
Debo agradecer a mamá que me vigila.
Debo agradecer a los amigos, pocos, pero que sirvieron como gruesos bastones que apuntalaron los despojos que de mí quedaban.
Debo agradecer, sobre todo, a que volvió a mi vida la libertad, la inspiración, el trabajo, un poquito de razón.
Aún combato a la dispersión de mi mente.
Aún combato los demonios en el alma.
Aún se me hace agua la boca cuando veo de cerca los vicios.
Aún me sacudo cuando me toca pasar por enfrente de las más grandes debilidades.
Aún tiemblo cuando como compulsivamente y siento que nada más frente a mí me libera como la comida.
Aún, hay vestigios, pero no soy un despojo más.
Ahora puedo enfrentar lo que me pongan enfrente.
Sumo a mi vida eventos, gente, gustos.
Y agradezco.
Este año leí poco.
Escuché pocas cosas nuevas.
Escribí más de lo que pude estar atento.
Pero, jamás dejé de ser yo mismo.
Recién, hace como un año, me volví a ver.
Me pude volver a ver al espejo. 
Me encontré, ahí donde me dejé hace años.
Y me gustó.
No me volveré a soltar.
Lo prometo.
Mientras suenen acordes para no rendirme.




viernes, agosto 16, 2013

Actualización 1

Things we lost to the flames
Things we'll never see again
All that we've amassed
Sits before us, shattered into ash
Bastille / Things we lost in the fire 




Ocurrió uno de esos días.
Uno de esos días de esas semanas áridas y complicadas.
Semanas que nada más no acaban, que se hacen largas pero acortan el aliento.
Ocurrió, de la nada.
Con el flujo de un enter, de un refresh.
“Estoy fuera de peligro (…) Muchas gracias a todos”, decía la actualización de Jéssica en Facebook
Abrí conversación de inmediato a su hermana.
Fue algo así.

—Gorda, dos cosas. Uno: ¿Qué pedo con tu foto de WhatsApp?
—Pinche Moe! Qué tiene mi foto? 
—¡Pareces chica mala! Y dos: ¡¿Cómo está Jk?! Vi que ya actualizó su Facebook.
—Pues si ya sabes que soy chica mala. Jajaja. Y sí, mi hermana ya estuvo hora y media checando su Face. Pero terminó muy cansada. Ya está mejor. Es un milagro.

Increíble pero cierto.
Tenía una semana sin saber de Jéssica, los agobios personales no me habían llevado a buscar a su hermana La Gorda ni por WhatsApp. Se me cayeron los calzones cuando la Jecka había actualizado su Facebook, primero pensé que era una broma. Cuando confirmé nada pudo echarme a perder el día, nada.
Por muy gris que se fuera a poner el cielo.
Por muy oscuras que vengan las nubes.
Por muy fuerte que llegue el próximo vendaval.




miércoles, julio 24, 2013

Indestructible


Sacred lies, and telling tales
I can be who you want me to be
But do you want me?

Do you want the truth or something beautiful - Paloma Faith


“¡Moe!”, siempre me ha gritado cada que me ve.
Y esta vez no lo iba a hacer.
Temblé de miedo.
Sabía que no se iba a lanzar sobre mí.
No me gritaría estridentemente.
Simplemente estaría ahí.
Entubada, tendida en una cama.
En pedazos.
Pero viva.

