
Tres veces le pregunté su nombre. Nunca me respondió. Yo la bauticé como Matilde. Creo que es sorda. Al parecer, también es ciega.
Desde que llegué a Puebla, cada que paso por la 7 Poniente y la 2 Oriente, justo en la esquina del Colegio La Fragua, le mienta la madre a Dios. Minutos más tarde se reconcilia con el Señor y comienza a rajar contra el gobierno, el DIF, y los del asilo, que, "se la quieren llevar". Así se la pasa todos los días. Llega alreddor de las nueve de la mañana. Carga un pequeño banco y una bolsita de plástico donde deposita las limosnas que bien recibe. Siempre viste delantal.
A Doña Matilde le he visto manotear al cielo, llorar rezando un padre nuestro, limpiarse los dientes con las uñas de una manera descarada. Pero nunca, nunca la he notado entablando plática o reconociendo a alguien. Hoy que me acerqué a darle unos pesos no escuchó mis preguntas. Simplemente, al tacto del metal de los cinco pesos que se le obsequian en la mano, saca su bolsita de plástico, la desamarra con la boca y la deposita con lo que es su honrrada jornada del día. Siempre desaparece de su sitio, con us banquita en la mano con dirección a Analco.