martes, marzo 12, 2013

Carpas color plomo


Los hilos eran traslúcidos.
Se veían brillantes al sol directo. Transparentes a lo lejos.
Dibujaban una línea difusa que a esas horas de la mañana apenas percibía.
Papá nos despertaba temprano.
En la noche mamá había hecho la carnada.
Aplanaba una bola de masa de maíz medio martajada, la salaba, la dividía en cuadros con un palillo de madera. La dejaba en el refrigerador. Al otro día los cuadritos de masa entraban como señuelo en el anzuelo.
Papá rondaba casi en los cuarenta. Lucía más joven. Aún no encanecía y el cabello se le rizaba un poco cuando se lo dejaba crecer. El bigote lucía negro, algo largo igual.
Poncho tendría unos diez. Yo rondaría los seis, ambos éramos un par de chamacos escuálidos. Esos fines de semana resultaban sagrados.
Cuando a Alfonso se le ocurría dejar su constante obsesión del trabajo y tenía un sábado libre tomaba sus hilos. La carnada. Despertaba a sus hijos.
A mí me cargaba en brazos. Mi madre le mandaba un tupper de taquitos de frijol y huevo, por si la recochina tripa daba lata.
Portavianda, hilos y anzuelos en una mano, con la otra me cargaba.
Poncho se adelantaba siempre con un balón, con una vara o con el machete. Tomaba el asiento de copiloto.
Subíamos al auto y agarrábamos camino.
Yo solía dormir todavía otro rato.
Era un vocho blanco el vehículo. A mí me encantaba meterme en la parte trasera del asiento más grande, ese espacio bajo el medallón, con el ruido del motor pedorro de cualquier VW Sedán. Ese ruido me arrullaba.
Cuando la lata con ruedas paraba no pasaban de las ocho de la mañana.
Siempre me asomaba por el medallón y ubicaba el destino. Ya conocía todas las presas. Esa vez fue en Tenango.
La presa de Tenango siempre lucía fría. A esas horas era peor. El viento duro que sonaba como lobo, el pasto húmedo por el sereno. El agua helada. El cielo abordado hacía poco tiempo por el amanecer lucía como aura en tonos azul vainilla.
La pesca no esperaba.
Y el frío era lo de menos. O eso teníamos que fingir.
“Somos hombres, nos aguantamos”, decía mi papá.
Yo bajaba del auto aún dormido. Con el pelo hecho un desmadre.
Y me despertaba ese zumbido que hace el hilo de pescar cuando se dirige al agua obligado por el plomo que acompaña al anzuelo.
Tardaba en reaccionar. Despertaba gracias a lo lastimoso de la luz que reflejaba el agua de la presa, el destello luminoso de los hilos.
“El pescado de acá es corriente. Es carpa. Pero tiene mucho hueso”, decía papá.
Esa era la advertencia usual de mi padre. Yo siempre preguntaba entonces para qué pescar ahí.
¿Para qué pescar esascarpas corrientes color plomo?
Con varitas papá sostenía los hilos, y así, a la par, aseguraba que habría noticias horas después de tenderlos.
Si picaban los peces comenzaba a danzar el reflejo de la luz entre los hilos y el agua. A veces había sonido. Si el pez se atrapaba papá solía dejarlo ahí un rato.
“Calma, tendemos el hilo. Si el pez picó no se va a ir”.
Fueron mis primeras lecciones de paciencia.
Horas podíamos pasar entre las presas. Horas junto a papá.
Regresábamos después de un buen rato con una cubeta de peces. La mayoría de las veces los traíamos vivos, los poníamos en la pileta del agua del lavadero. Y nos gustaba ver los reflejos plateados de esas carpas gris opaco. Dentro de la cubeta los peces solían ser color plomo, pero a la luz las escamas se veían platinadas.
Ahora entiendo que pescar con sus hijos era un ritual para él.
Pero siempre acaban esas eras.
Vinieron sus bonificaciones, su ascenso como operador en Luz y Fuerza.
Su manía por el trabajo.
Nosotros crecimos y nos desinteresamos en la pesca con hilo.
Las presas se volvieron cada vez más sucias. Y los peces nunca volvieron a verse. No con ese color plata, o plomo.
Pero ahora que los astros recomiendan calma pues Mercurio está en movimiento retrógrado me ha venido la anécdota de mi padre.
Su tranquilidad, hilo en la mano.
Su espera constante a que el pez picara.
A que engullera la carnada. A que mordiera el anzuelo.
Y sobre todo a levantar los hilos con varias carpas pendiendo de ellos.
No tengo mejor ejemplo de paciencia.

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