domingo, abril 03, 2005

Taxi

Ya de noche fue que los pies no me respondieron. Se me acumuló la fiaca, se me fundió el cerebelo. No quería dar otro paso. El hambre me llamó dentro de esa medianoche hace el tufo de un taco árabe bañado en salsa roja. Ese aroma me hizo caminar una cuadra más detrás del asilo de ancianos. Moví la mirada. La dirigí a un taxi de donde salía la estela de olor. El chofer engullía con sendas mordidas el contenido desde su envoltorio de fino papel aluminio.

—Buenas joven, ¿a dónde va?—
—A la 35 poniente, entre 27 y 29 sur por favor.—


Proferí un “buenas noches, buen provecho”. El chofer agradeció mientras guardaba el envoltorio. Bien atinaba unos 60 años. Los hombros le engullían el cuello y su nariz parecía que fue mal dibujada por el maestro Magú. Me miró de reojo y me ofreció suplicante el resto de su lunch nocturno. El hambre era tal que no me salió corazón para dejar su cena intacta, tuve que acompañarlo con la mitad del último taco árabe.
Gudelio dijo llamarse. Apenas le hice plática se destarabilló. Los diez minutos que se lleva el camino a casa fueron el estrellado del taxista en su historia de temeraria valentía.

—No joven, es que usted me dirá, pero uno que no es estudiado, uno que es
jodido, uno que se sale y parte el lomo a tan alta hora de la noche no puede
darse el lujo de dejarse sobejar por los demás... por los que dicen se
ingenieros, arquitectos... ¿Usted qué es?—
—Reportero.—
—Ah, ta
bien, pues le decía, si viene usted y me dice que estoy mal, que soy pendejo, ya
ve tanto chamaco que a uno se le deja ir nomás porque lo ve viejo, nomás porque
cree que uno ya no la hace, y es que esa no es calidad humana, un individuo
vale, y debe quererse y debe valorarse, y usted, como le decía, que es joven, no
puede venir y decirme que soy yo un pendejo, que ya no la hago, porque en ese
mismo momento yo le meto un balazo, y es que eso me ha pasado, usted creé? Sí,
ahí donde me ve, me veo pendejo y viejo y cagado y aburrido y lento, pero no...
yo todavía puedo. Así me pasó una vez, un viernes que unos chamacos me la
quisieron hacer de frijoles, que me vieron pendejo, no pus no verdad. Pues que
nos hacemos de palabra, que se bajan que los bajo, que me querían pegar, pero
nomás porque no quiero broncas, porque no me quiero meter en líos pero de que
tenía los huevos, los tenía. De verás. No me vea así. Pero en fin... Que en qué
quedó lo de los chamaquitos... Ah, pues cuando ya se habían bajado todos, cuando
ya me querían partir mi madre, me trepé a mi unidad, metí el freno y saque mi
fusca, que siempre la cargo, les tiré tres balazos al aire, y que se tiran al
piso los pinchis putos, lo bueno es que los dejé en una calle reteoscura... al
fin estaban bien pinchi alcohólicos.
—Se le pasó una calle señor.—
—Que
era la 35 verdad. Chin... Ah... pues le decía joven...—
—Doble en ésta calle
porfa.—
—Pues que se tiran al suelo... y yo con la fusca que...—
—Ahora
aquí a la derecha.—
—Ah... está bien,.. y pues que espejeo para ver donde
andaban los cabrones...—
—Ahí en el zaguán café por favor. ¿Cuánto le
debo?—
—Y entonces... 30 pesos... que no veo nada...
—Buenas
noches.—
—...eh. Sí, buenas noches joven.—

No cabe duda que caminando por las noches, en esta Puebla de los Demonios se encuentra gente a la que le falta mucho amor.

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