jueves, diciembre 06, 2012

De los zapatos rojos


Pues quesque ando en curso de Periodismo Literario.
Lo imparte Fernanda Melchor.
Conocerla ha sido lo más refrescante de estos últimos días del 2012 que, bendito Dios, ya se acaba.
Recién nos dejó un ejercicio que me recordó horriblemente al profesor José de León, que me daba español en la secundaria.
Ese profe era como una especie de crush para mi, que en ese entonces andaba en el kindergarden de la homosexualidad.
Usaba jeans algo justos, suéteres holgados. Tenía una sonrisa espectacular. Era de una tez morena que llevaba con orgullo.
Sus ejercicios eran "Los cuentos inacabados". Sepa de dónde los sacaba, pero eran bien pirados.
Fernanda, años después, vino a recordarme los ejercicios de ese profe.
Para el taller tuvimos que escribir sobre basados en la frase: "Hay unos zapatos rojos tirados en medio de la calle".
Aquí está el texto que le mandé.
No sé porqué lo subo aquí, pero pues ahí está.

***

Hay unos zapatos rojos  tirados en medio de la calle.
Solían ser cómodos para la chinga diaria. Solían ser los favoritos de Licha para recorrer las calles al trabajar, le combinaban con esa casaca naranja tan distintiva de las barrenderas  de Puebla.
Solían ser color camello pero se tiñeron escarlata tras el aventón que a  Licha le dio un camión de la ruta Galgos del Sur.
Bueno, no fue un aventón, precisamente.
Más bien el autobús la machacó a lo largo de tres calles, arrastró su cuerpo convirtiéndola en un grabado de tonos que iban del rosa al escarlata, con textura de carnitas, con aroma dulzón de pan horneado, trozos de piel y hueso que parecían aún palpitar a lo largo de 300 metros.
Un tatuaje sobre la calle 9 Sur. En eso se convirtió Alicia.
Son las dos de la tarde de un martes de julio. Corre el año 2008. Puebla, que pareciera una bombonera de atmósferas, ese día hierve entre los sudores de agentes del ministeri.
Los agentes caminan con cinta métrica en mano. Tapabocas y algo de frialdad puede verse en sus rostros. Van contando fríamente lo que encuentran. Como si guardaran las piezas de un rompecabezas toman trozos de la mujer para guardarlo en bolsas Ziploc. Ya cargan más de diez entre las manos.
"13 metros, trozo de... ¿oreja?", dice un agente y voltea a ver a su compañero.
El segundo lo anota.
"13 metros con 40 centímetros, trozo de tela, al parecer parte de un brasier", dice otra vez el agente. Vuelve a buscar con la mirada al compañero.
El segundo lo anota.
"13 metros con 45 centímetros, hueso y al parecer piel".
El segundo lo anota.
"14 metros... Parte de la dentadura..."
El segundo lo anota.
Los fotógrafos de nota roja no saben ni cómo fotografiar la escena.
Cadáver no hay.
Quedó repartido a lo largo de la calle que a esa altura se vuelve un bazar de artículos para santeros.
Los fotógrafos buscan ángulos, no saben qué hacer.
Suben a los balcones y prefieren tomar una perspectiva de la calle, del sanguinolento rastro de Alicia, de, bullicio que provoca la escena, los mirones, los agentes, el auto del Servicio Médico Forense, lo aparatoso de un momento, el suspiro de una ciudad que ve caer a otro más de sus hijos, como cada tarde.
La escena es complicada, de la mujer solamente quedó el rastro, el camión se quedó detenido cuadras adelante y el chofer escapó.
De Alicia se sabe que era naranjita, que le tocaba limpiar en la 9 Sur y había dejado escoba y bote rodante de basura a un costado, que el destino la alcanzó en forma de autobús, que sus compañeras la vieron fundirse con el adoquinado. Que de ella lo más completo que quedó fueron sus gastados zapatos color camello teñidos del rojo de su sangre.
Los agentes siguen su trabajo, los fotógrafos toman sus placas, los mirones ahí siguen.
"24 metros con 18 centímetros... Zapato izquierdo color... ¿rojo?", dice el emepé.
El segundo lo vuelve a anotar.
De Alicia quedó tanto y nada a la vez.
Lo único que conserva forma son sus zapatos.
Hay unos zapatos rojos tirados en medio de la calle.

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