miércoles, octubre 24, 2012

Llorando se fue

El repique de las campanas de las diez de la mañana se mezcla con una tonada guapachosa.

La recuerdo porque la primera vez que la escuché fue en Siempre en Domingo.
No había de otra. La televisión mexicana se sumía en el amo de las estrellas y todo su circo de variedades dominicales.
La gente aclamaba.
Garibaldi, Maná, Magneto, llámenle como quieran, había chascos semana con semana que el mexicano promedio aplaudía.
Y uno que otro suceso internacional se colaba entre corte y corte. Así ocurrió con Madonna y su “Like a prayer”. El video era “estreno mundial”, como presumía don Raúl Velasco, quien puso una cara que nomás decía “¡En la madre!” cuando el video acabó y mandó a corte de manera abrupta. “Aún hay más” dijo con su ademán conocido y la cara roja, no se si de molestia o de pena por la cagotiza que le fueran a dejar caer sus jefes por pasar tremendo sacrilegio de la reina del pop fajándose a un San Martín de Porres.
Pero la tonada que se confundió entre las campanas del Centro Histórico tiene otra anécdota.
Y obedece a otro ritmo que sacudió años atrás la vida de más de dos.
No me pregunten, porqué veíamos la televisión abierta. Insisto, no había de otra.
Para las generaciones actuales el descubrimiento de música implica más sumirse en el internet, ubicar blogs de descarga de música de verdaderos melómanos, ver la recomendación del amigo ubicado en otro extremo del globo, etcétera. Las posibilidades hoy son infinitas.
Pero, sin sonar al viejito que habla con ritmo lento o como lo deje la dentadura postiza, las cosas no siempre fueron así de maravillosas.
Para la década de los noventas, los noventas tempranos dirían, el éxito del video ya era necesario entre cortinillas. Madonna, Michael Jackson, Paula Abdul, eran típicos ya. Y don Raúl Velasco no dejaba de decir que eran exclusivas, estrenos mundiales, grandes panaceas de la imagen. En fin, un día comenzó otro video de tantos.
Y ahí escuche la tonada que se confundía con el repique de campanas la mañana de hoy.
“Chorando se foi quem um dia so me fez chorar…”, cantaba una mulata en la playa. Sonaba brasileiro, desconocido para ese entonces, decían que era mezcla de merengue y samba. La arena, el sol, el ritmo, dos niños bailando con una sensualidad que llamaba a la atención a algunos, escandalizaba a otros y enternecía a más.
“¡Mira! ¡Los niños! ¡Qué bonito bailan!”, gritó mi madre sin poner contenerse.
“¿Qué cómo se llama el ritmo?”, preguntaba Raúl Velasco desde la caja idiota. “Ah, ¡se llama lambada!”.
Ahí arrancó una feria de locura para los recién iniciados en la mentada lambada. El ritmo subió y bajó, se aprendía a bailar, o la bailaban como pudieran, los niños del video enternecían con la historia de amor, y simplemente el “Llorando se fue” no dejó de sonar por un buen rato.
Fue la primera vez que me tocó escuchar cómo se repetía hasta el hartazgo un tema.
Cómo era una gloria recién descubierto pero con la vulgaridad de las constantes reproducciones se volvía algo indeseable.
Esos temas -“éxitos del verano” dirían los españoles- son precisamente los que nos han programado me año tras año. El one hit wonder.
Hoy, décadas después, ese tema inicialmente hecho como cumbia andina, me sorprendía tempranito.
Un camión de construcción levantaba lajas de la 7 Poniente. Una vez arriba el material el chofer maniobraba para entrar en circulación.
En la reversa vino la gloriosa estrofa del “Chorando se foi”.
Y me vino de inmediato, entre el repique de campanas de las diez de la mañana, el recuerdo de mi casa. Mi madre maravillada con los niños bailadores de Lambada, la música del star system, los domingos pegados a la tele y una infancia que, también, llorando se fue.

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