lunes, marzo 26, 2007

Gajes del oficio

Generalmente a los reporteros no se les pide ser la nota.
Tampoco es muy bueno cuando un reportero termina siendo la nota.
Mucho menos en la muy citada, pero mal llamada nota roja.*
Y resulta que cierto día ahí vamos la Tere —compañera fotógrafa de mi muy honorable pasquín— y yo. Camino al Mercado Unión a unos días de su clausura.
El viernes 16 de marzo se armó tremendo operativo donde detuvieron 11 presuntos narcomenudistas. “El Hoyo Negro” le dicen al mercado. Ustedes sabrán.
Amigos míos me han contado que allá se surtían pa’cuanto viaje fuera necesario. Sí, mota, coca y otras cosas se vendían ahí. Pero zaz, que lo clausura, para desgracia de locatarios y clientes. Porque aparte de mota el mercado tiene sus puestecillos de carnicerías, cocina económica y un chingo de bazares de ropa usada.
Entonces ya sabrán que a unos días de su clausura los locatarios no iban a estar muy contentos que digamos.
Y retomó. Ahí van la Tere y el Inmundo Animal. A su suerte y aventurándose. Al deber pues.
Apenas dimos tres pasos después de la banqueta frontal al mercado, recién Tere tomaba la cámara y sonaba el clic del obturador, cuando aparece tremendo cabrón con una chela en la mano y en la otra un boxer.
Un puño de metal, pues.
El boxer era como una perilla con forma de carnero —como de esas que les pone la automotriz Dodge Ram a todas sus camionetas en el cofre— aplastada a los lados, enroscada en la mano del wey que o iba pedo o pacheco.
“¡Qué onda reina! ¡Sácame una foto a mí mi reina!”, gritó en el tono más ñero posible aquél cabrón. A la par que lo decía dio unas zancadas para ponérsele enfrente a Tere.
La neta los testículos se me pusieron a la par de la garganta.
No pensé.
Di unas zancadas parecidas a las del tipo y me le puse enfrente. Cubrí a Tere y antes de que fuera hacer algo saqué una sonrisa de vendedor de seguros.
—¡¿Cómo está?! Buenos días, joven—dije estirando la mano.—Mi nombre es Edmundo Velázquez, reportero del periódico Cambio, mi compañera fotógrafa es Tere Murillo—continué mientras seguía extendiendo la mano en el más de los afables saludos.
—¿Eh?—alcanzó a decir el tipo. El aliento era indescriptible.
—¿No me va a saludar? Me está dejando con la mano extendida—dije con tono de madre ofendida.
El tipo guardó el puño de hierro en la bolsa del pantalón. Se acomodó la chela en una mano y con la derecha me saludó forzado. Después de que me pidió “para una tarjeta”, porque debía hablarle por teléfono a los líderes del mercado se puso un poco pesado. Yo por supuesto seguía con los testículos en la garganta y la Tere alejándose lo más posible.
El wey me sacó 50 pesos quesque para su tarjeta.
Y 20 pesos más quesque para protección en el mercado, “no me fueran a madrear”, como dijo.
Salió barato, la neta.
Dos minutos más tarde ya estaba sentado con doña Cari, la líder de los locatarios. Con lágrimas en los ojos me contó el desmadre de su calvario y tuve nota para el día.
Lo mejor, la nota no fuimos nosotros.
¿Qué ocurrió con los locatarios?
Pues el mercado fue abierto momentáneamente al otro día para que señalaran sus locales todos aquellos comerciantes lícitos. Ya para ese día doña Cari y su servilleta hasta nos llevábamos de piquete de ombligo.
Hoy tengo que regresar al lugar para saber cómo van las negociaciones con el ayuntamiento.
En la foto estamos la Bibis, fotógrafa de El Sol de Puebla y su servilleta. La foto nos la tomó la Déctor, de la Agencia Golfo Centro, mientras matábamos el tiempo cuando la gente de la Segob Municipal arreglaba las broncas con los locatarios. Atrás de nosotros un puñado de polis chacalones de la municipal. Por cierto, el Inmundo Animal se ve bastante cachetón en esa foto. Es culpa del lente gran angular de Bárbara Déctor... espero.
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*Término que alguna vez Marco Lara Clark, jefe de investigaciones especiales de El Universal, me corrigió en medio de una conferencia de la Upaep y lo reemplazó por periodismo de seguridad pública; esos serán debates que aborde después.