***

Reencontrarme con Tulancingo fue difícil.
El pueblo, puerta de la huasteca hidalguense, ya es más citadino.
La tierra del Santo, “el enmascarado de plata”, sigue recibiéndote fría por las mañanas, sigue con ese aroma a vaca en sus límites, sigue con el ruido del tren que hoy es meramente es atractivo turístico gracias a la melancolía.
Famoso por sus tortas planchadas, por su barbacoa, Tulancingo se ubica en una amplia planicie a media hora de Pachuca. Ahora hay vías más rápidas para llegar hasta ahí, el progreso no perdona, pero no dista de ser esa región donde aún llegan vecinos rancheros chapeados a hacer la despensa enfundados en sombrero, jeans y  botas. Esas nunca faltan. “Mucho güero lechero”, diría mi padre en el más galante de sus desplantes discriminatorios.
Mamá era fan de Tulancingo. Ahí mandaba a arreglar sus máquinas de coser, buscaba refacciones, conseguía tafetas y demás telas de buena calidad en “El Buen Corte” de la alameda central. 
Corríamos al mercado por una morelianas, que no son más que una tostada con jamón y mucha crema. Cada que podíamos nos movíamos los jueves a la Plaza del Vestido. 
El pueblo me recuerda mucho a mi madre.
Y ahí estaba de nuevo. Ahora para una visita fugaz, para ubicar un hospital.

***

A la puerta de Médica Tulancingo me encontré a la prima Liz, que sigue igualita, por cierto. 
No sé qué cara puse que pidió que me tranquilizara. 
Ella solamente anotaba una serie de malestares, huesos rotos, órganos dañados, una lista aparatosa de dolor. 
Quizá por eso los ojos se me fueron abriendo a un punto casi desorbitado. 
Se me rodaron las lágrimas. 
“Calma, mi tía no puede verte así. Si subes así va a ser peor”, me dijo.
Unos escalones arriba estaba toda la familia de Jéssica, toda. 
Estaba Denisse y Josué, no alcancé a ver a doña Margarita, su mamá. Tampoco a su padre. Entré y me interceptó La Gorda, Nélida. “Gracias por venir. Por favor, cuidado con mi mamá. Está muy mal”. Me abrazó y a unos metros estaba doña Margarita.

***

La sala de los Castro Salazar en Canaditas era más bien el salón de plenos de nuestro grupo de la prepa. Realmente no hacíamos gran cosa, no convocábamos revoluciones, a lo mucho se compraban cervezas cuando los papás de mis amigas no estaban.
Los escalones de la entrada eran lo suficientemente frescos en el verano y en invierno o días de lluvia nos amontonábamos todos en la sala frente a la televisión mientras desmenuzábamos al resto del pueblo entre la plática. En ese entonces Josué y Jéssica eran novios.
La Jecka había sido coronada señorita Prepa, Denisse prácticamente era la última novia que mis días bugas verían pasar. Y La Gorda subía y bajaba, cambiaba de escuelas o simplemente echaba relajo, cocinaba para todos. Prácticamente pasé más tiempo ahí que en mi casa cuando corrían los tiempos de la prepa Albert Einstein de Nuevo Necaxa.
De esas cosas me llené la mente mientras llegaba a Tulancingo.
De la prepa y esos recuerdos.
Pensaba en lo mismo cuando Yayo tomó el Arco Norte de regreso a Puebla.

***

—¿Quieres pasar a verla?
—Sí, no me puedo ir sin verla.
—No te lo recomiendo, Moe.
—¿Tan mal está?
—Es difícil verla así…—me dijo Josué.

Nueve años fueron novios. Les tocó toda esa evolución rara de la inseguridad post adolescente, del adulto temprano, de la vida que pasa de ser normada por las reglas de nuestros padres a las reglas que te pones tú mismo según quieres ser presa o cazador en la pinche vida. Eso vivieron juntos. Mucho. No sé cómo acabó su relación. A la fecha nuestro grupo de amigos sobrevivió a verlos distantes, algo que jamás pensaríamos.
Y aún así Josué salió corriendo de Toluca. Pasó por Denisse a DF. Y llegó a primera hora a Tulancingo. Nadie pudo donar sangre. Exceso de requisitos. Además todos habríamos tenido que regresar martes a primera hora.
Josué se despidió de doña Margarita. Había estado un buen rato con don Aurelio. Llorando los dos, con quien fue su suegra trató de aguantarse. Yo no pude.
“Voy a rezar por ella”, prometí.
La última vez que había rezado fue por mamá.

