jueves, enero 03, 2013

El silbato


Mientras una niña rubia y regordeta no dejaba de sonar un silbato que recién había sacado de un aguinaldo yo rebanaba tres hot cakes apilados sobre mi plato. 
Tomé el tocino, lo enredé en el tenedor y pinché para volver todo un bocado. 
Fruncí el ceño cuando la niña no soltaba el silbato, su padre la regañó.
Sonaba en el restaurante "Girl On Fire" de Alicia Keys.
La gente usualmente ve con asquerosidad que mezcle maple, hot cakes, huevos revueltos. 
Un desayuno de estos es la mejor representación de la vida. 
Mezcla dulce y salado. 
Voilá, ahí tienes tu pútrida vida, un mordisco dulce, otro salado, otro muy dulce, otros tantos un poco ácidos, más cuando le das en la madre la yema del huevo pochado. 
Esa que dejas al final, que luce perfecta, así inviolable pero que a la vez es dócil para asaltarse. 
Entre el silbato de la niña, el tema de moda en la radio y mi disertación sobre la vida que es como un plato de hot cakes, casi casi a la Forrest Gump, no sé porqué, pero pensé en las últimas veces que hablé contigo.
Semanas atrás habías aparecido en la madrugada para decirme que estabas listo para darme todo tu apoyo. 
Que triplicarías esfuerzos. 
Que esa noche me lo demostrarías.
Las calles estaban vacías. Curioso para ser los primeros días de diciembre en que Puebla se vuelve insoportable. Arranca ese frío que entume pies y narices. Mi nariz estaba a punto de tronarse sola gracias a los bajos grados que el mercurio anunciaba en cualquier termómetro. De repente ahí estabas, y yo frente a tí. 
Sabía que no quería ya nada.
(Como meses atrás sentí. Solamente que ahora confirmaba el sentimiento)
Sentía frío en mis manos y piernas, pero más helado sentía mi interior.
Mi cuerpo ya no respondía, ¿recuerdas?
Aún así, como es tu costumbre, presionaste para vernos. 
Llevaste al perro. No sé si para que yo lo viera o para condensar el chantaje. 
Y hablo de condensar porque usas la redundancia aderezada de terquedad para neutralizar a tus enemigos de batalla. Y das vueltas, una y otra y otra y otra y otra vez más. Así nadie puede contigo, condensas al oponente, lo dejas hervido en el jugo de sus propios argumentos. 
Esa noche elegí el Parque Juárez por mero temor. No quería escenas y que se hiciera el encuentro en una zona pública era de vital importancia.
En fin, ahí estábamos. 
Tú, yo y el pobre de Chilito. 
El perro se deshizo en lengüetazos. "Te extraña", dijiste.
"Yo también extraño al perro", te respondí.
La plática no tardó demasiado, había dado media hora para explicar lo que ya sabíamos, que cedí demasiado, que tú exprimiste demasiado, que de tu usual terquedad me diste ración doble todos los días de los últimos seis meses.
Que ya no podía màs y te daba las gracias por los buenos momentos.
Hoy suena Alicia Keys en la radio.
Desayuno solo.
Frunzo el ceño gracias al silbato que no deja de sonar una niña rubia regordeta.
Solo, pero tranquilo. 

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