lunes, junio 14, 2010

Que arda la melancolía

Hace diez años Moby era mi hit(y todavía lo es).
En mi cabeza resonaba “Porcelain”. Una y otra vez.
Si mal no recuerdo fue Play el primer disco que compré en Puebla. Era un domingo medianamente lluvioso de septiembre. Y lo vi mientras hacía ese insípido turismo de mis primeros días en la ciudad. Fue mi regalo de cumpleaños.
Hoy, mientras regresaba a casa pensaba precisamente en la serie de cosas que hacía hace diez años. No cabe duda que la casualidad suele ser arma de dos filos. Lalo tenía entre sus discos viejos uno que puso en su camioneta. Música de hace diez años, me dijo. Y yo estaba muerto de la risa mientras identificaba las rolas. Le atiné a casi todas. Creo que fueron como 17.
Y luego, ¡Dios santo!, reaparece con la magia del inbox de Facebook la mujer que consideré el amor de mi vida. Maldita la casualidad. Maldita la melancolía.
Ana Olmos.
Cómo da vueltas la vida.
Ahora tiene dos hijas. Felizmente separada. Tiene trabajo estable y como meta se ha puesto acabar la carrera de administración.
“No imaginé volverte a ver”, decía el título del mensaje.
“No, yo tampoco”, respondí para mí mismo.
Admito que cuando le respondí ese mensaje me salió una lágrima.
No sé si fue melancolía, no sé si fue recordar ese viejo amor.
No sé.
Me acordé de sus besos. Esos labios carnosos. De lo tonto que me sentía cuando ella llegaba y visitaba el pueblo. ¿Estaría enamorado? Yo creo que sí. Lo supe de inmediato cuando apenas y nos conocimos. Me morí de la risa al recordar lo que inventábamos para sacarla de casa de su tía Bety. De lo que ella misma se inventaba para llegar desde Pachuca.
Carajo.
Qué distinto soy ahora.
Qué distinta es ahora ella.
“Wow”, puso en una foto mía de Facebook. Dice que he cambiado bastante. Dice que tiene ganas de darme todos los abrazos que no me ha dado. Yo solamente digo que es la barba la que me añeja y he respondido que en estos últimos me han hecho falta esos abrazos que ella me manda.
¿Qué se hace en estos casos?
Casualmente hoy es que retomo las rolas de esos días.
Retomo a Moby. A Macy Gray. A las últimas canciones cuerdas de Sinead O’Connor. Las de Sherryl Crow. Los New Radicals. Retomo esa forma de ser a mis 17. Entre el ñoño que pelea por volverse valemadrista.
¿Qué se hace cuando reaparece quien tú creíste el amor de tu vida?
Que alguien me explique.
Que alguien saque el manual para situaciones inesperadas.
Que alguien me diga qué combustible incendia bien la melancolía.

domingo, junio 06, 2010

Será la atmósfera...

De repente empezó la voz de Stevie Nicks.
Sería algún sampleo raro que tocaron en La Ceiba.
“Thunder only happens when it’s raining… players only loves you when there playing…”, dice esa mujer de elegante voz en “Dreams”. No sé porqué amo esa rola. Amo también la voz de Stevie Nicks.
Sentía un poco del fresco en la espalda.
Comenzaba a llover.
La lámina del lugar solamente hacía resonar la lluvia.
Caían los truenos a lo lejos. Las gotas de junio bajaban la temperatura de un día bastante caluroso. Y en Conteiner city no había ni un alma. La Ceiba era de los pocos sitios abiertos. Por eso terminamos ahí.
A Tuss hace rato no la veía y pasó por mí a casa de mi hermana.
Básicamente iríamos a cualquier bar de mala muerte por la chela que le urgía desde hace días.
Domingo… sí.
Beber en domingo, dicen, es malo.
Como beber en lunes o cualquier día de la semana.
Y nos agarró ahí la lluvia poniéndonos al tanto de nuestras vidas.
Entre sus historias y las mías se enredó esa canción.
Y ahora que recuerdo la velada, increíblemente descubro que ya son casi las dos de la madrugada.
Descubro también (y me sorprende) que mi vida va bien, que estoy tranquilo. Y que no hay motivo por el cual, uno deba preocuparse, o quitarse un poco de el ánimo.
Como no hay motivo por el cual temerle a la lluvia o maldecir su llegada.
No hay porqué perder las atmósferas perfectas.
Tampoco no hay gente, ni hay razón suficiente que te quite un buen momento:
El mojito de las manos.
La canción que armoniza.
El clima.
O la compañía, que usualmente la necesitamos todos.
No hay motivos pues… no hay por qué temerle al trueno.
No hay porqué agitar la respiración, a menos, por supuesto, que sea por alguien que lo provoca.
Alguien que merece que perdamos el aliento.