miércoles, marzo 21, 2007

Special needs

Remember me when you're the one who's silver screen
Remember me when you're the one you always dreamed
Remember me whenever noses start to bleed
Remember me, special needs


Pues sí.
Vi a la reina Molko.
En vivo y a todo color. Cerca, cerquita. Y lo habría visto aún más de cerca si los empujones en el Salón 21 no se hubieran puesto tan hard core.
Creo que de ese fin me quedo con el recuerdo de lo bien que me la pasé. De la tierna compañía y del agrado por sorprenderme.
También me quedo con el sonido de la metálica voz de Molko cantando Special needs, canción que hoy tomo de epígrafe.
La empatía de Stefan con el público y la energía de Steven en la bataca.
“Lleve la playera de estos weyes, lleve la playera de estos weeeyes”, me quedo con esa frase de los ambulantes que ni sabían de quién era el concierto.
También con un poco de rencor me quedo por no haber escuchado ‘Pure morning’, ‘Where is my mind…’ y ‘Blind’.
Y me quedo por supuesto con las noches de hotel barato.
Me quedo con algo que me perdura aún.
El escuchar ‘Soulmates never die’ y sentir el abrazo más cálido de mi vida.

jueves, marzo 15, 2007

Enchiladas

En la madrugada de un mes no bisiesto soñé con enchiladas.
Quizá estuve muy pendiente de mis sensaciones pues por algo noté hasta el aroma y sabor de las imágenes.
Quizá ya tengo muy atrasado y arrinconado el antojo por comerme un buen plato de enchiladas como las que hace Doña Columna en su changarro de la calle Matamoros en Huauchinango.

***

Mis padres y yo íbamos los miércoles de cada semana; cuando nos daba el antojo terminábamos haciendo cola mientras se desocupaban los bancos de la barra de Columba.
Los molotes de papa con chorizo o pollo, las tostadas, las gorditas de fríjol, las quesadillas de sesos, los taquitos dorados, la salsa verde en que se ahogaban y la cecina para acompañar la cena. ¡Riquísimo!
Llevo meses, por no decir años, de no ir a sentarme frente a Columba, quizá ya ni me reconozca. La señora debe seguir como siempre, chambeadora. Media vetusta, media gruñona, con su vida en la cocina, ordenas siempre entre el cazo lleno de aceite hirviendo y su refrigerador lleno de Sidral Mundet y Orange Crush.
Mamá me llevó desde niño.
A mi padre siempre le gustaba llevarnos. Él se atascaba hasta tres órdenes surtidas. Yo comenzaba siempre con una orden de molotitos. Si tenía mucha hambre seguro pedía una de tostadas. Mi madre se quedaba con las quesadillas.
Queso, cebolla y salsa verde y el platillo estaba listo.
Y qué decir de mi tía Leonor y mi tía Luisa.
Si bien a mi abuela no le heredaron el don para los tamales, mi tía Leonor y mi tía Luisa la armaron rico con su puesto de enchiladas.
La gran ventaja era tenerlas a unos pasos de la puerta de mi casa. Los lunes no abrían y era la regla no escrita. Se le amontonaban las familias de Necaxa para cenar, ahí en la bajadita de la colonia Azteca. Nada mal sabían. Nada mal.
A pesar de que le negocio siempre se movió bien la dupla de las tías Velázquez se rompió por pleitos de familia.
Mi tía Leonor se apropió del changarro y mi tía Luisa dejó de vender con ella.
Meses después Leonor lo abandonaría para darse a la fuga con un albañil de León, Guanajuato, donde murió tras un curioso accidente doméstico. Nomás se fue de espaldas. Nunca me dijeron si fue un paro cardiaco.
La tía Luisa jamás recobró el ánimo de volver a cocinar para el pueblo. Ahora, creo, les heredaron el guiso unas muchachas que adoptaron en su casa desde niñas.
Y curioso, doña Columba, que bien les ha de doblar la edad, ahí sigue. Enredando pollo en tortillas, friendo tacos y tostadas en escuadrones de seis.
***

En la madrugada de un mes no bisiesto soñé con enchiladas.
Pero me las hacía mi mamá.
Tal platillo nos lo servía en platos hondos de barro a su estilo.
Pude oler la salsa, pude ver el vaporcillo tibio de la comida y sentir cómo ella estaba ahí, sirviéndonos a Miriam y a mí con una sonrisa que me iluminó.
Aún sigo con el antojo.
A veces me da miedo soñar tan vivo todo.

