martes, julio 10, 2012

Ocurrió en "La Coronela"

Miriam venía de un par de descalabros emocionales.

Su alma pedía esquina tras los desfalcos que el corazón le había provocado.
Dejó a Rodrigo encargado de mi padre y corrió para Puebla, donde a su hermano menor no le había ido del todo mal.
Se hospedó unos días con él y después se animó a rentar un pequeño departamento adaptado en una casona de la 2 Norte. La casa, de estética porfiriana por fuera había sido vilipendiada por el mal gusto de sus propietarios. Le habían hecho un cuarto piso de concreto que se cayó en el temblor del ’99. Pero el resto de la casona estaba intacta. Nunca más se le volvió a construir nada.
La casa era protegida por una obesa portera con cuerpo y actitud de Java The Hutt que husmeaba a cada vecino y esperaba inquieta por quien cruzara el portón para medirlo con inquisidora mirada. Miriam tomó un departamento ahí. Lo rentó ella sola y a como pudo vino a instalarse con una mesa redonda de plástico, pocos muebles y una estufa y refrigerador.
Se adaptó rápido a Puebla.
Y eso en parte se lo debió a una persona, doña Rosa.
Antes de pasar por la esquina de las 10 Poniente y la 2 Norte podía oler la comida de doña Rosa.
La señora de no más de cincuenta años estaba siempre cocinando en uno de los dos locales frontales que se habían adaptado en los que fuera antes el recibidor de la Casa Hagenbeck. Ahí a doña Rosa su consuegra le rentaba el espacio a buen precio. Con su hijo Mario y su nuera Mary se encargaban de administrar el local. Miriam un día pasó por ahí, saludó, comió su comida corrida y se fue. El local, de nombre comercial “La Coronela”, estaba adornado con cuadros de la revolución, fotografías viejas de conocidos e incluso la ampliación de la imagen del toro Pajarito, ese que salió volando por encima de las gradas de la Plaza México. Entre las imágenes Doña Rosa tenía colgada la fotografía de un joven, ‘El Pelao’, como le decían a su marido cuando recién se conocieron. Miriam tuvo esa sensación de tranquilidad cada que regresaba a la 2 Norte de sus primeros días de búsqueda de trabajo. Estaba ya harta de ver que el panorama para el oficio de educadora nomás no era muy distinto en Puebla.
Al correr de los meses Miriam ya saludaba y se había vuelto parte del paisaje en “La Coronela”. Llegar a probar la sopa de doña Rosa era un alivio. Se sentaba y la señora le recordaba a su madre. Por el tono desparpajado en la plática, porque no dejaba de comentar las noticias, porque atendía mil cosas a la vez todas con una atención impecable. Un día de tantos la señora tuvo el atrevimiento, como ella misma decía, de presentarle a Oscar, su hijo el de en medio. Hasta la fecha están juntos.

***

Miriam me marcó muy temprano.
Su suegra había fallecido.
Doña Rosa había tenido una recaída con el cáncer que le aquejó mucho tiempo, como le pasó nuestra propia madre.
Miriam se soltó a llorar en el teléfono.
“Te toca ser fuerte, carnala”, le dije. “Ya estuvimos ahí alguna vez.”
No pudo. Siguió llorando.
“Óscar está más tranquilo. Anoche la vio muy mal. Ya pedía que descansara”.
Hoy velan a doña Rosa en Valle de los Ángeles.
Y hoy no tuve más ganas que escribir sobre de ella.
Me enfundé ese luto que ya tan ensayado tengo.
De la señora no tengo en la memoria más que sonrisas, bromas y chistes.
Creo que cero problemas. O muy pocos.
Una plática fluida, una apasionada de sus telenovelas y hasta del noticiero de López Díaz.
En la memoria tengo sus anécdotas de su arraigo en Puebla a pesar de haber venido del Estado de México. En la memoria tengo su orgullo por ser la hija de un charcutero. No puedo evitar que me afecte. Doña Rosa fue para mi hermana una segunda madre. Para mí la seguridad de que ella estaba bien cuidada y de que no le quitaban el ojo de encima.
De que, en efecto, tenía una segunda madre acá en Puebla y por obra y gracia de la casualidad era doña Rosa.

***

Quisiera que el luto no fuera mío.
Quisiera hacer como que no me duele.
Quisiera no asistir al velorio.
Pero tengo una ansiedad media loca.
Y no se la debo al expreso de la mañana, ni al café americano de la tarde.
La ansiedad se la debo a un luto.
Este luto que parece ya ensayado.

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