martes, mayo 25, 2010

Pólvora

Hoy resuenan cohetes.
Y no están en mi cabeza.
Pensé que así era, pero no.
Mi mente está más clara que nunca.
Y a unas cuadras suenan varios suspiros que termina en una serie de escalonadas explosiones.
Se quema la pólvora y entra por el balcón de la oficina.
La Siempreviva huele toda a pólvora quemada.
Mañana festejan a San Felipe Neri, precisamente en la Concordia y el desmadre queda a unas cuadras.
Ahí es de donde viene el reventar.
Y mi nariz, no sé porqué, provoca usualmente la mejor de las inspiraciones.
(O será que hoy me cayó el veinte)
Me di cuenta que no hay porqué complicarse la existencia.
Lo que pase, pasará. Lo que venga ya ocurrirá.
Aunque suene tonto y redundante.
Aunque huela, a cohete vacío. A paloma cebada. Como pólvora quemada, como esta pieza añeja desde donde escribo.
“Hay que darle tiempo al tiempo”, como dice Fito Paez.
Yo ya ni me rasco, ya ni sufro ni me acongojo.
Adiós ansiedad. No más cicatrices de rascado. A la mierda contigo, doña Ansiedad.
Mis calenturas nadie más las sufre.
Solamente yo.
Así que por qué preocuparme.
Si la vida me ha sabido tan bien últimamente.
Tan bien como un plato de lentejas.
Ha olido tan bien como tierra mojada.
Como papel recién impreso.
Como pólvora quemada.

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