lunes, enero 18, 2010

Diego lo dijo. Así sencillamente:
“Usted escriba algo. Defínase. A partir de eso yo me malviajo”.
Y heme aquí.
Tratando de explicarme.
Buena pregunta…
¿Cómo madres me defino?
Si lo colocara por puntos creo que primero soy un cúmulo de miedos que no se dejan escapar de mi cabeza.
Como si mil bestias habitaran allá adentro, en ese ilógico lugar que es mi mente.
Es curioso porque mis miedos, mis temores, mis perspectivas, las más catastróficas, conviven en armonía con mis ideas, mis proyectos, mis mejores esperanzas.
Se llevan bien y viven todos los días entre ellos.
Enlazados, aderezando mi existencia.
La cabeza, no sé porqué, la tengo conectada al estómago.
Debo admitir que mi rabia y bilis pueden más en muchas ocasiones.
Pero ese mismo estómago me ha servido de inspiración.
Si me defino tengo que empezar con eso, además de ser sistemático en muchas ocasiones, suelo ser visceral.
Sonará contradictorio pero armo planes por meses en mi mente, que luego son empujados por mi estómago, por un mal rato, por un momento de ira, por un segundo de valentía.
Y me han salido bien.
Aunque no lo crea yo después.
Mi mente maquina, provoca la proyección de lo que quiero.
Pero mi estómago me lleva a hacer las cosas.
Será que se dividen la chamba porque en mi cerebro hay un montón de recuerdos ya. Es como si mi disco duro comenzara a llenarse.
Y eso que apenas tengo la información promedio de una persona de 27 años.
Entre esa maraña de recuerdos el que más pesa es la muerte de mi madre. Llevo años de luto. Un psicólogo bien podría decir que nomás no lo supero.
Lo cierto es que yo creo, que eso no se supera, se vive día a día, por tanto se sobrevive.
Hay días en los que despierto añorando el sabor de su comida, el aroma de su perfume, el sonido de su risa.
Caramba, pasa el tiempo y no dejo de extrañar a Doña Emma.
Quizá de ella proviene mi inquietud artística, frustrada y todo.
Era modista.
De niño tomaba sus patrones hechos en ese delgado papel unido por alfileres. Ahí hice mis primeros borrones, mis primeros rayones. La vi tardes enteras trabajando. Sin descanso, solamente se sentaba, servía café en su taza y desde un banco veía su obra terminada. Algún vestido de novia, o alguna copia de Channel hecha por encargo de alguna niña wanabe de Necaxa.
De papá recuerdo lo mismo.
Llegando cansado de la planta de Necaxa, o de la subestación El Salto.
Dedicó así 35 años de su vida a Luz y Fuerza, compañía que le dieron el cerrojazo el 10 de octubre del 2009.
Papá alcanzó a jubilarse años antes de la muerte de mamá y tuvo tiempo suficiente para regalarse las infidelidades que quiso. Estuvieron a punto del divorcio, solamente se paró cuando el doctor les informó a ambos que mamá tenía cáncer cérvico-uterino, muy avanzado y que había que hacer algo.
Esa fue la única vez que mamá no tuvo ganas de trabajar. Cuando le avisaron del cáncer dejó de hacer diseños y confeccionar atuendos.
Quizá esa pasión incansable de ambos es la que provoca otra de las cosas que me definen: soy adicto a la chamba.
Ese ejemplo me dejaron.
A no temerle a dos cosas, a la muerte y al trabajo.
Papá vive ahora casado con otra mujer que lo cuida y que hemos aceptado en la familia. Pero nadie como mi madre.
Cuando mamá murió, mi padre decidió deshacerse de la casa donde crecimos sus cinco hijos. Rompió con todo y se compró un terreno donde afincó un microrancho perdido en la sierra norte.
El pueblo se llama Venta Grande.
Yo lo aborrezco porque en verano el polvo hace más insoportable el calor y en invierno el frío cala en los huesos.
Apenas papá llamó para decirme que lo quiere vender, ya no soporta el clima a sus casi 59 años.
Parte de mi ritmo de vida es también definido por eso.
Si me muero mañana quiero que haya vivido cuanto haya podido.
Si me detectara una enfermedad terminal no haría nada para defender mi cuerpo.
Que dé lo que tenga que dar, que me muera, pero bien vivido.
Y bueno, como en algún día se me iba la vida dejando en el papel mis garabatos, hoy pasa exactamente igual, pero dejando letras.
No puedo vivir un día sin escribir. Eso creo que es lo que más me define. En la agenda. En una servilleta, en la lap. Para la revista, para mí o la agencia de noticias.
Para quien sea.
Pero escribir es mi vida.
No sé a dónde me lleven las letras.
Pero siento que voy en buen camino.
Lo que siento que no va en buen camino es mi corazón.
Sentimentalmente soy un asco.
A veces siento que no tengo algo allá adentro del pecho. Por eso me encanta igual El Mago de Oz y toda esa parafernalia que ha provocado desde su publicación a inicios del siglo XX.
Frank Baum no se habría imaginado que realmente en este mundo hubiera quién se sintiera como el hombre de hojalata. Realmente hay quienes nos sentimos vacíos, fríos. Así. Sin nada dentro del pecho.
No quiero aburrir con este texto, eso es lo que menos buscaría. Así que mejor corto aquí mis autodefinición.
Bastante material tendrá ya don Diego.
Espero que quede chido.

No hay comentarios.: