lunes, noviembre 16, 2009

Casi 6 de 33

Se aguantó las lágrimas.
Sí. Me lo confesó.
Su cumpleaños fue ayer. Ya 33.
Casi seis de ellos conmigo.
Casi corrí a Paula, a pesar de que fue un reencuentro con ella tras varios años de no vernos. Volvió de Juchitán sin escalas a Puebla y nos vimos para un café. Me había citado a las seis, la apresuré para salir corriendo a comprar el pastel en un vil Sangron’s antes de las nueve. Ni modo, corté el café de la comadre.
Había quedado de verlo a esa hora en casa.
Encontré una ‘Selva negra’. Chocolate por fuera, chocolate por dentro, pensé.
Busqué las velitas.
Le puse una justo al lado de la cereza central. Lo guardé y esperé.
Y esperé…
Y seguí esperando hasta que mejor tomé el teléfono.
Desperté al señor.
-¿Vas a venir?
-No… no sé. Tengo sueño. Estoy muy cansado, solamente dormí cuatro horas-dijo con el tono del lirón de Alice in Wonderland. Yo casi lo mato, vía telefónica. Pero guardé compostura. Al fin el pastel también lo podía guardar. No hice dramas. Me calmé. Respiré bien profundo. Le deseé buenas noches. Conté hasta diez, vaya. Insisto, me calme. No era yo. Me sorprendí.
Pasaron minutos. Tomé la lap. “Hay que hacer los textos pendientes”, pensé. “No hay problema, Edmundo”, me dije otra vez. “Tranquilo, tú tranquilo”, me convencí.
Solamente volteaba al inalámbrico y le ponía su cara. Y yo me quitaba la poquita amargura que me nació sin querer.
30 minutos pasaron. Sonó el teléfono.
“Voy para allá… ¿puedo?”, dijo.
Y yo respondí afirmativamente. “De hecho ya estoy cerca”, dijo. Colgué y salí corriendo.
Las velas, el pastel, hasta las mañanitas con el puto de Topo Gigio, porque nomás las de Pedro Infante y las de La Rondalla de Saltillo no me convencían.
Prendí la tele como señuelo. Tocó el timbre minutos adelante.
Y yo como la fresca lechuga. Pregunté si saldríamos. Me dijo que sí. Hice como que le iba a dar de cenar a Chipotles. Y él se tiró a ver “La reina”, que estaba en Fox.
Saqué en chinga el pastel. Busqué el encendedor de la estufa. Puché play en el You Tube. Y la pinche vela no prendía.
Topo Gigio ya cantaba cuando él se asomó.
Carajo. Me cachó prendiendo la vela.
“Esta madre no prende”, dije en mi tono elegante. “Pero… ¡Feliz Cumpleaños!”, asesté yo con toda la elegancia de mis calzones y la playera para dormir.
Y él de plano no se lo esperaba.
Sé que yo suelo ser bien frío.
Y él no tanto.
Que el insensible soy yo.
El que a veces se calla las cosas.
El que se aguanta.
Pero el que se aguantó las lágrimas, ahora fue él.

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