sábado, noviembre 28, 2009

Being dad

Con Chipotles dando vueltas por el depa a veces creo que, sinceramente, no podré con él.
A falta de hijos, tuve la grandiosa idea de adoptar a un gato.
Tenían que operar al hermano de una amiga. “Ya sabe hacer en su caja de arena, está chiquito y aún puede acostumbrarse a ti”, me dijo. Y me convenció.
Me encontré con que el gatito no estaba tan pequeño.
Sí sabía usar el arenero. Y sí, se instaló al primer día.
No tuvo pierde. Es más, se pasó de confianzudo.
El muy cabrón es un ladino, ruidoso y chillón.
Atigrado.
Y ahora está panzón de tanto tragar.
Destrozó ya una planta que tenía en casa.
Y hace añicos el papel o tela con que se topa.
Se sube y baja por todos lados. Y ya me arañó en infinidad de ocasiones.
Pero, debo admitir, cuando se sienta sobre mis rodillas mientras trabajo, no me siento tan solo.
Pensé en devolverlo.
“Cuando te desesperes, piensa que no tiene a nadie más que a ti. Que tú eres al único al que espera. Que él se pone contento al verte volver a casa”, me dijeron.
Y sí, funcionó.
Lo cierto es que no tengo corazón para abandonarlo.
Es cierto también que es un encanto el pinche gato.
Y tenemos gustos musicales muy parecidos.
Le gusta Gossip, The Killers, y Kings of Leon. Uy y Muse lo mata. Se pone loco con los guitarrazos de Matt Bellamy. Abre más los ojos y no deja de ver la lap cuando suena “Plug in baby”.
Ahora, cada que estoy a punto de enervarme con alguna de sus travesuras aplico ese pensamiento.
Chipotles no tiene a nadie, más que a mí.
No importa cuánto maúlle.
No importa cuántas veces tire la basura.
Ni cuánto pelo tire por todas partes.
Soy lo único que tiene.
Soy su padre.

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En la foto, Chipotles en plena siesta.

lunes, noviembre 16, 2009

Casi 6 de 33

Se aguantó las lágrimas.
Sí. Me lo confesó.
Su cumpleaños fue ayer. Ya 33.
Casi seis de ellos conmigo.
Casi corrí a Paula, a pesar de que fue un reencuentro con ella tras varios años de no vernos. Volvió de Juchitán sin escalas a Puebla y nos vimos para un café. Me había citado a las seis, la apresuré para salir corriendo a comprar el pastel en un vil Sangron’s antes de las nueve. Ni modo, corté el café de la comadre.
Había quedado de verlo a esa hora en casa.
Encontré una ‘Selva negra’. Chocolate por fuera, chocolate por dentro, pensé.
Busqué las velitas.
Le puse una justo al lado de la cereza central. Lo guardé y esperé.
Y esperé…
Y seguí esperando hasta que mejor tomé el teléfono.
Desperté al señor.
-¿Vas a venir?
-No… no sé. Tengo sueño. Estoy muy cansado, solamente dormí cuatro horas-dijo con el tono del lirón de Alice in Wonderland. Yo casi lo mato, vía telefónica. Pero guardé compostura. Al fin el pastel también lo podía guardar. No hice dramas. Me calmé. Respiré bien profundo. Le deseé buenas noches. Conté hasta diez, vaya. Insisto, me calme. No era yo. Me sorprendí.
Pasaron minutos. Tomé la lap. “Hay que hacer los textos pendientes”, pensé. “No hay problema, Edmundo”, me dije otra vez. “Tranquilo, tú tranquilo”, me convencí.
Solamente volteaba al inalámbrico y le ponía su cara. Y yo me quitaba la poquita amargura que me nació sin querer.
30 minutos pasaron. Sonó el teléfono.
“Voy para allá… ¿puedo?”, dijo.
Y yo respondí afirmativamente. “De hecho ya estoy cerca”, dijo. Colgué y salí corriendo.
Las velas, el pastel, hasta las mañanitas con el puto de Topo Gigio, porque nomás las de Pedro Infante y las de La Rondalla de Saltillo no me convencían.
Prendí la tele como señuelo. Tocó el timbre minutos adelante.
Y yo como la fresca lechuga. Pregunté si saldríamos. Me dijo que sí. Hice como que le iba a dar de cenar a Chipotles. Y él se tiró a ver “La reina”, que estaba en Fox.
Saqué en chinga el pastel. Busqué el encendedor de la estufa. Puché play en el You Tube. Y la pinche vela no prendía.
Topo Gigio ya cantaba cuando él se asomó.
Carajo. Me cachó prendiendo la vela.
“Esta madre no prende”, dije en mi tono elegante. “Pero… ¡Feliz Cumpleaños!”, asesté yo con toda la elegancia de mis calzones y la playera para dormir.
Y él de plano no se lo esperaba.
Sé que yo suelo ser bien frío.
Y él no tanto.
Que el insensible soy yo.
El que a veces se calla las cosas.
El que se aguanta.
Pero el que se aguantó las lágrimas, ahora fue él.