lunes, marzo 15, 2010

Si tengo que decirlo

No sé porqué sabía que iba a volver.
Por algo tomé decisiones que jamás pensé en tomar.
Tengo ahora mis dudas de qué será lo que viene.
Dudas que me provocan una rasquiña horrible.
Dudas que me revuelven el estómago.

***

Papá lucía intrigado. Debo admitirlo.
Enfundando en su gabán me veía contrariado esta mañana de sábado.
“¿Qué pensará?”, me preguntaba yo mismo mientras partía el pollo en chiltepín y cacahuate hecho por Adriana. El sabor a naranja aún se sentía y combinaba en perfección con lo suave del picante.
“Quedó más jugoso esta vez”, dijo papá.
“Sí, está muy bueno”, yo decía buscando en la mente cualquier tema para cambiar el sentido que tomaría la plática. Sabía que lo iba a preguntar.
Y si no, lo preguntaría Adriana.
Constanza jugaba con su comida. Rebeca no paraba de cucharear los frijoles. Rodrigo pensaba antes de meterse cada bocado.
Miriam y Oscar nada más se veían entre ellos. Ellos que sí saben bien la historia. El silencio se sentía pesado.
Pero nadie cambiaba la plática.
A mi no se me ocurría nada.
Papá seguía intrigado.
Una semana atrás yo había llegado acompañado de una mujer que don Alfonso no conocia. Era Yamel, compañera del trabajo. La boda de la Gorda era el pretexto para llevarla. Más allá de que yo fuera acompañado, a mi pesaba más que solamente fuera una amiga la que iba conmigo.
Ya había pensado en mi cabezota otra compañía.
Otra persona. Pero me hice solamente ilusiones.
Tengo un mes atorado con eso. Sí, combatiendo lo que programe en una semana.
“No eras tú, Mundo, de veras que no te reconocía”, me dijo el buen Jorge, mi historiador consentido.
Exactamente. No era yo.
Después de la decepción que fue el encontrar seis años perdidos, el que apareciera alguien nuevo en mi vida dio verdadero aliento.
Parecía maldición porque, como ocurrió hace mucho tiempo, una semana duró el encanto. La luna de miel. Un día antes de partir a la boda mandé un mensaje:
“¿Qué hice mal?”, básicamente decía.
La respuesta llegó 20 minutos después y fue fulminante. Fulminante porque no había respuesta en concreto. “No todas las dudas se resuelven”, escribí al siguiente día en Facebook.
No sé qué pasó por su mente.

Pero después del mensaje que envió, yo seguí pensandole.
Luego vino la boda. Y odié asistir a un evento así, el epítome de lo cursi.
Le pensé toda la noche. Mientras bailaba las típicas rolas de boda. Mientras comía el pastel. Mientras reencontraba a los viejos conocidos de la prepa.

***

Regresé cansado de ese viaje, hace ya más de una semana.
Acomodando traje, abrigo, corbata y demás en el ropero. “¿Cómo te verías de traje?”, me se preguntó en alguna ocasión.Y la duda me vino a la mente. “¿Le habría gustado verme de traje?”.
Unos días más tarde se abrió una ventana del messenger.
Ahí dijo ser de lo peor. Dijo tener pena, tener miedo, tener todo... todo lo que le justificó para dejarme a una semana de conocernos mejor.
Justifiqué con el trabajo el no poder atenderle. La verdad estaba muy dolido. Sigo así.
Mi estómago reacciona solo con ver su nickname en línea.
O como cuando reviso enfermizamente lo que publica en Facebook.
En aquella conversación de messenger quedé en llamarle un día de estos.
Si soy honesto tengo admitir que me da miedo hacerlo.
Creo que me importa más de lo que debería.

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