miércoles, febrero 09, 2005

Aquél par

Unas veinte veces mi madre me contó la historia de una chamaca que se pasó de enamoradiza, que quiso mucho al muchachillo que le veía por la ventana de la cantina.

En aquellos tiempos, cuando un volkswagen era lujo en el pueblo, los pantalones se usaban untados al cuerpo, a los hippies les decían mariguanos y tomar la píldora era pecado, aquella chamaca tendría unos diecisiete años, una máquina de coser y la obligación de atender a todos en su casa.

Sus cuatro hermanos la giraron de todo, boleaban zapatos, vendían chicles. Su hermana menor era la consentida, le compraban zapatos a cada rato, no movía un dedo en la casa, hacía como que estudiaba. Sus padres eran conservadores, no hacían mal, simplemente vivían como buenos cristianos, con todos los pesares y orgullos de la provincia poblana.

Un día la chamaca se asomó por la ventana. Un cuadro pequeñito rasgado en la pared le servía de desahogo cuando sentía el calor de la tarde en esas paredes. Dejaba su Singer, estiraba las piernas y veía a un muchacho larguirucho en la cantina de la Juana.

La Juana tenía su dispendio de alcoholes, refinos y chelas enfrente a la casa de la chamaca. De sol a noche se escuchaba la rocola en la cantina. Había de todo en el repertorio, desde los Ángeles Negros hasta los Terrícolas, también había una que otra nalguita ofreeciendose en el remedo de congal.

Sonaba “Nunca más podré olvidarte” en el momento que la chamaca buscó al tipo usualmente apostado en la única ventana de la cantina. Un muchacho de bigote, reseca delgadez y pésima reputación. Ese día, muchacho tenía un jarrito de naranja en la mano, ese día suprimió la borrachera porque quería verse decente para ella.

Las miradas de ventana a ventana siguieron por dos meses. Los nombres los conocían por los vecinos. Sabían santo y seña de sus padres, madres hermanos. La fama de uno ahuyentaba a la otra. La familia de la otra ahuyentaba al otro. Había sólo miradas y uno que otro comentario ahogado.

Al muchacho de 17 se le sabía que era dejado, que ya dos chamacas tenía, que le iba bien en la Compañía de Luz, que sus hermanas habían heredado la putería de su madre, que sus hermanos eran ratas. La chamaca era ingenua y todas esas cosas que no le convenían, la verdad le valían madre.

El don para las matemáticas que siempre le celebraron en la primaria a la muchacha también le valiò madres, no contó bien, sumó bastante con sólo nueve semanas que llevaba de conocer al muchacho aquél, aunque hubiera escuchado de su mal parido destino toda la vida.

Un día de buenas para ellos,de malos para los padres de ella, la chamaca agarró las riendas de una vida. Tomó sus chivas, dejó su preciada máquina de coser, y se fue con el muchahco aquél.

Cierta parte de toda la historia del hijoeputa fue cierto. Sí, era dejado. Sí, tenía dos hijas de cuatro y dos años. Sí, era chambeador. Se marcharon ambos para una casa en medio del cerro, cerquita de la barranca y no lejana al trabajo.

Las niñas estrenaron madre, la cual les duró unos 25 años. Una familia comezó. Vaya par aquél en que la chamaca y el muchacho bigotón se convertirían. Crecerìan un rato juntos. El destino le había citado a su despedida dos decenas y media de años después. Eso, ya luego será escrito, eso que aún le duele a aquél muchacho bigotón.

1 comentario:

maio mtz dijo...

insisto... y no es por elevarle el ego... y aunque ya debería estar yo dormido la lectura siempre me hace retroceder en mis desiciones de tomar mi pijama, recostarme e intentar dormir para hacerlo cuando ni cuenta me de... por que eso es una cosa certera nunca sé en qué momento caeré dormido... si trato de saberlo... llega el insomnio