***

¿Recuerdas cuando nos conocimos en la fiesta de tu prima Karla?
¿Cuando dibujábamos nuestros comics?
¿De tu vestido rojo y la pasarela del “Señorita Prepa”?
¿O de mi hermana haciendo bilis como nuestra prefecta?
¿Te acuerdas cuando te conté todo lo que pasaba con mi vida?
Yo me acuerdo perfecto. Eres para mí más que una hermana Jecka. 
Quizá nunca te lo he dicho
Pero sé que vas a leer esto cuando mejores.
Sé que, como dice La Gorda, eres una guerrera.
Y cuando esto pase voy a tener certeza de algo que ya sabía de ti. 
Algo que admiro en ti. 
Ser indestructible.






viernes, abril 19, 2013

El pinche poodle


De las últimas cosas para las que mamá tomó hilo, tela y aguja fue para confeccionar la cama de su perro. No recuerdo exactamente qué pasó, o cómo fue que llegó el chingado Pinky, así se llamaba. Algo le sugería a mi memoria el hecho de que el can le había sido regalado por mi hermano Poncho. La verdad no lo recuerdo.
Pinky de hecho era un perro odioso y mimado.
De chachorro solamente dormía con mi madre hasta que ella se hartó.
En Tulancingo encontró una canasta de mimbre amplia.
La barnizó tenue, y compró tela de algodón rosa para el colchón.
El perro joto, como suelen ser esas razas pequeñas y mimosas, siempre dormía sobre la almohada rosa que mamá colocaba sobre la canastilla de mimbre.
Era bastante educado el jodido Pinky, ahora que recuerdo.
Era un perro sociable.
Mi tía Dora lo adoraba.
Y mamá, cuando el cáncer le empezó a mellar en la salud y no tuvo paciencia ni para sí misma al venirle el vendaval de la enfermedad, prefirió dárselo en encargo a mi tía.
Al poco tiempo mi tía Dora notó que a Pinky le había entrado un poco la depresión.
Sintió algo de culpa pues con dos hijos ya saliendo de la adolescencia le eran de más complicación que un perro mimado que solo buscaba caricias.
Rosi, la concuña de mi tía siempre vio con agrado al french poodle.
Siempre le hizo mimos y a veces visitaba a mi tía en Huauchinango solo para ver al perro joto.
Total, un día Pinky solito decidió irde con Rossy.
Hoy  tendrá 14 años el perro.
Mi madre murió hace ya doce años.
Por cierto, hoy ella cumpliría 55.
Pero el pinche perro ahí sigue. Vivito y coleando.
Ya con los dientes bien jodidos, dice Rossy.
“Le damos su calcio para sus huesitos… ¡Pobre! ¡Apenas y puede andar! ¡Y está todo chimuelo!”, explica Rosi. “Le gusta comer paletas Holanda con cubierta de chocolate, no acepta de otra, tiene que ser Holanda. Ah, y queso panela y Oaxaca”.
De Pinky subieron una foto a Facebook, tuve el detalle de etiquetar a mis hermanos.
Todos coincidieron que el perro siempre tuvo mucha suerte.
Que siempre lo quiso mamá, pero antes de verlo olvidado prefirió que cambiara de dueña.
Hoy fue que mi prima Ana me recordó al perro y empezó tanta alharaca por él.
Hoy, casualmente, día en que mamá cumpliría 55 años.
Aún la extraño. Aún me duele.
Pero el Pinky ahí sigue.
Pinche vida.

lunes, abril 15, 2013

¿Perdonarte? Perdonarme.


