jueves, marzo 15, 2007

Enchiladas

En la madrugada de un mes no bisiesto soñé con enchiladas.
Quizá estuve muy pendiente de mis sensaciones pues por algo noté hasta el aroma y sabor de las imágenes.
Quizá ya tengo muy atrasado y arrinconado el antojo por comerme un buen plato de enchiladas como las que hace Doña Columna en su changarro de la calle Matamoros en Huauchinango.

***

Mis padres y yo íbamos los miércoles de cada semana; cuando nos daba el antojo terminábamos haciendo cola mientras se desocupaban los bancos de la barra de Columba.
Los molotes de papa con chorizo o pollo, las tostadas, las gorditas de fríjol, las quesadillas de sesos, los taquitos dorados, la salsa verde en que se ahogaban y la cecina para acompañar la cena. ¡Riquísimo!
Llevo meses, por no decir años, de no ir a sentarme frente a Columba, quizá ya ni me reconozca. La señora debe seguir como siempre, chambeadora. Media vetusta, media gruñona, con su vida en la cocina, ordenas siempre entre el cazo lleno de aceite hirviendo y su refrigerador lleno de Sidral Mundet y Orange Crush.
Mamá me llevó desde niño.
A mi padre siempre le gustaba llevarnos. Él se atascaba hasta tres órdenes surtidas. Yo comenzaba siempre con una orden de molotitos. Si tenía mucha hambre seguro pedía una de tostadas. Mi madre se quedaba con las quesadillas.
Queso, cebolla y salsa verde y el platillo estaba listo.
Y qué decir de mi tía Leonor y mi tía Luisa.
Si bien a mi abuela no le heredaron el don para los tamales, mi tía Leonor y mi tía Luisa la armaron rico con su puesto de enchiladas.
La gran ventaja era tenerlas a unos pasos de la puerta de mi casa. Los lunes no abrían y era la regla no escrita. Se le amontonaban las familias de Necaxa para cenar, ahí en la bajadita de la colonia Azteca. Nada mal sabían. Nada mal.
A pesar de que le negocio siempre se movió bien la dupla de las tías Velázquez se rompió por pleitos de familia.
Mi tía Leonor se apropió del changarro y mi tía Luisa dejó de vender con ella.
Meses después Leonor lo abandonaría para darse a la fuga con un albañil de León, Guanajuato, donde murió tras un curioso accidente doméstico. Nomás se fue de espaldas. Nunca me dijeron si fue un paro cardiaco.
La tía Luisa jamás recobró el ánimo de volver a cocinar para el pueblo. Ahora, creo, les heredaron el guiso unas muchachas que adoptaron en su casa desde niñas.
Y curioso, doña Columba, que bien les ha de doblar la edad, ahí sigue. Enredando pollo en tortillas, friendo tacos y tostadas en escuadrones de seis.
***

En la madrugada de un mes no bisiesto soñé con enchiladas.
Pero me las hacía mi mamá.
Tal platillo nos lo servía en platos hondos de barro a su estilo.
Pude oler la salsa, pude ver el vaporcillo tibio de la comida y sentir cómo ella estaba ahí, sirviéndonos a Miriam y a mí con una sonrisa que me iluminó.
Aún sigo con el antojo.
A veces me da miedo soñar tan vivo todo.

4 comentarios:

dehg dijo...

El olfato es uno de nuestros sentidos más relacionados con la memoria, y más si se trata de comida. Por la descripción que hiciste, me dan ganas de ir a conocer ese lugar y comer algunos antojitos.

Saludos desde el DF, y que estes bien :)

Marcos Legaspi dijo...

que rico enchiladas, y las gorditas y esas cosas que dices.

acá al norte, lo único bueno son los tacos de carne asada.

pero en el pueblo de mi papá (un pequeño lugar en Zacatecas) la comida es genial.

carurosus dijo...

Que sabrosa descripción. No hay nada como los antojitos/comida mexicana!!
No sé qué son los molotes... creo que nunca los he comido.

Cobayo dijo...

Acabo de ver "Volver", me acordé mucho de usted. Con su post recordé esa mañana, en mi oficina, leyendo sus papeles mientras las secretarias tomaban el sol; indiferentes y entrometidas, como lo son todas. Recuerdo su sueño recordado. Tal como lo escribe Proust, el tiempo perdido se vuelve tiempo recobrado al recordar.
Lo extrañé mucho el viernes. Lo extrañé mucho hoy; pero lo extrañé aún más después de mi sesión de Almodovar. Volver... ¿será acaso posible o tan sólo una fantasía? Yo sigo esperando algún día recobrar el tiempo perdido; ya no recordando, sino viviendo uno diferente.
Un abrazo. Ya sabe la afirmación que le sigue; si no la recuerda, recuerde su Nestea, mi americano, y el Marlboro que cada uno fumó ¿Ya se acordó? A mí no se me olvida.