sábado, septiembre 29, 2012

Polaroid de adrenalina

So I put my faith in something I know,
I’m living on such sweet nothing,
But I’m trying to hope with nothing to hope,
I'm living on such sweet nothing.
And it’s hard to love
(And it’s hard to love)
When you’re giving me such sweet nothing
Sweet nothing / Calvin Harris feat. Florence Welch

  “A un niño le gritan: ‘¡Te vas a caer!’. Y provocan que de inicio se reprima hasta el solo hecho de respirar”, dijo Blanca Patricia en un curso sobre cómo sanar nuestro cuerpo.
A raíz de cómo nos provocamos enfermedades es que explicaban esto.
Y le creo.

***

Entré a Profética.
El espacio se convertía en sala de una exposición.
Material fotográfico de citadinos en bicicleta.
Yo me quedé como en shock.
Buscaba a Munive. Y no estaba ahí.
En vez me encontré a José Luis Escalera, el propietario y único poseedor de una librería en todo el centro histórico de Puebla.
Alguien criticado por aquellos que abren hoteles boutiques y bares en el primer cuadro de la Angelópolis.
“Edmundo, mira, ¿te gusta la exposición?”, me dijo Escalera. Yo estaba aturdido. Comencé a sudar frío.
Respondí afirmativamente. “Está muy padre. Muy buenas imágenes”.
De repente me vino el trauma.
“Yo no sé andar en bicicleta”, admití con pena.
“Deberías. Toma una, anda en un parque. Luego practicas y te avientas a la calle”, dijo José Luis.
Dios bendito.
Suena tan fácil.
¿Por qué me da tanto terror?

***

Recuerdo el viento fresco en la presa de Tenango.
Un sábado por la tarde.
Papá había escogido la fecha y el lugar.
Tenía que enseñarme algo.
El dique se dibujaba perfecto. Bajaba hasta casi el fondo de la presa. Era un verano. Y había un cielo azul.
Yo rondaba los ocho años.
Papá compró una Bimex azul. La sacó de la cajuela.
Y ahí me la entregó.
Nuevecita, para mí.
Brillaba lo plateado del manubrio.
Pero, mi padre no quiso que usara ruedas entrenadoras.
Había de montarme en la bici “como un machito”.
“Aunque si quieres le ponemos rueditas”, mencionó papá de manera casi burlona.
Yo me vi obligado a decir que no.
Me ayudó a subir.
Me tomó por la espalda y di los primeros pedaleos.
Iba bien. Parecía que iba bien.
Le faltaba un poco de aceite.
Lo nuevo de la bicicleta provocaba que los pedales estuvieran duros.
A los pocos segundos. Al tercer o cuarto pedaleo intenté probar con los frenos.
Me machuqué los dedos.
El dolor provocó que me detuviera abruptamente y cayera sobre el pasto seco.
Me vi caer por mi costado derecho. Como si fuera en cámara lenta.
Un aroma a charal del pasto seco del dique se levantó cuando azoté.
Me dolió.
Pero me dolió más voltear a buscar la mirada de mi padre.
Antes de encontrarla ya escuchaba sus carcajadas.
Sonoras carcajadas.
Comencé a llorar de rabia.
Papá no corrió a levantarme.
Seguía trabado de la risa.
Y yo lloraba de rabia.
No volví a tomar una bicicleta.
La Bimex azul y plata se quedó en el patio trasero. Oxidándose.
***

“La adrenalina provoca que en nuestra memoria se impriman ciertos momentos de nuestra vida”, dijo Munive mientras esperábamos un par de llamadas importantes.
La verdad es que le creo.
De hecho, creo que soy la viva explicación.
Maldita adrenalina.
¿Cómo se arranca uno esas polaroids mentales?

viernes, septiembre 07, 2012

Mi propio y privado apocalipsis

Just let me know
What you are thinking
I'll find a way to get along somehow
Just let me go
Don't leave me hanging
Please don't fail me now
Open heart surgery / Beth Ditto
 


Ahora pasa y muy seguido.
(Este último año con más frecuencia.)
Hasta comienzo a acostumbrarme.
Comienzo a perder gente querida.
Algunos se sumen en sus propios mundos, se embeben en su propia persona.
Critican un egoísmo y soberbia que viven día a día en sí mismos.
Otros se desvanecen. Dejo de verlos un tiempo y aparecen condolencias en su muro de Facebook. Me entero con una horrorosa confirmación que va de boca en boca hasta llegar a mis oídos.
En ambos casos me quedo frío.
Me quedo un poco menos acompañado.
En ambos casos me dan ganas de correr, de perderme.
Hay pandemias literales o simplemente un gusto por perder sensibilidad.
De repente nadie invita a salir.
De repente hay poca oportunidad de fiestas.
De repente menos contactos a quién llamar.
Pero por quién preocuparse se multiplica.
Por quién dolerse hay por doquier.
.

***

De esto no me advirtió nada la tía Kikis la última vez que hablamos.
No me dijo nada mientras tomaba mi mano con su mano derecha y balanceaba con la izquierda una cuba libre servida con más Coca-Cola que agua mineral, “pintadita”, dirían.
Ocurrió ahí en el Cananas Bar.
Me despedía de gente en ese entonces.
Llegaba alguien más.
Recuerdo que solamente me dijo que vendrían más de veintitantos años de estabilidad (emocional, quizá, no especificó de qué tipo, la muy ingrata.)
Que se iba Urano.
Pero nada más.
No me advirtió qué venía.
Ni me dijo que fuera a enfrentar mi propio Apocalipsis.
Con esa maldita moda que a todos nos da porque el fin del mundo se apresure.
Con ese rollo peor que el 11:11, el del 2012, pareciera que ya todos hemos perdido la capacidad de sorpresa ante la peste, el dolor.
Quizá a eso se referían los mayas.
A perder sensibilidad todos.
A perderse en uno mismo sumidos en internet, en aparatos.
Conectados sin estar conectados el uno con el otro.
Pareciera que sí, se nos acaba el mundo.
Ese mundo personal. Ese lugar cómodo y acojinado.
Esa pecera donde uno siempre esperaba a ser visto para tener alimento fresco día a día.
Creo que eso se acabó.

***

Cada que me encuentro con una página en blanco por escribir tengo una sensación lúgubre.
Como si cada que fuera a escribir algo para este blog fuera a ser una despedida.
Quién sabe, igual y este Mundo también se acaba cualquier día de estos.
Pero, convertirse en energía punzante no da miedo.
A veces sería mejor, volverse columna de vapor, polvo movido por sinergia.
En viento libre, en aire respirable.
Uno nunca sabe cuándo arranca el apocalipsis personal. 
Y mañana cumplo 30, como cereza en el pastel.