Los Velázquez, bichos raros

Vaya. No lo creí.
Miriam, Blanca, Claudia, mis hermanas por fin coincidieron en algo.
Me quieren.
Qué ternura de su parte y qué cursilería de mi parte.
A veces uno quiere que le griten las cosas que los demás sienten.
En mi caso a veces necesito pruebas casi documentadas de aprecio.
Pero bueno, ocurrió. Y las tengo.
Miriam se la pasa mandando mensajes de cómo sigue mi pie, que cuándo paso a verla, que cuándo me tomo las vacaciones, que si viajo o no, en fin que Rodrigo está bien y que pregunta por el tío Nuno.
Blanca me mandó un mensaje a nombre de sus niños, Paola y Ramón, mounstritos del kinder que me mandan besos casi casi en la herida (guácala).
Ella no se queda corta y también manda saludos, ahora sí a su nombre.
Y Claudia me sorprendió.
Acabo de reencontrarla, está viviendo en Huauchinango, con Karla que ya casi es una quinceañera y con el Javo que debe de estar todo larguirucho y más alto como buen hombre de familia protegiendo a su madre y hermana a sus envalentonados siete años.
Vaya, tengo familia.
Mi padre debió de resaltar mi torpeza por aquello de los dedos.
Adriana prometió que ambos llegarían el próximo fin de semana a verme.
De Alfonso qué decir.
No sé qué es de él.
Dicen que rehizo su vida (o formalizó lo que fuera que tenía allá en su own private Tulancingo).
Dicen que Suhail ya dio todo por perdido (o se dio cuenta de que aquél novio con ímpetu preparatoriano no iba a volver).
Dicen que Blanquita está muy grande (a mi me remuerde la conciencia el saber tan poco de mi sobrina).
Está bien.
Con contra y pro ahí va la familia.
¿Será que papá sigue esperando nietos de mi parte?