Seguro estás aquí, leyendo otra vez.
“Hola”, te diría.
“Desaparece ya de mi pinche vida”, exigiría.
“Y ya deja de dedicarme tantos chingados tuits”, recalcaría.
Acoso tus cuentas en todas las redes, sí.
Sé que tú haces lo mismo con mi blog y mi Twitter.
Que aún no paras de hablar de mí.
¿Qué crees?
Yo tampoco.
Ya tengo hasta la madre a la gente con el tema.
No logro superarlo.
Dicen que debía escribirlo.
Alguien me dijo que debía de escribir una carta para decir lo que pensaba, para perdonarte y perdonarme por haberte elegido.
Por haber sido tan pinche tonto, tan burdo, tan enamoradizo, tan pendejo.
Que debía de soltarme a escribir todo lo que pienso.
Lo bueno.
Lo malo.
Lo peor.
Lo que fue que me alivio al dejarte.
Lo que debería de reconocer en caso de extrañarte.
Lo cierto es que todo eso sería complicado.
(Es pedirle mucho a mi chingado ego.)
A la víscera que es tan usual en mí no le apetece soltar todo de un jalón.
Terminaría vomitando la bilis.
¿Recuerdas que es hacía ya en nuestros últimos días juntos?
Una vez ni te diste por enterado.
Saqué a pasear al perro al desmadrado parque que hay sobre Río Bravo entre San Claudio y Circunvalación. El de la misma cuadra de tu casa.
Uno de tantos pleitos había sido interrumpido (bendito Dios) por el Chile.
El perro quería orinar.
Yo quería respirar.
Usualmente en esos diálogos tercos contigo yo siempre terminaba perdiendo.
Siempre tomaba aire mientras caminaba con el perro. Era el único momento de calma en esos últimos días contigo.
Lo quiero por eso.
Por eso lo extraño.
Aún extraño al perraco.Fue sinónimo de calma el fregado animal.
Así pasaron muchas veces. Mis salidas con el perro resultaban terminar en vomitada de bilis en alguno de los árboles de ese jodido parque.
El perro cagaba, yo vomitaba del coraje.
Un sabor amargo para esos días amargos.
El resabio de la bilis en la boca es quizá de las cosas más agrias que he probado.
Yo escapaba. ¿Lo notaste?
Si por mi fuera y hubiera tenido un pinche acantilado enfrente lo habría usado.
Te lo aseguro.
Flaco, neta pensé en matarme.
Hubo días (esos en que mi comida era Coca-Cola y cacahuates japoneses) en que pensé que antes que regresar a tu casa y encontrarme con tus chantajes y diatribas mejor me bajaba de la banqueta para que me diera en la madre una Ruta 10.
Pensé, muchas veces, en hacerlo a las ocho de la noche en punto, a la hora que me querías en tu casa.
Ensayaba cómo sería la escena.
Imaginaba que era yo uno de esos tantos cuerpos sin vida queme tocó cubrir como reportero.
Pensaba en tirarme a las llantas y que el amarillo de la defensa del bus terminara embarrado con mis sesos.
Fantaseaba qué compañeros de prensa cubrirían mi muerte. Imaginaba las fotos, los títulos en la nota roja. Pensaba incluso que en caso de morir desfigurado el tatuaje de algo serviría o, de lo contrario, terminaría sin ser identificado en el anfiteatro de la ciento y cacho Poniente al que fui montones de veces.
De verdad lo pensé.
Creo que te lo dije.
Creo que ya lo sabes.
Creo que eso es lo más idiota que pudo pasar por mi cabeza.
¿Qué te digo ahora?
Que estoy mejor. Aunque quizá no te interese.
Pero igual te lo digo, te lo embarro en la cara porque ese no era tu pronóstico.
Estoy bien y estoy tranquilo.
Decidiste no apostar por mí.
Decidí irme.
Y decidí estar mejor.
En una pinche soledad de la mierda, pero mejor.
Tranquilo, sin diatriba diaria, sin drogas, sin deudas, sin broncas ajenas, sin la agenda a tope de cosas por hacer a huevo porque tú lo decías.
Hoy si quiero no hago nada.
Si quiero los sábados me tumbo el día completo a leer.
Si quiero me chingo un domingo entero en escribir y trabajar en lo que amo.
Si quiero soy yo, algo que al parecer te incomodaba.
Debo admitir que me olvidé en algún lado.
Que en algún momento dejé de ser “yo” para ser “nosotros”.
Ahí lo admito.
La regué.
Pero por eso prefiero perdonarme.
¿Perdonarte a ti?
No sé.
Sabes que soy rencoroso.
Que te perdone Dios, porque yo no puedo.