lunes, diciembre 18, 2006

Felices fiestas

Al parecer la mayoría se impuso.
Papá decidió celebrar navidad con sus hijos.
Abrirá su fortaleza de hierba para ellos.
Hace unos meses provocó que buscara hogar sustituto para navidad.
“Vete buscando en dónde quedarte, que me voy a ir a Cancún o a Puerto Vallarta”, dijo.
“Ay wey”, pensé. “Desterrado de lo poco que tengo por casa para navidad”.
Ya me había hecho a la idea, incluso había recibido varias invitaciones para las fiestas.
Pero resultó que mi hermano recién me pregunto vía mensaje de dos vías:
“Y qué, cuándo te dan vacaciones para navidad”.
Yo hice mi drama, pues ya sentenciado por mi padre, decidí decirle a mi carnal que no había muchas ganas de darse una vuelta por Venta Grande, menos si mi padre andaba tostanto su palidísima piel en cualquier playa de su egoísta agrado:
“Pues quedarme acá en Puebla. Papá no quiere hacer nada, dice que se va a la playa”, me acusé con mi hermano mayor.
Y como últimamente mi padre y el Poncho andan retecercanos, pues mi carnal se indignó por aquello de no ver a su progenitor y el resto de la camada en navidad.
Tres horas más tarde la esposa de mi padre casualmente se comunicaba conmigo:
-Cómo estás Mundo, oye, que tu papá siempre sí festeja acá mientras ustedes vengan. Poncho dice que vendrá, Blanca dice que viene si sus suegro se van a Chiapas, y Miriam pues viene. ¿Y yú?
-Ah pues yo ya estaba buscando albergue navideño porque mi padre sentenció su 24 de diciembre en la playa... pero si así están las cosas yo les caigo desde el 22 o 23.
-No pues tu papá dice que si vienen acá el 24 pues nos vamos el 31.
-Ah, perfecto. Porque entro a la chamba desde el primero o dos de enero. Entonces nos vemos...
Y zaz. Ahora sí tengo donde pasar navidad.
Resulta que hará dos años que mi padre se mudó a tal pueblo.
La verdad es que muy poco emocionante me resulta imaginar el itinerario de ese 24 de diciembre. No sé porqué tengo esa necesidad de pasarla con lo que queda de mi familia. Aunque sea en esa fría casa, en ese pueblo olvidado, donde los niños andan mugrosos y con los mocos en la cara. En ese lugar donde huele a estiércol de borrego y se ve pastar a las vacas en lo que deberían ser las calles.
Vaya, no sé si es mi hogar. Ya no sé.
Pero es donde está mi padre. De lo poco que me queda, de mis pocos motores en esta vida de la que cada día luzco más desencantado.

1 comentario:

Jared dijo...

Al menos apesar de todo, celebraras la Navidad, como se supone debe ser... Con la familia! oh lo que quede de ella, como dices tú.