miércoles, diciembre 23, 2009

De cuanto se extraña la fuente

Me marca Poncho:
“Amigo te pago el taxi, pero llega culero”.
Él ya estaba bastante pedo y, segurito, con una reina encima.
Me pide que le caiga en el Versalles.
La neta, casi nunca estoy en ánimo de putas.
Bastante ebrio por el brandy llegué a casa.
El Güero me dio el aventón. Él tampoco le iba a atorar a las damitas. Lo esperaba su mujer.
La verdad es que, debo admitirlo, no acostumbro el brandy. Me declaro fan del whisky, pero a la gorra ni quien le corra.
Me da gusto, que a pesar de terminar pedo y solito en mi casa acabé ganándole la partida a la melancolía.
Fue curioso el sentirla justo cuando me marcó López Rojas un día antes para invitarme a la celebración.
No le podía decir que no a una borrachera con los reporteros de la procu, menos en estos tiempos en que huele a plomo en el ambiente.
El procurador ni la arriesgó. Don Rodolfo ni se apareció.
Surcaron las mesas el típico tema de su sexualidad.
Terminamos contando chistes gays.
Para colmo el procu mandó al Superratón en su representación a echarse un speech tan vacío como una canción de Timbiriche.
“La prensa y la procu son uno mismo”, algo así dijo ese funcionario.
Nos tuvimos que aguantar la risa ante uno de tantos de sus subprocuradores cómodos y a modo de Archundia.
Martín Hernández pasó por la mesa al llegar. “Aquí huele a muerto”, dijo en tono irónico.
En esa mesa terminamos contando chistes, quejándonos de las esposas, y pidiendo que Puebla, a pesar ser muy buena nota, deje de ser la sede de esos “hechos aislados” que empiezan en una balacera por Forjadores y acaban con orgías de sangre en la zona céntrica de Cuernavaca, La Selva.
“Escuché los pinches balazos. Me quedé helada, cuando hizo el cerco la municipal íbamos llegando”, dijo la Joss. Tenía un mes en la fuente y ya le había tocado saludar de muy cerca al crimen organizado, precisamente en la persecución de la que huyó herido Beltrán Leyva.
No sé qué tanta suerte fue el dejar por un rato esto de la policíaca.
Más en estos días en que la gente se agacha para que no le rose una bala.
Lo peor de todo es que, con las autoridades que tenemos, no dudo que siga la lluvia de metal.
Solo pido, al Dios en el que no creo, que esa lluvia no caiga sobre mis amigos.
El hecho es que a pesar de los pesares fue una noche divertida.
La tensión de los días se aflojó con brandy y tequila.
Tenía tiempo de no divertirme tanto.
Extrañaba a los muchachos.

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