lunes, octubre 10, 2005

Tordo, perro, mula

El día en que mi madre visitó por última vez a la tía Amparito llamó al infortunio por el atuendo perfecto que llevaba. Se le ocurrió irse de zapatilla alta en la terracería de la sierra. En La Cumbre, lugar que era su destino, el auto de papá tronó. Ambos terminaron caminando hasta subir el cerro donde la tía abuella llevaba viviendo más de 50 años, desde que su marido, don Juve, se la robó, como dicen: convertido en perro.
Don Juve era un nahual, o eso presumía mi tía. Pero nadie se lo negó cuando sus hermanos la vieron siendo hipnotizada por un tordo desde Coacuila, arrastrada por un perro por la puerta de su casa y llevada en el lomo de una mula hasta La Cumbre.
Animales todos, de tonos negros y grisaceos, como dicen que son los colores de las bestias encarnadas por un nahual.
Años más tarde, mi tía abuela regresó a Necaxa contando que su marido la mantenía con lo robado de cosechas ajenas, que le rezaba a la calavera de un niño y que usaba velas negras para llamar a la Santa Muerte. Que hablaba con "El Malo", todos los días. Que era su amigo y su cuidador, casi su patrón.
En cada encuentro con la gélida dama, en cada plática con "El Malo", don Juve era llevado. Su alma era expulsada.
La muerte llevaba su espiritu hasta el cuerpo del animal más cercano y le daba un tiempo límite para habitar la carne de aquella infortunada bestia, que al ser abandonada terminaría muerta en el camino.
Contó la tía abula que Don Juve la dejó en su jacal y no apareció después de un mes de la explicación que le dio a su recién robada esposa.
Amparo tuvo que comprar un poco de hilo con los centavos que tenía, empezó a hacer carpetitas y a vivir de ellas. Así mantendría al único hijo que tendría meses después. Porque el señor, aquél nahual, la montó fieramente. Ahora a la inversa: como si tuviera todos los animales los tuviera dentro. Fue tan efectivo que a la primera dejó a la tía preñada.
Al tiempo, el desobligado marido que tenía regresaba volando por la ventana o arrastrandose por el piso.
Regresaba a su piel humana, le hacía otro hijo y volvía a su vagar.
A la tía Amparo le hizo doce hijos, once de los cuales ellos fueron abortados.
Algo le debía a la Santa Muerte o al "Malo", porque nunca se lograban. Al mes número siete siempre los perdía.
El hijo menor fue el único que sobrevivio. Nachito.
El tío Nacho nació cuando don Juve regresaba de La Ceiba luego de asegurarse un terreno de precio más bajo, decía que tenía intereses en el pueblo, pero el terreno lo perdería en un juego de cartas días más tarde.
El padre de Nacho lo engendró recién regresaba de una piel de pelibuey. Mi tía Amparo no se esforzó en tenerlo, el destino de estar casada con un nahual es sólo tener una cría.
Dos días más tarde don Juve tuvo un desliz nocturno, se escapo con una niña de la población de María Andrea, sitio muy cercano a Poza Rica y ya con el clima digno de Veracruz.
Aquella niña tenía 14 años cuando se la robó del mismo modo que a la tía Amparo. Primero fue tordo, luego fue perro y al final una mula.
En la primera noche con la menor fue que se excitó de tal manera que con la carne fresca en frente olvidó hacer el rezo diario a la Santa.
A las doce de la noche debía cantarle y arrullarla para que no vuelva por él en un momento equivocado.
Pero sus impulsos con  la chamaca provocaron que dejara de lado la negra oración.
Minutos antes de terminar dentro de la niña la Muerte ya le había dado santo final.
Su semen, su cuerpo, ya estaban fríos cuando la joven que poco sabía de placeres carnales descubrió que estaba muerto.
A la tía Amparo le fue devuelto el cuerpo del Juventino, pero desollado por los familiares de aquella niña que también fue hipnotizada por ese encantador nahual. La muerte fue un poco violenta, como lo es a veces la gente de La Ceiba.
Los asesinos tuvieron la amabilidad de devolverle a mi tía abuela el morral de ixtle que siempre llvaba Juventino al hombro. Dentro encontró una calavera de niño, su Santa Muerte, dos velas negras sin encender, aquellas que debió haber usado para cantarle a la santa niña fría.
Esta historia escucharon mis padres después del viaje en que perdieron la elegancia en medio de la sierra.
A mi madre poco le importaron las zapatillas y a mi padre se le olvidó el automovil.
Esa noche en casa de doña Amparito prefirieron escuchar más historias sobre su único y bizarro amante: su difunto marido nahual.

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