viernes, abril 19, 2013

El pinche poodle


De las últimas cosas para las que mamá tomó hilo, tela y aguja fue para confeccionar la cama de su perro. No recuerdo exactamente qué pasó, o cómo fue que llegó el chingado Pinky, así se llamaba. Algo le sugería a mi memoria el hecho de que el can le había sido regalado por mi hermano Poncho. La verdad no lo recuerdo.
Pinky de hecho era un perro odioso y mimado.
De chachorro solamente dormía con mi madre hasta que ella se hartó.
En Tulancingo encontró una canasta de mimbre amplia.
La barnizó tenue, y compró tela de algodón rosa para el colchón.
El perro joto, como suelen ser esas razas pequeñas y mimosas, siempre dormía sobre la almohada rosa que mamá colocaba sobre la canastilla de mimbre.
Era bastante educado el jodido Pinky, ahora que recuerdo.
Era un perro sociable.
Mi tía Dora lo adoraba.
Y mamá, cuando el cáncer le empezó a mellar en la salud y no tuvo paciencia ni para sí misma al venirle el vendaval de la enfermedad, prefirió dárselo en encargo a mi tía.
Al poco tiempo mi tía Dora notó que a Pinky le había entrado un poco la depresión.
Sintió algo de culpa pues con dos hijos ya saliendo de la adolescencia le eran de más complicación que un perro mimado que solo buscaba caricias.
Rosi, la concuña de mi tía siempre vio con agrado al french poodle.
Siempre le hizo mimos y a veces visitaba a mi tía en Huauchinango solo para ver al perro joto.
Total, un día Pinky solito decidió irde con Rossy.
Hoy  tendrá 14 años el perro.
Mi madre murió hace ya doce años.
Por cierto, hoy ella cumpliría 55.
Pero el pinche perro ahí sigue. Vivito y coleando.
Ya con los dientes bien jodidos, dice Rossy.
“Le damos su calcio para sus huesitos… ¡Pobre! ¡Apenas y puede andar! ¡Y está todo chimuelo!”, explica Rosi. “Le gusta comer paletas Holanda con cubierta de chocolate, no acepta de otra, tiene que ser Holanda. Ah, y queso panela y Oaxaca”.
De Pinky subieron una foto a Facebook, tuve el detalle de etiquetar a mis hermanos.
Todos coincidieron que el perro siempre tuvo mucha suerte.
Que siempre lo quiso mamá, pero antes de verlo olvidado prefirió que cambiara de dueña.
Hoy fue que mi prima Ana me recordó al perro y empezó tanta alharaca por él.
Hoy, casualmente, día en que mamá cumpliría 55 años.
Aún la extraño. Aún me duele.
Pero el Pinky ahí sigue.
Pinche vida.

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