miércoles, julio 13, 2005

Que descanses


Dry your eyes
Soulmate dry your eyes
Couse' soulmates never die

Es más de media noche. Quiero dormir pero el café me alteró los nervios.
Pensé la última vez que el miedo me derrotó.

***

Una mañana. Un 16 de octubre. No sabía que el entierro sería al filo de las cuatro de la tarde. Regresaba del auto hotel Necaxa cuando dejé instalados a Xu, Paula Selene y José Luis. Nunca me preocupé por si dormirían bien. Fue más bien acomodarlos y regresar inmediatamente a casa. Eran las siete de la mañana y ya clareaba el día, iba caminando con los chamacos de la secundaria que se dirigían al fondo de la colonia Azteca, a unas 10 casas después de la mía. Yo me dirigía donde el luto se amarraba al quicio de una puerta en forma de moño.

En la casa mi tía Luisa hacía envueltos con el último mole que sazonó mi madre. Alcanzó bien para dos refractarios que se retacaron de tortilla, pasta, queso, pollo y cebolla. Mi tía Dora seguía sentada cerca del féretro. Atónita mirándolo. Mi padre atendía al gentío que llegaba para el primer rezo del día. Poco faltaba para el entierro.
Café, malos diálogos fingidos entre nosotros. Mis hermano pasaban de largo entre cacerolas con atole o tamales. ¿Un velorio será para mantener ocupados a los dolientes? Siempre me pregunté eso. Aquellos vestidos de luto tienen poco tiempo para escaparse a llorar en su rincón favorito. Yo me perdí en una alcoba que encontré vacía derramé la lágrima número ene y terminé dormido sobre la almohada mojada.

Horas después Miriam entró a despertarme. Habían llegado por la caja. Había el triple de gente que la primera noche. Montaban el ataúd de cedro sobre la lúgubre carroza. Se llevaban su cuerpo. Mis tías tomaban gladiolas entre sus manos. El cortejo había comenzado. Mi Padre caminaba detrás del automóvil agarrado del brazo izquierdo por Blanca y del derecho por Miriam. Claudia seguía detrás de ellos abrazada por mi. Alfonso nos alcanzaba tomando a Suhail, su esposa. Esa era la escena. El pueblo se detenía con ojos morbosos, lo cruzamos con dolor hasta llegar al panteón.

Dentro del camposanto todos pasaban para despedirse del cuerpo. Recuerdo que fuí el último en pasar. Los gritos se me ahogaban sobre la tumba que comenzaba a ser tapada. Mi mano alcanzó un montón de tierra que por el clima más bien era barro. Apenas y pude tomarla con fuerza pero arrojé lo que pude sobre el féretro. Al voltear pude escuchar el grito de Karla que aún lloraba por su abuela.

Una semana después del entierro papá y yo nos quedábamos solos frente a la puerta del zaguán que sirvió para los funerales. Fue el último día del novenario. El aroma a flores seguía impregnado en el ambiente. Miriam regresó a México, mi hermano regresó a su trabajo, Blanca volvió con su marido y Claudia a cuidar de sus niños, a convencerlos de que su abuela Emma no volvería.

Mi padre y yo nos volteaos a ver cuando el zaguán quedó cerrado. El último de los picaportes de acero quedó sellado y yo simplemente musite tres palabras:

-Buenas noches pa.
-Buenas noches Edmundo. Que descanses.

Siguió un fuerte abrazo. El durmió solo en la recamara que compartió por casi 25 años con Emma Vargas. Yo recorrí el pasillo hasta el fondo de la casa. Tomé la última pijama que mi madre me confecciono. Me la medí, aún me quedaba. La usé esa noche y apagué las luces...

—Buenas noches mami. Ahora sí, que descanses.

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