domingo, marzo 11, 2007

Quiero verme como un chico Almodóvar

Las cosas que hace el cine.
Por su culpa ahora me pregunto porqué carambas no puedo ser estéticamente perfecto.
Observé a Banderas en sus ayeres, cuando Almodóvar era más complejo y tenía un lenguaje visual mucho más rebuscado y sus giros inverosímiles en la historia se los metía al espectador así sin cremita.
La ley del deseo provocó en mí tremenda envidia.
Quiero verme como un chico Almodóvar…
Lo exijo.
El problema es que tengo que poner de mi parte.
Ayer mientras buscaba mis pantalones y ponía un poco de música en mi cuarto noté que Marco fijamente observó mis piernas. En términos de nuestro gandul idioma “me estaba sabroseando”. Ja, eso lo admitió él entre risas.
Bueno, el chiste es que el halago que me hizo acto seguido nomás no me llenó.
Desde que vi a Banderas con cero panza. Con una imagen aniñada y ese pelo engominado, me provocó sentirme feo.
Y sé bien que no soy un Adonis.
Vaya, ni quiero ser un vil Antonio Banderas.
Pero me gustó esa imagen un tanto inocente, un tanto de aniñada, con un poco de psicópata y un mucho de pasión que se le refleja en el rostro cada que se abalanzaba sobre el personaje principal —del que a la fecha se me ha olvidado el nombre—.
Insisto, no quiero ser Antonio Banderas, pero sí me agradaría tener cierto aire Almodovariano…
Creo que dejaré el café, por aquello de provoca la retención de líquidos.
Creo que me quitaré todos los refrescos de la dieta, dicen que a uno lo hacen más panzón.
Creo que debo comenzar a hacer algún ejercicio cardiovascular, volveré a correr.
Y si bien, ya bajé el sobrepeso que me dejaron las fiestas navideñas —subí casi cuatro kilos y hasta papada tenía—, creo que podría mejorar mis hábitos alimenticios y tomar las tres comidas diarias.
Eso sí, el pelo engominado en exceso, ni madres.
Ya veremos si funciona.

martes, marzo 06, 2007

2 giros dramáticos

Pues vi C.R.A.Z.Y.
No la pude soltar y hasta llegué tarde a la chamba por verla.
Selene la había rentado desde el domingo, también quedó impactada.
Yo no me la iba a perder.
Incluso pagaré los recargos al Bluckbuster (yo odio pagar recargos).
Un amigo me dijo que probablemente me abriría a soluciones, que ayudaría para entender más a mi padre. Que le juzgaría menos.
Que lo entendería un poco más.
Y sin que él se parezca tanto al padre de familia que a ahí se retrata, y sin que yo me parezca a Zach, la trama se me hizo tremendamente conocida. Es el retrato de lo que algún día me pudo, o me puede pasar.
***
Un ángel se ha aparecido entre sueños.
No sé si es San Miguel.
Aparece entre noches de lluvia, en esas que temía de niño, cuando me traicionaba la mente y el sueño me ganaba.
De los siete a los diez años tuve un problema que me mataba de pena.
Me despertaba medio húmedo. Al abrir los ojos sabía que algo no estaba bien.
Levantaba las sábanas y notaba que hasta el colchón estaba mojado.
Aterrado de pena, con una combinación de miedo, me paraba de noche desde el cuarto que compartía con mi hermano.
Tocaba a la puerta de mis padres.
Mamá tenía el sueño ligero y notaba mi entrada inmediatamente.
Cuando doña Emma me veía ahí de madrugada sabía ya que había tenido un problema de incontinencia.
Juntos lavabamos las sábanas mientras ella me pedía no preocuparme.
***
San Judas Tadeo era el santo de mi madre.
Ella también me inculcó su fervor católico.
Iba bien, hasta que noté que ni su santo ni su Dios le hiceron caso cuando pidió todas sus últimas noches el eliminar el cáncer que crecía en su cuerpo.
Recuerdo que teníamos una ruta para ver a sus santos.
Cada que ella iba a Huauchinango se daba su vuelta por la iglesia de Santo Entierro, llegaba ante ese maniquí dormito, tocaba el féretro de cristal, rezaba en silencio y seguía a para ver a San Judas Tadeo.
A él le rezaba más tiempo. Yo la veía ahí incada ante el muñeco de yeso.
Si podía seguía ante el retrato de la Virgen de Guadalupe. Le dejaba rosas de vez en cuando.
***
Pues sí, vi C.R.A.Z.Y. y me hizo notar aún más que me queda mi padre.
Que lo quiero.
Que lo quiero tranquilo, y lo quiero bien.